
Tomás: El pendejo vende humo
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Era Semana Santa del 2009 y me había ido con tres amigas a Córdoba. Sentimentalmente estaba a media máquina, había conocido a Juan -el desvirgador- seis meses antes y andaba boyando sin suerte. Estaba en esa época en que te mirás al espejo y sólo ves fealdad.
Pero bueno, por suerte están las amigas que te dicen cosas lindas -aunque capaz ni crean lo que dicen- y que te prometen que tu suerte va a cambiar. Yo, la verdad, estaba harta de escuchar la frase de mier* esa de "cuando menos lo esperes va a llegar". No llegaba, no llega, no llegó. Y a veces pienso que no va a llegar.
Pero desde ese viaje y por un mes y medio, algo cambió. Estábamos en un bar, no había mucha gente y vi a un pibe sentado en una mesa. Tenía un pañuelo y bastante onda. Al instante asumí que no era posible. Me emborraché, hice algún papelón y sus amigos se acercaron. Escuché la conversación de mi amiga Pilar con el chico de pañuelo. Estudiaba publicidad, amaba el cine, blablabla. Todo encajaba. Me salió del alma una sola palabra. Cual loca caminando sola, iba yo delante de ellos cuando dije: "Típico".
Era tan típico que me "enamore" del estereotipo. Tan obvio, tan básico. Que me salió del alma. Tomás escuchó y quiso entender qué quería decir yo con "típico". A veces es insólito cómo podés ganarte un pibe por irreverente.
Nos dimos unos besos esa noche y la que siguió. Me pidió el teléfono en el auto antes de despedirnos y me llamó a los 10 minutos para desearme buenas noches. ¿El detalle? Yo tenía 25, él 22. Y en ese momento, me parecía mal salir con pebetes.
Llegué a Buenos Aires y me empezó a llamar. Hablábamos todos los días horas por teléfono. Me pasaba a buscar, me ayudaba a cuidar a mis sobrinas. Un día conocí su casa, fui a ver una película. Obviamente apenas empezó la trama pasó a segundo plano y empezamos a darnos besos. Vivía solo en un departamento en Congreso, tenía un patio chico con una hamaca paraguaya que era lindero a una especie de cúpula de un edificio viejo. Era el cielo.
Me dijo de ir a fumar a la terraza. Trepamos por el techo y llegamos a un lugar increíble: se veía gran parte de la ciudad, las antenas, las luces, el Congreso. Me abrazó. Yo, de boluda que soy, me sentía en una película de Hollywood. El pendejo, ex futbolista, publicista, con un lomazo, me estaba abrazando en la mejor vista panorámica a la que había accedido en mi vida. Más platónico, imposible. Ya lo sé. Pero en el momento no lo podía creer.
Esa noche intentamos tener sexo, pero como no todo puede ser tan perfecto, a él se le bajó. Lo hablamos. Me dijo que acababa de cortar con una ex, que estaba un poco nervioso, etc. Lo consolé. Me fui a mi casa rara. Era el segundo pibe con el que estaba en mi vida y pasaba esto. Pensé que tenía que ver conmigo.
La segunda visita a la calle Callao fue distinta. Después de esa noche él se había puesto más insistente que nunca y yo estaba tímida. La escena se repitió: película, besos en el living. Después entré a su cuarto y empezamos a darnos besos apoyados en una pared, él se sacó la remera y me levantó (tenía absolutamente todos los músculos marcados). Yo estaba tan bien... Esta vez sí funcionó. Fue corto y su tamaño era tirando a chico. Pero la verdad, no era muy ducha en la materia. A los 10 minutos él quiso de nuevo y no se pudo. Fui yo... Le expliqué que era la tercera vez que estaba con alguien.
El pibe me miró con cara de superado, como si fuera un pecado o un problema. Me quedé a dormir ahí, medio incómoda. No pude pegar un ojo y me levanté en medio de la noche. Él roncaba como un tronco. A la mañana temprano me fui.
El flujo de llamadas pasó de 1000 a 0. Le mandé un par de mensajes, quería entender. Él se hacía el boludo: "Me estoy yendo a Córdoba" y cosas así. Así fue que entendí que el viejo refrán del que "duerme con niños amanece mojado" algo de cierto tenía. Pero nunca terminé de entender qué fue lo tan fatídico de esa noche para que se borrara de esa manera.
¿Ustedes qué piensan?



