Verónica en el conurbano
Antonio viene a buscar la comida todos los sábados al comedor de la capilla, siempre fuera de horario; por lo general viene en malas condiciones (algunos lo tildarían de “fisura”). A veces se ha dado el diálogo entre alguna de las colaboradoras que se declara en contra de darle su porción de comida porque viene fuera de hora y porque viene en ese estado y otras que lo comprenden y sacan la cara por él diciendo “es mi amigo, pobre. Viene a esta hora porque después va a cartonear”.
Ese plato de comida a la semana preparado con amor y dado por estas mujeres me hace acordar al gesto de Verónica: una tradición dice que una mujer llamada Verónica se acercó a Jesús, que cargaba con la cruz, y le enjugó el rostro con un lienzo. La tradición también dice que, en agradecimiento a ese acto de ternura, quedó grabado el rostro de Jesús en ese lienzo. Es la sexta estación del vía crucis cristiano. Verónica representa a esas mujeres que –como Tere, Norma, Luciana, Ceci y tantas otras– dan de su tiempo y sobre todo de su amor para limpiar un poco el rostro humillado y trajinado de Cristo hoy, ese Cristo que dijo que se haría presente en los pobres, los que tienen hambre, los que están sin ropa, los enfermos, los presos.
Ante tanta crisis social, económica, política, moral, ese gesto a lo Verónica en el conurbano parece muy poco, pero estas mujeres con su gesto introducen la ternura en medio de los corrales del rencor, el enojo, la violencia social; generan un pequeño espacio sagrado.
La realidad es la que es, la vemos a diario con solo abrir un poco los ojos. Al fragor de la crispación unos dicen que a “los fisuras” hay que echarlos, otros los llaman “lacras”, otros “planeros”, y así van rodando por la vida; muchas veces ellos mismos no creen ni que merezcan lugar en nuestras iglesias. Unos los desprecian públicamente, otros los usan para sus propósitos políticos, pero ellos siguen ahí sin esperanzas de salir (el 80% de los jóvenes creen que su situación no va a mejorar por más que estudien, dice un estudio del CIAS de reciente publicación). Los pobres siguen ahí, a merced de los pilatos de los “macronúmeros” que se lavan las manos, deambulan bajo el juicio de las “gentes de bien”, que como los fariseos los señalan con el dedo como culpables, o viven rehenes de los zelotes que los usan como excusa para la violencia y para sus propias agendas políticas.
Mientras Antonio y los cristos de los márgenes siguen esperando, siguen cargando con pesadas cruces que no se aprecian detrás de los vidrios de los coches, o en el apuro que todos tenemos para llegar “siempre tarde a donde nunca pasa nada”, como cantaba Serrat.
Verónica al menos hizo un gesto, un gesto de ternura con Cristo. Hoy miles de Verónicas lo hacen en comedores barriales, centros de rehabilitación, espacios comunitarios, apoyos escolares, retiros espirituales para quienes están rotos y en intento de recuperación, comunidades de Hijos pródigos.
Hay mucho dolor, y cada vez hay más insensibilidad; Pilatos y Herodes se juegan a las cartas un lugar en las listas electorales. El Fondo y el tras fondo prometen dólares que no alivian a los cristos fisurados, ni a los sin esperanzas. Las Verónicas no se inmutan, siguen enjugando rostros desfigurados por el dolor, para que al menos por un rato, recuperen su imagen de seres humanos, dignos de Amor.
Estamos en Semana Santa, es cierto que es una festividad religiosa para un sector del cristianismo, pero tal vez, más allá del credo que se profese, sea un buen momento para reflexionar sobre la imagen de Verónica, para que cada uno de nosotros se decida a aliviar por un momento algún rostro sufriente que carga una cruz demasiado pesada. Ya que Pilatos y Herodes no colaboran mucho, hoy son las Verónicas las que alimentan la esperanza.
Jesuita
