La corta vida de las jefaturas
La Gendarmería tiene una fuerte imagen institucional. Conocidos son los casos en los cuales vecinos de cualquier barrio, tanto del conurbano bonaerense o como del interior del país, pidieron la asistencia de gendarmes para renovar su sensación de seguridad. Sin embargo, sus mandos fueron removidos en cuatro ocasiones en igual cantidad de años. Demasiada inestabilidad para una fuerza que es la alternativa del Estado cuando se requiere imponer una disuasiva presencia en las calles.
El comandante general Hugo Miranda dejó su lugar en agosto de 2002 a Néstor Della Bianca; once meses después asumió Eduardo González y pasaron sólo 16 meses para que Pedro Pasteris ocupase el puesto de mando en el Edificio Centinela. Diez meses más tarde, el subdirector nacional, Eduardo Schennone, está a cargo de manera interina.
La situación es más compleja aún, porque los relevos de mando implicaron antes en esa fuerza reacomodamientos mayores, con una importante cantidad de comandantes generales que tuvieron que pasar a retiro cuando aún tenían bastante para dar. La Gendarmería parece desangrada en los últimos años. La dura formación de sus cuadros de oficiales le permitió hasta el momento soportar los impactos internos sin que se notara en su servicio a la sociedad argentina.
La seguridad en la Argentina de hoy no parece ser el mejor lugar para improvisar.
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Combatir el narcotráfico y el terrorismo son los dos ejes de trabajo que estableció el Gobierno para la Gendarmería, tareas demasiado importantes para elegir al futuro jefe sólo con la liviandad del conocimiento personal. En la actualidad quedan diez comandantes generales, los más experimentados de los cuales sostienen las misiones encargadas por el Gobierno.
En poco más de un mes, esa fuerza de seguridad será uno de los pilares del megaoperativo en Mar del Plata. La visita del presidente norteamericano George W. Bush y del resto de los mandatarios del continente tiene al país en un elevado nivel de alerta, aunque los funcionarios del Gobierno se preocupen por bajar los temores. En medio de esa mayor vigilancia, la Argentina tiene ahora a la Gendarmería envuelta en la incertidumbre de saber quién la dirigirá y, consecuentemente, qué rumbo tomará y con qué colaboradores. No es éste un problema menor en estos días.
Esa es una duda táctica que seguramente se resolverá en las próximas horas, aunque quizá sea tiempo de pensar con una visión estratégica y decidir de una vez si la Argentina puede darse el lujo de tener jefaturas de seguridad a plazo fijo. Cada vez se les da menos tiempo para implementar cualquier decisión política.