Una campaña inédita
"Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros" es la frase de Groucho Marx a la que alude la solicitada del Partido Justicialista. Frente al rostro que exhibe la política argentina de estos días merecería agregarse otra, igualmente célebre: "Nunca olvido una cara, pero con la suya voy a hacer una excepción". Nada menos merece esta campaña electoral, realmente inédita en cuanto a sus características de intrascendencia, ausencia de debate e ideas, y de insustancialidad, en términos de Greer, el estratego de Obama. A ello deben sumarse los enredos de impugnaciones y apelaciones judiciales, los cuestionamientos de residencia, y una suma de cuestiones que nada tiene que ver con lo que necesita debatir el país. Es una campaña apenas centrada en la legalidad de los actos de los adversarios. Todo el mundo tiene la fundada sospecha de que su adversario comete actos ilegales, y no le interesa si tiene o no ideas fundadas. Así, en esta campaña se está poniendo imperceptiblemente en la palestra la discusión más primaria de todas, el hábito de un país que se está resignando masivamente a vivir al margen de la ley, liderado por sus representantes.
Pero no sólo esto, sino que con sus triquiñuelas, con los ardides de poner candidatos homónimos en las boletas, con las promesas testimoniales, emitidas de antemano con certificado de incumplimiento, se trata de una campaña en la que se está batiendo el récord de falsedad e infantilismo. (Y no es que lo infantil no pueda ser perverso, como advirtiera Freud.) Scioli dice "lo decidiré cuando me toque", ante la pregunta de si asumirá su banca en caso de ser elegido diputado, y junto con Massa señalan que asumirán "eventualmente". Si el estampido sónico es el estruendo producido por un jet -el de Jaime por ejemplo- al sobrepasar la velocidad del sonido, esta campaña ya ha roto la barrera de lo verosímil, por la aceleración de una farsa que ha sobrepasado la barrera del asombro. Al igual que las bromas que desliza Chávez al oído de Lula, no hay nada oculto que no sea emitido por sus altavoces, en la que el todo vale no es parcial sino completo.
Ciertamente, el mayor misterio de todo esto es tratar de comprender la estrategia de una política que se desnuda, no pensando en que no la ven, sino sabiendo que la ven. ¿Supone un desprecio a la inteligencia del ciudadano? ¿Cree la política haber detectado en la ciudadanía un estado de anestesia total frente a su destino? ¿Confía en que la ausencia de educación haya alcanzado al fin estado masivo? Difícil adivinarlo, pero esta campaña lanza también, en realidad, un reto formidable a la ciudadanía a pensar cuál es su rol en la hipertrofia de una clase política completamente salida de su cauce. Llegó la hora de mirarse en este espejo y de trazar una hipótesis verosímil para lo que está interpretado, de manera demasiado primaria, como una estafa. Sin descartar, tal vez, que estemos programando desde hace tiempo a los políticos para que nos engañen. En todo caso, la farsa ha franqueado un límite tras el cual pasa a ser una responsabilidad de quien la recibe y ya casi no concierne a quien la emite.
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