
Una cuentita en el banco del esgunfio
Esta columna debería haber llevado como título "De cómo un texto leído al azar puede ser útil no solo para agregar información, sino también para ayudarnos a ver algo que sabíamos, pero que todavía no nos habíamos dado cuenta de que lo sabíamos", pero hubiera sido muy largo.
Sin embargo, ése es el tema de la columna de hoy: en el último de los fascículos que LA NACION publica habitualmente sobre alimentación saludable, y a propósito del poder de las relaciones y los beneficios de la amistad en la longevidad de las personas, escribe el doctor Alberto Cormillot que se ha demostrado que "para el cerebro, la cercanía sentimental tiene mucha más importancia que el hecho de compartir ideas".
Éste es un hecho que también se vuelve fundamental para cualquier relación con el lenguaje. Por eso, la semana pasada, Fundéu proponía un juego a los hispanohablantes: decir cuál de las nuevas palabras ingresadas en la 23» edición del DRAE era la preferida del lector (http://bit.ly/1wssqTZ). Para quien esto escribe, la elegida fue miguelito porque ese diminutivo perverso vuelve broma infantil lo que es una acción destructiva.
Todos lo sabemos, las palabras pueden tener efectos imprevisibles. El arquitecto y experto en preservación del patrimonio arquitectónico Marcelo Magadán escribió el siguiente correo electrónico a esta columna, el 21/10, sobre la reacción que le provocó ver escrita la palabra esgunfio. "Esgunfio, junto con guarango, formaban parte del vocabulario que circulaba con frecuencia en el ámbito familiar. Son esos términos que al escucharlos -algo que no suele ocurrir últimamente- me trasladan automáticamente a mi infancia, a los patios, a las mesas de parientes y a la cuadra -o las cuadras-, esos territorios en los que nos sentíamos locales."
Pero esgunfio guarda para el lector, además, otro eco: "Esgunfio me remite al escritor y poeta Humberto Costantini (1924-1987). En junio de 1983, cuando caminaba en permanente estado de asombro por las calles de México DF y por los caminos de la conservación del patrimonio, compré una antología que reunía algunos de sus poemas, libro hoy de hojas amarillentas que rescaté de la biblioteca para volver a leer: «No que me falten dudas o tristezas, / ni que me encuentre en déficit de penas, / ni que sea pobre en soledad o miedos, / ni que no tenga una vulgar neurosis / donde caerme muerto. / No, nada de eso, / gracias a Dios / yo tengo / mi cuentita en el banco del esgunfio / como cualquier mortal».
"Ese libro retomaba, a su modo, un contacto personal iniciado antes, en Buenos Aires, cuando Costantini era el doctor Costantini, el veterinario jefe del laboratorio de Serología, un espacio lleno de tubos de ensayos y aparatos, en el último piso de una farmacéutica donde yo comenzaba mi vida laboral trabajando como asistente del gerente de Investigación y Desarrollo que era, a la sazón, su jefe y el mío. Es obvio que la palabra esgunfio -que yo mismo dejé de usar- está preservada en algún lugar de mi mente, como el olor del carbón encendiéndose y de la alfalfa del fardo que comían los caballos, una trilogía de intangibles que, de tanto en tanto, vuelve para transportarme a la dulce amargura de mi infancia."
Las palabras son bellas y pertinaces como la mariposa de obsidiana del poema de Octavio Paz. Aunque obsoleta, esgunfio ha vuelto a la vida, recuperada del recuerdo por el lector Magadán.




