
Una travesía por los lugares que Verdi habitó y amó
Espacios cruciales en la vida y en la obra del compositor de La Traviata conservan su magia
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PARMA, ITALIA. Que la devoción por Verdi implique escuchar su música con asiduidad no descarta la posibilidad de visitar los ámbitos que el Maestro frecuentó y habitó. Elijo algunos que me vinculan a antepasados que, como el compositor, fueron parmenses. Son paisajes en las llanuras del Po, región fértil pero inhóspita, en invierno abrumada por una niebla que torna dudosa toda presencia animal o vegetal. Aun reconociendo el ascetismo del paisaje, el Maestro declaraba que no existía otro lugar en el que, como aquí, pudiera reencontrarse consigo mismo.
Comenzaremos en el Teatro Regio, de esta ciudad, para saltar al pueblo de Busseto y después al solar de Sant’Agata, en Villanova sull’Arda, en la provincia de Piacenza. Las distancias dejan imaginar que a mediados del ottocento no sería fácil el traslado en coches a caballo, como algunos de los que hoy el visitante de la villa descubrirá en un garaje, que constituían la colección del Maestro.
Afiches y fotografías eternizan, en dependencias del Regio, piezas líricas capitales de la producción verdiana: Nabucco ( 1840), Ernani ( 1844), Macbeth (1847), Rigoletto (1851), Il Trovatore (1853) o Aida, que irrumpió en 1871 en El Cairo, con la inauguración del Canal de Suez. Por qué todas (o casi) gustaron a públicos tan diversos es algo que encuentra explicación en los alcances de su discurso instrumental y cantado, con el que roza la realidad histórica (metaforizada) a través de pasiones individuales.
La proyección popular de Verdi, que irritaba a algunos de sus contemporáneos, se revela no tanto en localismos como en una deliberada naïveté, a veces difícil de desentrañar. Sin olvidar su conciencia cívica, en el marco del movimiento risorgimentale de Mazzini y Garibaldi, en pos de la unidad nacional (Italia se unificaría en un reino común en 1861); luego, impulsado por Cavour, se integraría al Primer Parlamento italiano, en Turín: para el pueblo encarnaba un héroe nacional, aunque no fue la política su vocación sino la composición para la escena y el cultivo de su increíble parque, en Sant’Agata. Es parte de la compleja personalidad de este conservador liberal que, en lo artístico, basculó entre lo tradicional y lo nuevo.
El vínculo del compositor con Parma no parece haber sido profuso; de hecho, ninguna de las obras mencionadas fue originalmente estrenada en el Regio, magnífica arquitectura con sala all’italiana tradicional, inaugurada en 1829. Sin embargo, ningún teatro mantiene en su repertorio, como éste, toda la producción verdiana, como si se tratara de un tributo al máximo artista que dio la región. En la sastrería del Regio, febrilmente, se está confeccionando todo el vestuario destinado al Festival Verdi 2015 (del 1 al 31 de octubre).
Al día siguiente, bajo una lluvia impiadosa, nos largamos a Busseto, a unos 35 kilómetros del centro de Parma. Al pasar por Roncole (un área suburbana de Busseto), se divisa la modesta casa con techo a dos aguas, hoy convertida en museo, donde nació el compositor.
Giuseppe Verdi (1813-1901) dio su primer paso significativo a los 19 años, cuando en Busseto obtuvo el subsidio para estudiar en Milán. Por eso interesa recalar en su biblioteca, dirigida por el maestro Corrado Mingardi, que se ha convertido en un "humilde custodio de libros" pero que, en realidad, es un erudito verdiano. "No en lo musical", advierte: su sabiduría apunta al hombre. Revela que fue en la salita de la biblioteca donde, en 1832, se reunieron los consejeros que asignaron aquel subsidio que costeó la formación de Verdi, en Milán, durante tres años.
Mingardi cita una irreproducible expresión que el Maestro profería cuando se defendía de injurias, como para ilustrar de entrada la fiereza de su personalidad. Esa vehemencia recuerda las reacciones de Arturo Toscanini, otro parmigiano furibundo, que solía castigar a los músicos de sus orquestas. "Verdi era todavía peor", responde Mingardi. Sobre las lecturas íntimas del compositor, explica: "Los anaqueles de la casa de Sant’Agata albergan clásicos de toda época, y también está la biblioteca musical, junto a la habitación del Maestro, con bocetos y libretos de sus óperas. Hay una instancia intermedia que se llama «selva», vocablo técnico para designar el pasaje de la fuente literaria al libreto musical, con divisiones en actos y escenas, para que el libretista hiciera lo que él necesitaba. Porque Verdi intervenía en todo el proceso de composición. En Nabucco, después de «Va pensiero», Temistocle Solera había puesto una escena de amor. Verdi le decía: «No, aquí quiero una profecía de Zacarías, el sacerdote hebreo». Pero Solera no quería eliminar el dueto de amor. Entonces el Maestro lo empujó a una habitación y lo encerró con llave: lo soltó sólo cuando Solera aceptó escribir aquella profecía".
Mingardi señala que el compositor y Giuseppina Strepponi, su mujer, vivieron en Sant’Agata durante casi 50 años. "Allí compuso lo mejor de su producción –apunta–; leían a Carducci, Goethe, La Fontaine, Heine y Dumas. Y a Shakespeare, la más clara fuente en la que abrevó el maestro." En esa mansión recalaremos al día siguiente: cada mueble y cada tapiz (adquiridos en París), cada escultura y cada libro permanecen en el sitio que les asignaron sus ocupantes originales; el piano en el que el maestro componía continúa en su habitación, junto a su cama. Pero ya no flota el vapor de la cocina, con olor a aquellas coles recogidas de la quinta que el propio Maestro cultivaba.
El célebre parque neoclásico (siete hectáreas, con su laguito) exhibe una frondosidad que Verdi acaso no imaginó cuando plantó esa inmensa variedad de especies traídas de otros continentes. "Todo es obra de él, incluida la casa, que amplió bajo su estricta conducción, como inmejorable arquitecto", explica Angiolo Carrara Verdi, último descendiente de esta estirpe, quien ocupa un sector de la residencia con su familia. "Hasta ideó un sistema de riego –sigue– para desviar el agua de un torrente cercano."
Cuesta concebir la múltiple capacidad de este hombre que, además, administró en persona los cultivos de varias haciendas, hasta convertirse en uno de los terratenientes más ricos de Italia. De una mansa generosidad oculta, que los campesinos agradecieron y que contrastaba con su furia que, para siempre, sigue rugiendo en sus partituras.





