
Una cita mundial con la luna llena
Todos los meses, en Koh Phangan, las playas reciben a miles de visitantes que dan rienda suelta a la alegría
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KOHPHANGAN, Tailandia (El País, de Madrid).- ¿Existe el paraíso? No sólo eso, en sus playas se celebran las fiestas trance y tecno más legendarias del planeta. Lo que comenzó siendo un aquelarre de hippies nostálgicos se ha transformado en la mayor de las juergas globalizadas. Sólo hay que esperar cada mes la luna llena, cuando se encienden los sueños.
Koh Phangan, el nombre del paraíso, ha sido durante siglos una isla de Robinson y piratas escondida entre las aguas del golfo de Tailandia. En sus playas crecen cocoteros y palmeras; en sus junglas, el caucho, el mango y la papaya. No hay ni aeropuerto, ni McDonald´s, ni hoteles con estrellas; sus carreteras apenas están asfaltadas, pero cada mes, cuando se acerca el plenilunio, miles de jóvenes de todo el mundo descienden por su embarcadero para asistir a la rave más famosa del trópico.
Todo empezó una noche de 1988. Suttie, un tailandés en la cuarentena propietario del Paradise, uno de los pocos alojamientos que existían en la playa de Hat Rin (al Sudeste), organizó una fiesta para despedir a un amigo europeo: "Llevamos altavoces a la playa, éramos unos 50. Lo de la luna fue casual, y la fiesta, un éxito, así que me pareció buena idea repetirla en luna llena". Entonces, el boca en boca y los flyers repartidos entre Bangkok y Ko Samui empezaron a funcionar.
De los que llegaron a Phangan, algunos lo hicieron desde Goa, el pequeño Estado al sudoeste de la India, donde se originaron las Full Moon Parties (FMP) en los años setenta y que deben su fama a los excesos narcóticos y sexuales que escandalizaron a unos y embelesaron a otros. Aquello ya es pasado: la policía india se cansó de fiestas y hippies, y hoy en la ex colonia portuguesa crecen los hoteles con piscina.
Como Goa, Hat Rin fue durante años territorio libre para la experimentación. Los pocos bares existentes anunciaban en sus cartas, como si se tratase de coffee shops holandeses, suculentas alquimias. En 1990, medio millar de personas se reunía cada mes en la playa a bailar alrededor de las hogueras. La Nochebuena de 2000, unas 10.000 personas se congregaron en la FMP del milenio.
Batalla de sonidos
Son las doce de la noche del día D. La Full Moon Party lleva tres horas en marcha. La luna gigante que esperábamos permanece agazapada tras las nubes. Cerca de 6000 personas han ocupado los 500 metros de playa. La mayoría, israelíes (un 70 por ciento en temporada baja), pero también europeos, japoneses, americanos, australianos y tailandeses curiosos. Al no haber un único organizador, cada bar de la playa monta su fiesta. Saturados altavoces compiten en una batalla disfónica. Del sonido de Everything But The Girl, en el Orchid se pasa, quince metros más allá, a la de Underworld, en el Cactus o la de Bloodhound Gang en el Drop-In. Del house y Ôdrum´n´bass en el Frog al trance sicodélico en el Vinyl o al tecno y trance en el Paradise. Cada lugar crea su ambiente: podios de madera para bailar y neones fosforescentes que nublan la vista.
A las nueve de la mañana continúan bailando en la playa unos 1500 autómatas. Pocos saben que acaban de abrir el secreto mejor guardado de las FMP. El Backyard Club, sobre una colina al sur de Hat Rin, debe parte de su reputación a los DJ que movieron sus platos.
Allí empezaron algunos famosos como los británicos Lee Burridge o Danny Rampling. "Si aquí se gastara dinero y se mejorase la calidad de sonido, este sitio podría ser Ibiza", afirma Mark. El año último, sin ir más lejos, llevó su música el alemán Sven VŠth, uno de los preferidos por el público europeo.
Al mediodía siguen el movimiento y la música. Como tampoco parece que lo vayan a hacer las fiestas. Así lo cree Paddy: "Puede que este sitio termine convertido en Disneylandia, pero nada ni nadie puede acabar con las Full Moon Parties". ¿La próxima FMP? Consulte el calendario astrológico.
Asistencia perfecta, por DiCaprio
Dos días antes de la fiesta de un mes cualquiera, las tres calles de Hat Rin, a medio asfaltar, comienzan a bullir. Los restaurantes se convierten en improvisados cines que ofrecen durante todo el día los recientes éxitos de Hollywood. Omnipresente entre ellos La playa , novela de culto escrita por Alex Garland y estropeada en forma de largometraje protagonizado por Leonardo DiCaprio, que tiene parte de culpa de que el número de asistentes a las FMP se haya multiplicado últimamente. Se ha abierto la veda para la explotación turística, aunque todo se sigue pareciendo más a un mercadillo que a un centro comercial: proliferan cibercafés, agencias de viaje, restaurantes, peluquerías, academias de buceo y tiendas de tatuajes y piercing . Los recién llegados, mochila al hombro, buscan alojamiento entre los innumerables complejos de cabañas de madera o bambú que pueblan la playa. No es fácil encontrarlo a sólo dos días de la fiesta, así que muchos toman un taxi hasta otras playas del Norte u Oeste, donde en temporada baja hay bastante lugar.
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