Vampiros. Exorcistas de los miedos de su época
Además de encarnar la fantasía de lo prohibido y la tentación de la inmortalidad, la leyenda del vampiro tiene una lectura política: pone en escena el terror colectivo sobre el "otro invasor" de cada tiempo
De pesadilla gótica victoriana a fantasía erótica contemporánea, la estética del vampiro, tanto en la literatura como en el cine, ha ido variando. Del tenebroso Bela Lugosi -que encarnó a un Drácula que pronunciaba el inglés con un fuerte acento rumano: "shillldrrren of the nait"- al supercool Edward Cullen y su polémica capacidad de brillar a la luz del sol, los hijos de las tinieblas ya no son lo que eran.
En el cine los hubo desde calvos y en la frontera de lo animal -como el Nosferatu de la película muda de 1922- hasta escondidos bajo las curvas de Salma Hayek (Del crepúsculo al amanecer, de Quentin Tarantino, 1996). Ni siquiera Tim Burton se privó del privilegio de demostrar que Johnny Depp puede fracasar estrepitosamente haciendo de vampiro en Sombras tenebrosas (2012), una película que prometía secuelas que jamás llegaron. La tele también hizo lo suyo: de una serie de culto como Buffy, que escaló hasta el punto de tener un spin-off (Angel), se llegó a productos contemporáneos como The Vampire Diaries o True Blood, favoritas entre los cinéfilos más jóvenes.
Pero la narrativa sobre vampiros se remonta a un pasado bastante más lejano. "Las historias de espíritus, demonios o criaturas no-muertas que necesitan de la sangre de otros para vivir son parte de la mitología en muchos lugares del mundo", explican los escritores y editores Andrew Miller y Daniel Clark en un ensayo incluido en el libro Writing Fantasy & Science Fiction (Writer's Digest, 2013). De hecho, aun cuando Vlad el Empalador -la presunta inspiración del conde Drácula- ligara en forma casi inseparable el legendario hematófago con Transilvania, lo cierto es que el mito le antecede y por mucho.
"En La Odisea, por ejemplo, Odiseo desciende al submundo, pero no puede hablar con las sombras de los muertos hasta no haberlas alimentado con la sangre de un cordero sacrificial", continúan Miller y Clark. Una leyenda inglesa del siglo XII narra cómo un hombre que había muerto sin confesar sus pecados, tras ser sepultado en suelo cristiano, sale de la tumba todas las noches para vagar por la ciudad y esparcir una plaga asesina. Cuando finalmente es capturado, brota de su cuerpo la sangre de todas sus víctimas. "En 1610, Erzsébet Báthory, llamada ?la condesa vampírica de Hungría', fue condenada por utilizar la sangre de sus lacayos en distintas pociones", continúa el texto del Writer's Digest. En la Argentina, Vampiria, editado por Adriana Hidalgo, recogió hace unos años 24 historias de vampiros, "de Polidori a Lovecraft".
Pero ¿qué representa el vampiro? La simbología detrás de estos oscuros seres de colmillos afilados y dieta alta en glóbulos rojos ajenos parece contener elementos en común, que se han mantenido a través del tiempo y de los diferentes formatos narrativos. Del Drácula de Bram Stoker, pasando por el Lestat de Anne Rice en su archifamosa Entrevista con el vampiro y llegando al pantanoso terreno de las criaturas crepusculares de Stephenie Meyer, los vampiros parecen tener dos características en común que han sobrevivido a todas sus encarnaciones.
Una es la carga erótica, un elemento ausente en las leyendas ancestrales, pero que nace con Bram Stoker y se perpetúa en el canon vampírico. La otra es el uso del vampiro como representación del gran miedo social e inclusive sociopolítico de su tiempo. Sí, debajo de la capa, en el fondo de ese féretro donde pasa sus noches, hay una lectura política de la leyenda del vampiro.
Había una vez en Transilvania
"El vampiro en la literatura de ficción se volvió popular en la Inglaterra del siglo XIX, pero el Drácula de Bram Stoker, publicado en 1897, marcó el camino de todos los que lo seguirían -afirman Miller y Clark-. Nuestra concepción contemporánea del vampiro elegantemente vestido, eróticamente atractivo e intrigantemente extranjero se remonta a esta obra y a sus adaptaciones cinematográficas."
Sin embargo, el conde más famoso de Transilvania es mucho más. Representa un temor sociocultural de la Inglaterra de su tiempo: la "invasión" de la sociedad inglesa por parte de una nobleza de Europa del Este que repudiaban. Para su época y contexto, aquellos países de la Europa continental más remota encarnaban la decadencia de la clase noble y el atentado contra todo lo bueno de ser british.
"La segunda mitad del siglo XIX está marcada por un fuerte ordenamiento social. De hecho, los reglamentos de la mayoría de los deportes tradicionales se institucionalizan en esa época", explica el politólogo y magíster en Comunicación Política de la Universidad de Santiago de Compostela Santiago Rodríguez Rey. "Mucha de la literatura de ese momento está teñida de darwinismo social. En un momento en el que se busca ordenar, ver a Europa del Este como una amenaza es algo inherente a la época, que no sólo tiene que ver con Drácula. En toda la obra de sir Arthur Conan Doyle en torno a Sherlock Holmes hay 'villanos' llegados de Europa del Este. Fueron tiempos en que el mundo se fue ?ampliando' hacia ese lado, ya no como conquista, sino con la conciencia de que existía gente, culturas, relaciones comerciales y hasta una realeza que compartía algunos códigos."
¿Había acaso un miedo social a que la Europa "menos civilizada" llegara para destruir la pax victoriana? Stoker, por lo pronto, carga su novela de símbolos que abren el juego a esa interpretación. Por ejemplo, su Drácula no sólo duerme dentro de un féretro, sino que también el cajón está lleno de tierra traída desde su Rumania natal. Pero, además, la ayuda para derrotar al vampiro llega encarnada en el profesor Abraham Van Helsing, un científico holandés que representa la amistad con los países vecinos. La troupe de cazadores incluye también a Quincey Morris, un acaudalado jovencito tejano que parece estar demasiado enamorado de su cuchillo, aunque seguramente eso sea tema para otro análisis... u otra sesión de terapia.
Monsieur le vampire
Entrevista con el vampiro, de Anne Rice -un viaje plagado de tensión homoerótica- es un libro que llega al público en un momento histórico completamente distinto y que, sin embargo, también admite una lectura social, política e histórica. Y si Drácula habla de la relación entre Gran Bretaña y Europa del Este, las andanzas de los vampiros Louis y Claudia buscan desentrañar el lazo entre Estados Unidos y el viejo continente.
La historia se inicia en Louisiana, en 1791. Lestat, un vampiro "formado" en Europa, simboliza la corrupción moral del otro lado del Atlántico instalada en una jovencísima América. Lestat es un terrateniente. Tiene plantaciones de algodón. Se come a sus propios esclavos, lo cual no es poco. Su discípulo acaba siendo Louis, un vampiro de buen corazón, que en sus inicios se resiste a beber sangre humana y se alimenta de animales, inaugurando la era del "vampiro naturista" tres décadas antes de que Stephenie Meyer publicara una sola línea.
La lucha de Louis es por despegarse de la presencia tóxica de Lestat -que a lo largo de todo el libro desarrollará una cierta manía por morir y resucitar-, motivo por el que huirá a Europa con Claudia, una vampiresa de cinco años a la que adopta como a una hija. La primera parte del periplo los llevará a Europa del Este, donde los vampiros son seres decadentes, en estado de descomposición; son apenas sombras. El verdadero esplendor vampírico lo hallarán recién en París, donde las criaturas de la noche son tan hermosas y tan aparentemente humanas como ellos, pero moralmente siniestras. Y aun cuando Louis será seducido por Armand -el vampiro original, el que iniciara a Lestat, la fuente de todo mal-, acabará partiendo. Para volver a América. A casa.
La novela de Rice nace como un cuento escrito en 1968, que se expandiría para publicarse como novela casi una década después. Son años intensos. En un mundo convulsionado, replantearse el propio lugar en ese mapa y explorar los orígenes, la identidad nacional de esa cosa enorme llamada Estados Unidos, era una idea perfectamente válida.
"En todas estas lecturas hay mucho de política", afirma la profesora y escritora Flavia Pitella. "Está muy presente la idea del otro, el diferente, como peligroso. Pero inclusive, yendo más allá, detrás de toda literatura gótica están las teorías psicológicas con respecto al doppelgänger." El término -alemán- al que refiere Pitella alude, en la narrativa, al "doble fantasmagórico" de una persona, a su lado perverso. Inclusive, como un elemento utilizado hasta el hartazgo en el culebrón, al gemelo malvado. "El gótico siempre plantea el dilema de lo oscuro, de lo nefasto; que a veces está afuera, pero muchas veces está dentro", continúa Pitella. "El miedo no sólo es al peligro que viene del exterior, sino también al peligro dentro de uno mismo que, puesto en otra circunstancia, es el equivalente de Jekill y Hyde. El vampiro y el hombre lobo encarnan al lado oscuro de una persona. Y la idea de que el enemigo está adentro es muy poderosa."
El dilema del colono
Crepúsculo, la serie creada por Stephenie Meyer -una bendición para el mercado, una maldición para la literatura-, se mueve en otro terreno. "El vampiro encarna lo prohibido, el deseo desenfrenado, el erotismo, todos temas que apelan mucho a los jóvenes", dice Violeta Noetinger, editora de Alfaguara, el sello que publica a Meyer en la Argentina. "Por otro lado, la temática del amor imposible es un clásico desde Romeo y Julieta. El hecho de que él sienta una sed irrefrenable por ella hacen que la relación parezca imposible desde el comienzo. Y desde ahí, la combinación es poderosa, magnética. Pero además, en un mundo donde la tecnología ha conquistado casi todo, la muerte sigue siendo algo inevitable. Y los vampiros juegan con la fantasía de conquistar la muerte a través de la muerte".
Hay también un lectura histórico-política detrás de la serie, que "actualiza el dilema del colono al siglo XXI", afirma Flavia Pitella. Y tiene que ver con el rol del hombre lobo.
En el canon de Crepúsculo, para cuando los vampiros llegaron a América, los hombres lobo ya estaban ahí. Habría guerra y luego una paz, que sería traicionada por una facción de vampiros que ofician de villanos de la semana. Así, mientras la trama pasa por ese amor shakespeareano entre una pareja que pertenece a mundos diferentes, lidiando con la tentación de convertirse al lado oscuro para vencer a la muerte, hay en segundo plano una historia donde los pueblos originarios -los licántropos- defienden su tierra del invasor. Pero va más allá, con un mensaje que no por infantiloide deja de ser cierto: no todos los invasores son iguales.
El villano del futuro
Parece subyacer en toda literatura vampírica un marco geográfico y sociopolítico, pero son todos conflictos del pasado. Hoy, el villano de turno en el mapa geopolítico es Estado Islámico. Cabe preguntarse: si el vampiro del pasado siempre fue el "invasor" de otra cultura, ¿podrá el vampiro del futuro ser jihadista? En Europa y en Estados Unidos, el extremismo islámico ya no está en el afuera. Los atentados en suelo propio lo prueban. Es parte -la parte oscura, el doppelgänger- del multiculturalismo, ese que Donald Trump pretende esconder tras un muro o deportar fuera del territorio.
"El villano del siglo XXI es el que nos confronta con el caos de un mundo incierto", agrega la escritora Tiffany Calligaris, autora de las sagas de fantasy juvenil Lesath y Withches (Planeta). "Las sociedades cambiaron. La tecnología influye en la forma en que nos comunicamos. La contaminación amenaza con provocar daños irreversibles. En medio de todo esto, el ser humano busca aferrarse a lo familiar, busca estabilidad. El villano más temido no será el que rompa esa estabilidad, sino el que nos obligue a lidiar con males que muchas veces ignoramos, porque no nos afectan de manera directa."
Más audaz, el politólogo Santiago Rodríguez se explaya: "Estado Islámico trabaja en dos niveles. En uno, son equiparables a los zombis, que se mueven en masa y no piensan. El mundo occidental los ve así, como zombis con la cabeza lavada, y siente un fuerte rechazo. Creo que los zombis van a ser usados en la narrativa del futuro como el gran símbolo de ese movimiento que ?te come el cerebro'. Ahora, lo que hace Drácula con Mina es conquistarla. No la toma a través de la fuerza. La seduce. Y el miedo de Occidente hoy para con Oriente no pasa sólo por ese movimiento de ?tropa zombi', sino también por cierta carga de seducción. Esto se ve sobre todo en Europa, donde hijos de inmigrantes se dejan tentar por la propuesta y terminan como combatientes en Siria. El zombi puede remitir a una idea antigua de la guerra: grandes números, cargas de caballería en masa. El accionar del vampiro, en cambio, se parece más a la guerra moderna: quirúrgica, en el detalle, yendo uno por uno. Con este comportamiento dual, que incluye la seducción del vampiro pero la hostilidad del zombi, el islam podría ser tranquilamente el 'cuco' sobrenatural de la próxima narrativa".
La fantasía es una forma de expiar demonios. Y no sólo demonios personales, sino también grandes temores sociales. A la invasión. A la pérdida de la identidad. A la tentación. "La literatura es una forma de enfrentar los miedos en un contexto en el que nos sentimos seguros", afirma Calligaris. "El mundo fantástico crea distancia y camufla los temores, de modo que a veces cuesta reconocerlos."
Pero están ahí. Siempre. Insertados adrede por un autor comprometido con su tiempo. O infiltrados de manera accidental por el subconsciente del escritor. Quizás sea ésa una buena forma de entender a qué le teme un pueblo: leyendo lo que sus autores escriben sobre vampiros.