Una barbarie que hay que eliminar de cuajo
Es inadmisible que la sociedad y las autoridades queden a merced de los barrabravas, como ocurrió anteayer en los lamentables episodios en All Boys
Volvió a repetirse una historia de barbarie y salvajismo protagonizada para una barra brava. Fue anteayer en Floresta, tras el partido que se jugó en el estadio Islas Malvinas, de All Boys, en el que este equipo perdió 3 a 2 ante Atlanta.
La barra brava de los locales no toleró la derrota en su propio campo y ante su principal rival en la B Metropolitana. Al terminar el partido, cuando los jugadores de Atlanta festejaban el triunfo, los barras locales, fuera de sí, desataron un infierno con la intención de interrumpir los festejos de los rivales y golpearlos. Infierno que terminó con 16 policías y 10 espectadores heridos y solo 3 hinchas de All Boys detenidos, además de varios patrulleros destrozados.
Otro motivo de vergüenza lo dio el hecho de que por momentos la Policía se vio superada por los agresores y se vio obligada a retroceder, ante el terror de los vecinos. Mientras tanto, los jugadores de Atlanta y los dirigentes de ese club se encontraban prisioneros dentro del estadio sin poder salir.
Los peores hechos, captados por las cámaras de televisión, se vivieron en las afueras del estadio, donde los barras más enajenados enfrentaron -y por momentos vencieron- a los efectivos policiales, mostrando claramente quiénes eran los dueños de la calle y proclamando en los hechos la trágica e inconcebible vigencia de este fenómeno que, con la complicidad de las autoridades de algunos clubes e importantes sectores políticos, resulta imbatible.
El vicepresidente de Atlanta, Alejandro Korz, cuestionó el operativo policial que se había dispuesto para el partido y afirmó que los directivos y sus allegados no se sintieron "protegidos" en el estadio.
En efecto, llama la atención la actitud policial, pues habitualmente a los partidos de All Boys concurren alrededor de 300 efectivos, mientras que el miércoles se dispuso la participación de la mitad, que además, solo incluía una decena de agentes antidisturbios. ¿Ninguna autoridad sabía lo que podía ocurrir? ¿Era tan difícil de imaginar?
Como sus similares, la barra brava de All Boys tiene una historia negra que incluye asesinatos, relaciones con el dirigente kirchnerista Luis D'Elía y con sectores radicalizados de la comunidad palestina. Esta última relación dataría de los tiempos del exjefe de la barra, Gastón Marone, que también fue uno de los fundadores de Hinchadas Unidas Argentinas.
Hace tiempo que otros países lograron erradicar este tipo de violencia que nada tiene que ver con el fútbol, del que solo se aprovecha para cometer diferentes delitos.
Entonces, ¿habrá que resignarse a que los barras venzan e impongan su ley, que es la del más fuerte pues los barras cuentan con el apoyo y la garantía de impunidad de la política? ¿Qué clase política es aquella que necesita a estos grupos de patoteros? ¿Las autoridades nacionales y de la Ciudad de Buenos Aires han bajado los brazos y ya ni siquiera se habla de combatirlos?
Los barras son el emergente salvaje y descontrolado de esa forma enferma de la política que necesita hacer número y hacer fuerza y no vacila en recurrir a los delincuentes a los que luego debe proteger y de los que finalmente se convierte en rehén. ¿Será por eso, por esos lazos cada vez más estrechos, que en la Argentina no se lucha contra este fenómeno patológico y se le permite crecer? Que nadie se llame a engaño porque no estamos ante hechos meramente policiales. Verlo así es minimizar el problema.
Dos años atrás sosteníamos en esta columna que la actitud pasiva de los directivos de los clubes resultaba lamentable, pero que aún más lo era la ausencia del Estado para poner fin a un viejo flagelo que viene impidiendo que el fútbol sea lo que debe ser: una fiesta deportiva.
Mañana, en River, se enfrentarán Boca y River. Por supuesto, solo con la hinchada local. Nos hemos resignado a eso que, en realidad, constituye otro triunfo de los barrabravas y una derrota de las autoridades.