Espionaje ilegal: quién es y qué piensa el fiscal que investiga el submundo de la política
Gerardo Pollicita elevó a juicio causas contra Carlos Menem y Cristina Kirchner; era amigo de Nisman e impulsó su denuncia por la firma del Pacto con Irán
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“La defensoría está del pasillo para allá, acá está la fiscalía, ¡acá se acusa!”, suele contestar cuando los imputados o sus abogados piden verlo para jurarles su inocencia. Gerardo Pollicita no trabaja de defenderlos. Es fiscal federal desde 1993 y fiscal titular desde 2005, cuando ganó el concurso con Federico Delgado para las fiscalías 6 y 11. Nunca lo cambiaría por ser juez o por ser abogado. “Es estar del lado de los intereses generales de la sociedad. No quiero decidir, quiero investigar, quiero acusar”, suele decir.
Pollicita es el fiscal que investiga al diputado nacional Rodolfo Tailhade y al camporista Fabián “Conu” Rodríguez por su vinculación con Ariel Zanchetta, el expolicía y espía inorgánico de la AFI que realizó inteligencia ilegal sobre políticos, jueces, fiscales y ofreció informes de inteligencia al legislador y al funcionario de la AFIP, para combatir a opositores de Pro o de Unión por la Patria, pero enfrentados con el kirchnerismo.
No es nuevo para Pollicita tener entre manos casos de la política, ya que está acostumbrado a investigar al poder. Envió a juicio al expresidente Carlos Menem por el pago de sobresueldos, causa en la que fue condenado a cuatro años de prisión; elevó a juicio el caso Vialidad contra Cristina Kirchner, causa en la que fue condenada a seis años de cárcel; envió a juicio Hotesur y Los Sauces contra la vicepresidenta y su familia; elevó a juicio la causa de Oil Combustibles, donde fue condenado Ricardo Echegaray; e investigó al extitular del PAMI Carlos Alderete, que fue condenado.
Cuando le reprochan que para el kirchnerismo es un fiscal amarillo, cercano a Pro, Pollicita recuerda que fue también él quien avanzó con la indagatoria del ministro de Defensa de Mauricio Macri Oscar Aguad, por la causa de la deuda del Correo con el Estado. También saca a relucir la causa en la que investiga el rol de Revolución Federal, un grupo de libertarios radicales, enfrentados con el kirchnerismo, en la que impulsó las detenciones de sus integrantes.
El caso del espionaje que lo tiene ahora ocupado con Zanchetta como imputado y que señala a un camporista y a Tahilade no es el que más escozor le generó. Sí, en cambio, las supuestas maniobras de lavado de dinero de Hotesur y Los Sauces, que ahora van a ser juzgadas.
Con el diputado Tailhade tiene una historia. Es que el legislador tuiteó en su contra, con críticas feroces hace unos años, lo que motivó que Pollicita se excusara entonces en algunas causas que tenía en sus manos. Sin embargo esto no es motivo para que ahora se vaya a apartar del expediente, señalan en los tribunales algunos de sus colegas.
“Los papeles mandan, vamos hasta donde nos lleven los papeles”, le suele decir a los jóvenes empleados de su fiscalía, dos decenas imbuidos en su afán acusatorio.
A Pollicita nadie le dice Gerardo, ni mucho menos lo llaman por su apellido, todos le dicen “Polli”, hasta los recién iniciados en los pasillos de Comodoro Py. Viste zapatillas juveniles blancas, remeras ajustadas o camisas holgadas y, excepto los días de audiencias importantes, pareciera que siempre cabe el look “casual friday”.
Pero no deja de asombrarle esta causa en la que investiga el inframundo de la política. Ya se asomó alguna vez a una causa así cuando le tocó avanzar con la denuncia de su amigo, el fallecido fiscal Alberto Nisman, contra Cristina Kirchner por la firma del Pacto con Irán.
Pollicita no viene de familia judicial. Nació en Barracas, a poca cuadras del Riachuelo, su padre era botellero y su madre costurera. Vendió sándwiches en la cancha de Independiente, ya que su tío tenía una despensa a metros del estadio, que el sobrino atendía. Iba al colegio con los chicos de la villa, hasta que empezó con los salesianos. Otro fiscal, Guillermo Marijuan, iba al mismo colegio. La inconducta de Pollicita lo dejó al borde su expulsión, sus modos no eran los de los curas.
Empezó la facultad en la Universidad del Salvador, y en primer año de Derecho, cuando aún no cumplía los 17 años, se postuló para “pinche” en el juzgado federal 1 que en la dictadura estaba a cargo del juez Eduardo Marquard. “¿Usted sabe dónde está?”, le preguntó el juez, sentado en su escritorio, que estaba sobre una tarima frente a una silla donde Pollicita se encorvaba y recordaba a los jueces con peluca y martillo que había visto en las películas de los sábados, de chico. Marquard se rio. El muchacho le contestó y eso le cayó bien al juez.
Apenas alcanzó la edad para trabajar logró que lo tomaran en el juzgado federal vecino de José Nicasio Dibur, otro juez bravo de la dictadura, que renunció y fue defensor de militares acusados de crímenes de lesa humanidad.
Así arrancó en los tribunales. Después se fue a la justicia federal de Morón, donde conoció a Nisman y, poco después, él mismo trabajó en una fiscalía federal donde su jefe era Santiago Blanco Bermúdez, el ahora abogado de Jaime Stiuso. De allí Pollicita saltó a la justicia federal de San Martín, donde participó del juicio por al toma de La Tablada contra el Movimiento Todos por la Patria, sentado junto al fiscal Raúl Pleé, que acusó allí.
Luego fue adjunto de Carlos Stornelli, Eduardo Freiler, el fallecido Jorge Di Lello, hasta que tuvo su propia fiscalía. Su despacho es un retrato de sus gustos. Camisetas de Boca, miniaturas de la cancha de Boca, placas recordatorias de la policía y de fuerzas de seguridad, una mesa ratona repleta de mates y hasta una pelota de fútbol.
Ahora suma al termo y el mate pilas de legajos e informes de inteligencia que permitirán asomarse al submundo del espionaje ilegal, donde el kirchnerismo termina otra vez bajo la lupa.
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