Una cumbre que debe dar respuestas
El mundo sabe que iremos a Río de Janeiro en 2014 para el Mundial de fútbol. Igualmente, el mundo espera ansioso las Olimpíadas en Río en 2016.
Pero mañana el mundo ya se está reuniendo en Río.
Los líderes de la mayoría de los países estarán allí durante los próximos tres días. Y el propósito es monumental: salvar el planeta. Mejor aún, crear un futuro que todos queramos.
Mi jefe, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha convocado la Cumbre en Río en el ojo de la peor crisis económica que haya visto el mundo en casi un siglo. La convicción del liderazgo de la ONU es que, precisamente debido a la crisis, el mundo debe contemplar con una mirada nueva soluciones de largo plazo que aborden los temas subyacentes: la pobreza, la desigualdad y la protección de nuestro ambiente.
La frase que dominará las negociaciones es "desarrollo sostenible". ¿Cómo compartimos nuestro planeta en beneficio de toda la humanidad? ¿Cómo trabajamos juntos para crear un futuro que contenga a los nueve mil millones de nosotros que estarán en el planeta cerca de 2050? ¿Cómo impedimos conflictos futuros sobre agua, energía, alimentos, sin mencionar educación, salud y empleo?
"En Río el mundo se congregará en una de las reuniones mundiales sobre el desarrollo sostenible más importantes de nuestro tiempo", dice el secretario general. "Ese acontecimiento nos exigirá una visión clara: una economía verde que proteja la salud del medio ambiente y que simultáneamente apoye el crecimiento del ingreso, el trabajo digno y la erradicación de la pobreza."
En las semanas que precedieron a Río viajé a seis provincias argentinas, para hablar al público en escuelas y universidades, para apoyar las reuniones de ONG activistas, para comunicar junto a los medios de comunicación provinciales la importancia de lo que está sucediendo esta semana en Río de Janeiro.
En casi todos los puntos que toqué, noté un profundo sentido de alerta sobre la crisis que requiere atención, sobre la necesidad de un cambio dramático, sobre una generación que reconoce que su legado a la generación futura se encuentra en peligro.
En Córdoba fue la voz de un agricultor diciéndonos que había perdido más de la mitad de su cultivo de soja a causa de la sequía. En Mendoza fue un pequeño emprendedor preocupado ante el hecho de que los turistas extranjeros dejaran de venir por culpa de la recesión global. En Tucumán fue un estudiante secundario temeroso de que su provincia perdiera su sustento, basado en los limones y el azúcar, si las heladas y la nieve sin precedente se volvieran una rutina más que un hecho extraordinario.
En Santiago del Estero, en una Conferencia sobre el Día Mundial del Medio Ambiente, en la Universidad Nacional, fue un ambientalista quien me preguntó de manera bastante tajante: "¿Cómo puede el mundo no tomar acción ante un proceso que está destruyendo el planeta?".
Y en Salta, en un programa radial matutino, el periodista me presentó con la idea: "Tenemos inundaciones en Tartagal, desprendimientos de tierra en China, tenemos hambrientos en Africa, Asia y Latinoamérica. ¿Cómo podemos salvar el planeta?".
Podría haberme sentido un tanto abrumado ante la pregunta, pero la sensación dominante, al escuchar las voces mientras atravesaba la Argentina, fue más de alivio. Lejos de sentir, como un comunicador de las Naciones Unidas, que tenía una montaña que escalar para persuadir a las comunidades acerca de la importancia de Río, descubrí muy rápido que mucha gente en este país comprende la crisis del momento.
Viven con las consecuencias, ya sea el agricultor en Córdoba o el pequeño emprendedor en Mendoza o el estudiante en Tucumán. Todos reconocen la necesidad de una cumbre en Río, más allá de sus dudas acerca de los resultados de la reunión. En el sentido más fuerte posible "la tienen".
La pregunta, por supuesto, tiene que ser si el foro de Río alcanzará el desafío que nos ocupa, confrontará el tema en las reuniones y brindará una respuesta a esos asuntos. Esto fue dicho de manera más elocuente por un diputado provincial en una conferencia a la que asistí en Rosario, un foro que fue abierto por el gobernador de la provincia de Santa Fe y que convocó a miles de activistas de América latina.
"¿Qué le hace creer que la ONU reunirá al mundo y hará que el mundo actúe después de todos estos años de inacción?", preguntó al final de una sesión en la que yo había explicado detalladamente el espíritu de la Cumbre de Río, con su énfasis en hacer de la pobreza y la igualdad dos temas de la agenda tan importantes como el medio ambiente y el cambio climático.
El sendero hacia el cambio, sostuve, habitualmente tiene dos vías, según mi experiencia. Una, desde la cima hasta la base, del liderazgo al taller. O el cambio también puede provenir de abajo hacia arriba, del piso hacia el techo. A lo largo de los años, habiendo vivido en diferentes partes de nuestro mundo, he visto que el cambio que surge de abajo ofrece revoluciones duraderas, en pensamiento y en acción.
Mirando al auditorio en Rosario, y pensando en las reuniones en Salta, Córdoba y Tucumán, vi que el pedido de cambio es bien comprendido por las comunidades que viven las consecuencias de la inacción del mundo. El tema debe ser si los políticos reunidos esta semana en Río pueden seguir el ritmo de la gente.
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