Cómo es la esforzada vigilia del mes más caliente en los comedores populares
Allí se alimentan cientos de personas a diario y cuando se acerca diciembre aumenta la demanda; el impacto de la inflación en los sectores más desfavorecidos
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Un tupper, envases de alguna comida que ya consumieron, una cacerola, una asadera; todo funciona como recipiente para buscar un plato de comida. Poco antes de las 12 del mediodía “Lili”, como la conocen en el barrio, abre la reja blanca que tiene un cartel que dice “Los peques de la matera”. Es la señal de que ya están entregando comida. Revuelve la olla y con un cucharón de metal carga el recipiente que llegue.
“¿Qué tal Rene?”, le dice a un hombre que ronda los 70 años y viene todos los días. “Llevo para nosotros y para mi tía”, indica mientras le entrega a una de las voluntarias una bolsa con dos recipientes plásticos. Pasadas las 12 la calle de tierra de este barrio de Quilmes se empieza a poblar con los nenes que salen del jardín. “¿Hay merienda?”, pregunta uno de ellos. Otro, vestido de negro y con ojotas entra acalorado. Entrega su tupper, se queja por no haber podido dormir porque su primo lloro toda la noche y repite la pregunta: “¿Hay merienda?”.
“Yo me voy a dormir y pienso qué van a hacer estos chicos el día que yo no esté. Por más que no haga, ellos vienen; si me ven que estoy haciendo algo, ya entran”, relata la mujer de 60 años que hace 22 años que vive en esta casa. Tomaron las tierras en el año 2000, después de una quema. Adelante, vive su hijo y los ladrillos que ocupan parte del patio donde cocinan muestran que están construyendo otra casa detrás para otro de sus hijos.
“Anoche hicimos más de 24 kilos de fideos y nos quedamos cortos”, cuenta Liliana Pérez que el día anterior se durmió a las 2 de la mañana porque fue a asistir a una nena que había sido golpeada por su madre. “No solamente cocinamos, estoy en todo lo que pasa en el barrio”, agrega. Según sus cálculos, para la cena están entregando más de 200 raciones. “Hace dos meses que subió mucho, con una olla es imposible, viene la gente y no le podés decir que no”.
Media hora antes volcó los 5 kilos de arroz en la olla. Ya tenían lista la salsa con papa y como no tenían zanahoria, rallaron un zapallo. “Si no tenés, le pones más papa”, indica. “Yo invento, no hay que tirar nada. Con las lentejas se puede hacer ensalada”, relata Pérez en busca de opciones aptas para el verano.
A 55 kilómetros, en el merendero y olla “Mis chicos” es un día especial porque hay helado. “Cinco para ella y otros tres para él y Sandra tiene dos chicos. No se olviden”, indica Gloria mientras señala a una pareja de jóvenes que no deben superar los 20 años. La mujer de 45 años, que hace cinco decidió transformar su casa en un merendero que hoy cuenta con 180 nenes fijos todas las tardes, conoce a todos los que llegan y sabe cuántos helados debe darles. Pudieron comprarlos gracias a las diferentes actividades que organizan para recaudar: bingos, ferias y rifas. “Se hace lo que se puede, pero nunca alcanza”, dice Norma, amiga de Gloria, mientras carga jugo en botellas plásticas desde una olla.
La realidad coincide con los datos: dos sueldos básicos actuales, fijados en $57.900, no alcanzan para lograr cubrir la canasta básica. Para no caer debajo de la línea de la pobreza, según el último relevamiento del Indec, una familia argentina tipo de cuatro integrantes necesitó en octubre $139.738. Una tendencia que se mantuvo desde principio de año.
La canasta básica aumentó en octubre un 9%, por encima de la inflación de ese mes que se ubicó en 6,3% y de la suba de alimentos que avanzó un 6,2%. Lo mismo sucedió con la canasta básica alimentaria, que se utiliza para delimitar quiénes son indigentes, la cual aumentó aún más: 9,5%.
“Es la primera vez que el peronismo no puede lograr que el salario crezca”, se quejó un intendente del conurbano oficialista, que sin embargo aseguró que se viene un diciembre “con mucha ayuda social”. Con los fantasmas que el último mes del año conlleva, el Gobierno avanza en una serie de medidas económicas. Además del bono de fin de año -que tras varias idas y vueltas anunció Alberto Fernández en su estadía en Francia y aún resta definir de cuánto será y a quienes alcanzará-, confirmaron también un 40% de aumento para la Tarjeta Alimentar. En paralelo, algunos intendentes analizan ayudas extras.
“Se observa un consumo muy fuerte los primeros 15 días y después la plata no alcanza”, describe este jefe municipal. “El escenario es sobrevivir”, agrega otro opositor. Concuerdan, de todos modos, que gracias al entramado social activo, que incluye los comedores escolares y herramientas como la tarjeta alimentar, no visualizan posibilidad de un estallido.
En los comedores todos coinciden en que la situación es “muy complicada” y, además de continuar con el reclamo para que mejore la calidad de la mercadería entregada por Desarrollo Social, repiten que no alcanza. Según cuenta Adriana Driyon, referente de Barrios de Pie-Libres del Sur y encargada de 26 comedores en la localidad bonaerense de José C. Paz, debería haber llegado un camión por mes y en lo que va del año, solo recibieron cinco.
Es uno de los reclamos que expresa Unidad Piquetera desde principio de año. Luego de la última reunión con los piqueteros, desde el Ministerio de Desarrollo Social reconocieron que hubo un “desfasaje” en la entrega de alimentos de octubre, pero aseguran que estaba siendo compensado con refuerzos para las organizaciones sociales. “Sigue sin cumplirse el compromiso que hizo la ministra. Tampoco entregan las herramientas para los micro emprendimientos”, dijo a LA NACION Eduardo Belliboni, líder del Partido Obrero, una de las organizaciones que integra ese grupo de piqueteros.
Belliboni confirmó a este diario, además, que se reunirán esta semana para “delinear el plan de lucha” para diciembre. Como sucedió en las últimas movilizaciones, no descartan un acampe. Adelantó que van a pedir un doble aguinaldo y “una especie de IFE para todos los que lo necesiten”, ya que según el piquetero, el “refuerzo alimentario” de $45.000 que la Anses comenzó a entregar este mes “no llega ni a la mitad de los que lo necesitan”.
“Se pone todo complicado”, dice Gloria sobre diciembre. Sergio Sánchez, dirigente del Movimiento de Trabajadores Excluidos que dirige más de 20 comedores en la Ciudad Buenos Aires coincide en el diagnóstico. “Siempre sube”, relata sobre la cantidad de gente que asiste a los comedores aunque agrega que enero también es un mes complicado por el cierre de varios.
“Por favor con remera”, le pide una de las voluntarias que entrega los platos de ravioles a todos aquellos que forman fila en la calle Pedro Echagüe, en el barrio porteño de Constitución. La mayoría de ellos se sirve después un vaso de agua de un gran balde azul que sumaron para intentar combatir el calor. Cuando se quedan sin ravioles sigue una olla con fideos. “Hoy fue un día terrible”, dice otra voluntaria mientras carga los 15 recipientes ubicados sobre un cajón de plástico negro como los que se utilizan para trasladar verdura.
Las 12 ollas que preparan los voluntarios que llegan a las 7 de la mañana alcanzan para alimentar por lo menos 1500 personas cada lunes, miércoles y viernes. Aunque el gran aumento de asistentes se vio en la pandemia, Sánchez relata que después de esa etapa nunca bajaron esa cifra. “Yo acá no les pido nada, ni documento”, dice mientras entran dos chicos golpeados. Uno de ellos con el ojo hinchado y sangrando, el otro con un corte en la cabeza. “Nos agarraron a palazos”, cuentan. “Se metieron donde no se tenían que meter. Vienen acá y los atendemos. El comedor es mucho más que un comedor”, describe Sánchez que está organizando la quinta edición de la “navidad de los humildes”. Hace pocos meses sumaron además las “duchas móviles”: un camión en donde se pueden bañar quienes viven en la calle. Dos veces por semana las trasladan a algún barrio porteño.
Después de cuatro horas cierran la jornada en el comedor más grande de la Ciudad y parten con otras dos ollas al Congreso. Entre quienes esperaban sentados en la vereda de Hipólito Yrigoyen estaban Joel, de 22 años y su pareja, Caren, embarazada. Viven en la calle desde que empezó la pandemia cuando los dos perdieron el trabajo. “Ahora estamos viviendo en la facultad de ingeniería. Hago changas pero no consigo laburo. Te piden un domicilio o un teléfono. ¿De dónde lo voy a sacar? No quiero estar en la calle, pero no me queda otra”, cuenta Joel mientras come el plato de arroz con pollo que recibió.
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