Una modesta discusión con Aira
Hará poco más de un año, César Aira me hizo, en una conversación casual, una rara confesión: "No tengo expectativa sobre mis ídolos. A Duchamp no pude conocerlo y a Cecil Taylor ya lo conocí".
Lo dijo apenas días después de que el pianista de jazz asistió en Nueva York a la presentación de la versión en inglés de Cecil Taylor, el libro de Aira. Hay incluso una foto del momento en la que se ve a Aira cuando le besa la mano a Taylor. Con ese relato de pocas páginas, el escritor saldaba su deuda con el músico y con la música.
Faltaba Duchamp.
La publicación del ensayo Sobre el arte contemporáneo (Penguin Random House) salda la deuda pendiente. Duchamp y "lo contemporáneo" son intercambiables para Aira en esa conferencia que dictó en 2010 y que recién ahora ve la luz: hablar de uno es hablar de lo otro, y por eso el título bien podría haber sido Sobre Marcel Duchamp.
Cincuenta páginas le bastan a Aira para pasar en limpio una teoría estética fulminante. Esto no es una sorpresa para quien haya leído sus libros. Fogwill especulaba con la posibilidad de reunir en un solo volumen todas las consideraciones artísticas aireanas diseminadas en sus novelas. Nadie lo hizo todavía, y acaso nadie lo hará nunca. Pero esa sola posibilidad alcanza para confirmar la intuición de que Aira, igual que Duchamp, no creó tanto una obra como más bien un discurso acerca de la obra.
En el fondo, los escritos sobre Taylor y sobre Duchamp no están tan alejados: el primero presenta como alegoría lo que el segundo enuncia como ensayo. En cuanto músico de jazz, Taylor es emblema de la vanguardia y, en ese sentido, disputa un espacio en la literatura argentina con "El perseguidor", el cuento de Julio Cortázar, alegoría su vez, con el nombre de Johnny Carter, de las peripecias de Charlie Parker. Los problemas de Johnny son en el cuento de Cortázar problemas eminentemente modernos: el artista "más que nunca solo frente a lo que persigue, a lo que se le huye mientras más lo persigue". Es un problema enteramente interior.
El Taylor de Aira, en cambio, indiferente y aun hostil al público, piensa en una relación con el mundo, precisamente por la vía de la creación de un público, un público que no existe y que la vanguardia debe crearse a sí misma a partir de la nada, contra toda expectativa. Pero el gesto, la provocación vanguardista, de Taylor sería impensable sin la precedencia de Parker, cuyo estilo radicaliza. La música de Taylor entra en pugna con el bebop del mismo modo en que Aira lo hace con Cortázar: el primero se inscribe todavía en la vanguardia, o la reivindica como propia; el segundo adoptó una inflexión moderna, de la que buscaba sin embargo despegarse a favor de la vanguardia. La inversión entre lo moderno y lo contemporáneo según Aira podría resumirse en la siguiente asimetría: el que corre y el que es corrido.
¿Cómo corrido? ¿Corrido por qué o por quién? Corrido para eludir la posibilidad de ser reproducido en fotos o en video. Una foto no dice nada de una instalación, ni de una performance, ni de los viejos happenings, ni de nada. Eso es una conquista del arte contemporáneo. La exigencia de que, para poder capturar su experiencia del aquí y del ahora, haya que estar allí. Fuera de ese aquí y ahora no queda nada artístico; sólo una huella documental. "Un arte de formatos, una épica de formatos en fuga", define Aira. La música, que atrasa en otras cosas, les sacó en esto a las artes visuales varios cuerpos de ventaja.
Voy a decirlo de una vez: estoy de acuerdo en casi todo con Aira (lo que no quiere decir que celebre el panorama tanto como él) salvo en un detalle. Escribe que Duchamp, y por extensión el arte contemporáneo (que él anota siempre en mayúsculas), "abre la vía a la verdadera creación, la no derivativa...". ¿Pero existe la creación no derivativa? Para Aira, que es un artista, sí; para mí, que no lo soy, es un supuesto insostenible. Todo procede de otra cosa. El propio Aira lo prueba: él mismo deriva de Duchamp y de Raymond Roussel y de Balzac y de...
La mayor ilusión de las vanguardias, su máximo encantamiento, consistió en convencernos de que habían nacido de la nada. Aquello que resulta insostenible desde la perspectiva de la historia del arte lo es, sin embargo, en el plano del programa. El artista que no se guía por esa ilusión adánica de hacer algo nunca hecho, irreconocible, tiene que dedicarse literalmente a otra cosa. Para eso hace falta no recordar nada. Yo necesito recordar. Aira quiere no hacerlo. Me lo dijo en esa misma confesión de hace poco más de un año: "Soy un esteta del olvido".