Una revolución tranquila
Se sabe que cuando un paciente se tiende por primera vez en el diván del terapeuta no balbucea ninguna respuesta; todas son preguntas, y cada una de ellas encierra cuestiones esenciales de esa persona.
Un país no es distinto, y pareciera que el nuestro, al fin, debe hacerse preguntas centrales con el único fin de alumbrar un poco su inconsciente colectivo para escrutar datos imprescindibles.
¿De dónde venimos? De una experiencia traumática que ha conmovido a toda la sociedad en un sentido o en otro. Es cierto que la sociedad ha votado pensando más en cerrar un ciclo que ante la posibilidad de un nuevo país. Los progresistas hemos demandado -y no hemos olvidado ese anhelo- un país normal. Bien: venimos de uno que no lo es. Un lugar en el que la igualdad era doctrina, pero que en la práctica se difuminaba ampliando los espacios de pobreza. La simetría entre el pensamiento y la acción fue una ficción, y de allí que se gobernara con el relato. Parece broma, pero sabemos después de Freud que ningún chiste es inocente.
Y esto nos lleva a la cuestión de quiénes somos. Porque cómo saber qué nos define cuando el relato que nos hemos hecho de nosotros mismos no coincide, de manera dramática, con nosotros.
Somos un país sociológicamente progresista. Un grupo humano que, mayoritariamente, propugna la igualdad, que es solidario, que lucha por la dignidad y que defiende la justicia no puede ser otra cosa. La costura del sentido común cede cuando se intenta salir de este espacio. La suma de voluntades que hay en Cambiemos intenta defender estos valores, pero puede que, como el anterior gobierno, se quede con un relato mientras la realidad, terca, derive hacia otro lugar. La macroeconomía no es la posibilidad de un equilibrio a tanta altura que los ciudadanos no llegan con su mirada. Macroeconomía es que a un ciudadano no le falte más que a otro. ¿Qué parte de esta frase no se entiende? La Corte es justicia. Debe serlo. Los trabajadores con trabajo. El gobierno saliente parecía no comprender el significado de "el otro". Para ellos, era la patria en el relato, pero a la hora de consensuar criterios el "otro" no aparecía. En el nuevo relato de este gobierno el otro es un sujeto que se debe adaptar a la realidad y no viceversa. Ignoran tal vez, con su eficacia de gestión empresarial, que gobiernan para la comunidad y no para un mercado; que administran para ciudadanos y no para consumidores. La realidad se transforma con política; el mercado, con marketing. El relato suele ser esto último.
Con este relato, entonces, no vamos a ninguna parte. O al menos, a ninguna parte comunitariamente sensata. Y no siempre hay nuevas oportunidades para regresar ilesos del lugar equivocado. Hoy debemos volver de un escenario con un 30% de los argentinos viviendo por debajo del umbral de pobreza. ¿Vamos a incrementarlo?
Los progresistas no podemos ni vamos a perder la coherencia de defender las políticas que nos conduzcan a un país normal. Si no es éste, el que se está perfilando desde el poder, nuestra oposición crecerá como una opción tranquila, pero sin freno. Una revolución tranquila. Un cambio que vaya más allá de la City. Porque la democracia no es un relato, es algo que se ve y se toca.
Presidenta bloque Diputados Socialistas
Alicia Cicilliani