Un triste desconocimiento mutuo
¿Qué significa el tema Malvinas para los brasileños? Es una pregunta que me hacen con frecuencia colegas periodistas de la Argentina. La respuesta es muy simple. Para el brasileño medio, las Malvinas son nada más que un lugar donde admirar a los pingüinos durante un viaje de crucero, y también las islas que nuestros hermanos argentinos reivindican desde hace tanto tiempo. No entiendo muy bien la razón, pero a los sectores de la izquierda brasileña les cae bien el tono antiimperialista del reclamo. Aunque no llegamos a entender el tema a fondo, ni siquiera por qué tanto ruido por ese archipiélago frío, distante y poco habitado.
Vivo en Buenos Aires desde hace seis meses, intentando estudiar este país, y aprendo mucho sobre psiquis de los argentinos por medio del conflicto de Malvinas. Mientras sigo la escalada de tensión, trato de buscar en mi memoria algún tema de la historia brasileña que deje a mis compatriotas tan fascinados, obsesionados y seguros de que necesitan batallar por algo. Y no encuentro un paralelo.
Es cierto que en Brasil muchos resistieron y lucharon con armas contra la dictadura (1964-1985). Así como muchos fuimos a las calles en 1984 para exigir las elecciones directas. Pero, fuera de estos episodios puntuales, no tengo registro de un evento histórico que genere tanta pasión patriótica en mi país. Eso se debe, creo, a una diferencia muy marcada que hay entre el modo en que los brasileños se relacionan con su pasado y la manera en que lo hace el resto de América latina.
Una primera distinción clave me parece que es la relación entre los pueblos y sus independencias. A diferencia del resto del continente, los brasileños no tuvimos que luchar por la nuestra: ella fue decidida de modo "palaciego", con el hijo del rey haciéndose cargo del proceso y quedando como heredero. Aparte de algunos levantamientos regionales, como la Inconfidencia Mineira o la Conjuração Baiana , no hubo grandes batallas en nombre de la bandera nacional por la independencia ni gran derramamiento de sangre. Esto podría explicar por qué no nos enganchamos con tanta devoción con cuestiones políticas y por qué no tenemos héroes de la libertad como San Martín o Bolívar.
Este fue uno de los elementos que ayudaron a moldear nuestro comportamiento "cordial", como lo definió el célebre historiador Sergio Buarque de Holanda (1902-1982), caracterizado por el temperamento informal, emotivo y no combativo. La explicación sobre el "hombre cordial", que está en el clásico Raízes do Brasil , sigue vigente y me parece que explica mucho del contraste entre la personalidad más relajada del brasileño frente al dramatismo apasionado del argentino.
Otra distinción histórica es que los brasileños casi nunca tuvimos que discutir o luchar por nuestras fronteras. Recibimos el país ya diseñado por los portugueses. El gran éxito que celebran los defensores del imperio es el de que éste garantizó nuestra unidad nacional, en medio de una América latina desgarrada por luchas por límites y territorios. La barrera del idioma distinto de todos los otros países ayudó a mantener el diseño del país.
Un tercer componente que me parece importante es la diferencia de los niveles de educación entre Brasil y la Argentina (y Chile y Uruguay). El brasileño medio conoce poco su historia. Lee muy poco, si se lo compara con el argentino, el uruguayo y el chileno. De ese modo, nuestro vínculo con los símbolos históricos es menor.
No puedo imaginar a los brasileños teniendo batallas verbales con amigos o familiares por un tema ni siquiera semejante al conflicto por las islas Malvinas. Veo, sin embargo, un costado positivo en esta gran politización del pueblo argentino: hay una más estrecha relación con la historia de su patria, y esto es consecuencia de una mejor formación educativa.
Pero hay también una parte negativa: noto los excesos y hasta la violencia con que se expresan políticamente los argentinos. Su más intensa conciencia de los hechos también los hace más agresivos e intransigentes que los brasileños, que tienden a ser conciliadores. Como un testimonio personal, puedo afirmar que sólo de leer todo lo que se publicó en las últimas semanas en la Argentina sobre Malvinas, estoy cansada, harta del tema. Y me imagino que el brasileño medio tardaría mucho menos en aburrirse con la repetición de un mismo asunto. No creo posible que los brasileños se obsesionen por un tema por 30 años. Creo que se morirían de tedio. Los diarios de Brasil no tendrían ánimo de gastar tanto papel en un asunto de estas características, porque a partir de un momento nadie lo los leería.
Mientras reflexionaba sobre esta cuestión, me fui a Malvinas para hacer algunas crónicas. Allá, escuchando a los kelpers, sólo tuve más certeza de que ese conflicto es insoluble. De un lado, la pasión patriótica argentina, aprovechada a su manera por cada gobierno de turno. Del otro, los kelpers y el deseo y la convicción de mantener su estatus británico y la vida como es hoy en las islas, por más que sufran la falta de productos y de intercambio comercial con el resto de América latina.
Más de un kelper me dijo que los argentinos sólo quieren saber de las islas por el dinero. Intenté explicarles la relación del argentino con su historia, que la cuestión era más profunda. Pero no tuve éxito.
Lo que veo es que hay ignorancia de los dos lados. La Argentina cree que las Malvinas son otra cosa. Las Malvinas del imaginario argentino son una ficción. La gente ahí es británica, come a las seis de la tarde y quiere a la reina. Los kelpers ven a los argentinos como invasores, fascistas y ambiciosos. "No cuidan de su propio país, ¿cómo vamos a querer que cuiden de nosotros?", me preguntó una comerciante holandesa que vive allá. Ambos lados están equivocados sobre el otro; ven todo de forma parcial y con las vísceras, antes que con la razón.
Lo único que se me ocurre como para empezar a solucionar el tema es que se converse más. Pero no hablo del diálogo entre Cristina y Cameron. Hablo del diálogo posible entre los habitantes de la isla y los argentinos. Me parece, aun más, que Brasil debería cambiar este apoyo casi automático a la Argentina por una posición de mediación en ese diálogo. Para eso, nos falta todavía más información.
Ojalá sea posible. Ojalá se curen las heridas pronto.
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La autora es corresponsal en Buenos Aires del diario brasileño Folha de S. Paulo