Vientos de cambio para el cine argentino
La política cinematográfica del gobierno saliente ha resultado una estafa a los habitantes de nuestro país ya que, cuando pagamos un 10% de impuesto en los cines y comercios de videos e, indirectamente, cuando encendemos el televisor, tenemos la esperanza de que esta industria nos dé algo más que diez largometrajes anuales que son los que la gente ve y mucho más de un centenar que muy pocos ven. Si uno paga este impuesto destinado al Fondo de Fomento Cinematográfico es para que el cine argentino nos devuelva expresiones de arte o cultura, de testimonios históricos o sociales, de muy buen cine o, por lo menos, buen entretenimiento con adecuada difusión publicitaria.
No digo que entre las películas que poco se han visto no haya muchas que tengan grandes méritos, pero la realidad ha sido que decenas de muy buenas realizaciones no llegan a conocimiento ni siquiera de un cierto número de espectadores. Mi respuesta a un joven colega que culpaba a los distribuidores y exhibidores fue que el mayor enemigo del llamado Nuevo Cine Argentino es el Nuevo Cine Argentino: si se estrenan dos o tres películas semanales con casi ninguna difusión en salas que, como el Gaumont, puede programar un estreno en unas pocas funciones diarias y a la semana reduce esa oferta a la mitad, es imposible que se origine una corriente de público que, como ocurrió con la generación del sesenta, tuvo un moderado apoyo de taquilla, una crítica favorable y una presencia en festivales que repercutió en nuestra prensa. Pero eran solamente unas pocas obras anuales, no ciento y pico. En el mismo sentido, si Mundo grúa y Pizza, birra, faso se hubieran estrenado este año, ¿hubieran tenido tanta repercusión? Para esconder un elefante nada mejor que mezclarlo con cincuenta elefantes. El tema a discutir con las nuevas autoridades del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, Incaa, es cómo darles salida a los cientos o miles de estudiantes que egresan de una enorme cantidad de escuelas de cine que hay en todo el país. O una segunda oportunidad a quien haya hecho una buena opera prima. En la provincia de Córdoba hay más estudiantes de esta carrera que en Francia; en la Argentina, que en la Comunidad Europea.
El otro punto a resolver es la imprescindible necesidad de cambiar la política oficial respecto del cine industrial, es decir, el que realiza obras que exigen los mayores presupuestos de producción y difusión. Para ello debe modificarse el sistema de fomento imperante hasta ahora, cumpliendo con la ley de cine que permite otorgar créditos de hasta el 50% del presupuesto real y pagar subsidios de hasta el costo reconocido. Para ello debe modificarse el "costo promedio" fijado por el Instituto que es tan falso como el Indec.
Es muy necesario crear nuevos nombres de intérpretes convocantes, no puede sobrevivir una industria con tres estrellas taquilleras, Darín, Francella y Suar. En los tiempos de oro del cine nacional había por lo menos 20 actores que encabezaban un elenco y no menos de 10 actrices liderando un cartel atractivo. Hoy no los hay. De la misma manera que las películas de mi colega Campanella llevaron al estrellato a Ricardo Darín, con talento pero también con dinero, es fundamental que haya una continuidad de largometrajes con intérpretes que atraigan al espectador. El cine es una actividad de terrible competencia y más ahora cuando los productos hollywoodenses han modificado el gusto del otrora mejor público cinematográfico del mundo, aquél que adoraba las películas europeas y que apoyó el criterio de un selecto grupo de críticos rioplatenses que descubrieron a un Ingmar Bergman desconocido en el mundo entero.
En 1948 comencé a trabajar en cine profesional coincidiendo con una gestión de los productores y sindicalistas que -debido a los mayores costos producidos por las justas reivindicaciones laborales- solicitaron al presidente Perón una ayuda financiera que fue legislada de inmediato por el Congreso Nacional. Se trataba de un impuesto de 10 centavos sobre toda localidad vendida que se repartía un 50% para la Fundación Eva Perón, un 10% para la entidad mutual de los empleados de cines y distribuidoras y un 40% para los productores que lo recibían en función de lo invertido, principalmente en sueldos de obreros, técnicos e intérpretes no protagónicos. Como no existía el instituto, estos dineros los distribuía la Asociación de Productores de Películas Argentinas. ¿Cuántas personas se ocupaba de administrar este fomento? Cuatro: el gerente, su secretaria y dos contables. Entre los años 1948 y 1955 se produjo un promedio de 35 largometrajes anuales o sea cerca de 250 producciones industriales beneficiadas con este apoyo financiero. En 1973, con el entusiasmo del regreso a la democracia se produjeron muchos largometrajes que hicieron que el año siguiente fuera memorable en materia de estrenos: La Patagonia rebelde, Boquitas pintadas, Quebracho, La gran aventura y comedias con Sandro, Palito Ortega, Olmedo y Porcel. Esto provocó que los gerentes de las majors vinieran a Buenos Aires a averiguar qué pasaba con sus películas que no conseguían salas de estreno. Muy simple: las nacionales copaban la plaza cinematográfica. No se sabe en concreto cuántos empleados y contratados tiene hoy el Incaa pero se habla de alrededor de 1000 con fondos superiores a los 600 millones de pesos. ¿Para diez películas, que es lo que el público realmente ve? Creo que también para nuestro cine deben soplar vientos de cambio.
Director y productor cinematográfico
Héctor Olivera