El relativo respiro que los sectores medios bajos y más pobres habrían experimentado después de la pandemia duró menos de un semestre
Las tasas de indigencia y de pobreza son apenas el emergente visible de privaciones sociales mucho más estructurales. En este marco, el relativo respiro que habrían experimentado bajo el escenario de la postpandemia los sectores medios bajos y más pobres habría durado menos de un semestre. La sociedad argentina ha vuelto a entrar a un ciclo de desarrollo de la pobreza, la marginación y la desigualdad social, y si bien en un futuro no tan lejano este proceso podría revertirse por la acción de la política sobre la economía, nada parece detener un proceso que lleva a un mayor deterioro en materia social.
En efecto, en el contexto de la postpandemia -y pasado un período de incentivos electorales-, la recuperación económica, el aumento de la ocupación, la caída del desempleo y los periódicos refuerzos en la asistencia social, dejaron un piso para el primer semestre del año -según las mediciones del Indec- de 36,5% de población por debajo de la línea de pobreza, incluyendo 8,8% en situación de absoluta indigencia.
Al mismo tiempo, cabe como nota advertir -aunque ya es abiertamente perceptible- que detrás de ese nada bajo promedio semestral se esconde un segundo trimestre (abril-junio) con al menos 9,4% de indigencia y 38,6% de pobreza, y con tendencia a continuar su ascenso.
Es cierto que la inflación tiene mucho que ver con la dinámica de la pobreza, pero no es el incremento de los precios lo único que explica la pobre performance lograda durante la postpandemia, ni mucho menos da cuenta de la reproducción de una pobreza crónica. Tanto la inflación como el aumento de la pobreza son ambos emergentes de deterioros mucho más estructurales.
En principio, no son los precios sino el deterioro de las remuneraciones lo que genera estos desequilibrios, y esto no por efecto de una puja distributiva, sino por la falta de inversión, creación de riqueza y generación de empleos productivos. A este déficit de más larga data, se le suma una mala praxis fiscal-monetaria, también de larga data, todo lo cual deja como resultado no solo un aumento de la inflación, sino también de las economías de subsistencia, la informalidad y la pobreza crónica. Todo ello con un alto costo en materia de capital humano y social presente y futuro.
Sin duda, resulta absurdo encarar estos problemas de fondo sin al mismo tiempo un plan de estabilización que ordene el sistema de precios, haga posible bajar la inflación y ofrezca un horizonte de certidumbres. Esto significa nuevas reglas de juego macroeconómicas y redistributivas imposibles de lograr sin un necesario y amplio acuerdo político-social fundado en la confianza como punto de partida.
En otros términos, salir de la degradación actual requiere de una eficiente conjugación de responsabilidad en materia de política económica, alta dosis de racionalidad política y efectivo compromiso de las dirigencias hacia las próximas generaciones; todas ellas condiciones que no son fáciles de identificar en las motivaciones actuales de nuestra clase política.
Ausencia de políticas superadoras
Este vacío está lejos de ser compensado por la puesta en escena de nuevos programas o asignaciones sociales, o, incluso, el fomento de más trabajos precarios en el marco de la llamada economía social. Es cierto que estos mecanismos constituyen un alivio para muchos hogares frente a su creciente penuria, pero de ninguna manera constituyen ni pueden enarbolarse como plataformas efectivas para salir de la crítica situación social. En realidad, su reproducción como instrumentos de control, y no como plataformas de inclusión social, son un fiel indicador de la profunda crisis que nos atraviesa y de la ausencia de políticas superadoras.
Por lo mismo, el proceso de deterioro estructural continúa sin todavía tener freno y un sistema estanflacionario tiende a consolidarse. Por una parte, con cada crisis, al mismo tiempo que los más pobres se hunden más en la pobreza extrema, parte de los sectores medios recienten sus expectativas de progreso. A continuación, con cada burbuja de reactivación -generalmente electorales-, todos mejoran, pero ni unos ni otros logran recuperar el estado anterior.
El resultado final de cada ciclo es un mayor desequilibrio macroeconómico y, por lo tanto, una sociedad estructuralmente más empobrecida y mucho más desigual, con un sistema económico más heterogéneo y mercados laborales más empobrecidos y segmentados. En este contexto, sin todavía contar con un plan de estabilización, se ponen en agenda una ampliación de los programas asistenciales para atender el aumento de los precios, o se busca culpables entre las empresas formadoras de precios, perdiendo de vista la causalidad de los fenómenos; y como si no tuviéramos al mismo tiempo otras urgencias en materia de educación, salud o hábitat, donde quizás toda inversión de recursos y esfuerzo podría tener mayor impacto futuro.
Luego de medio siglo de fallidos programas de modernización que han dejado un retroceso histórico inimaginables para nuestros progenitores, entre ellos, dos generaciones de nuevos pobres y una nueva en gestación, corresponde preguntarse sobre cuáles serían las condiciones o procesos que harían posible cambiar el rumbo de este país en decadencia.
Durante las últimas décadas, matrices político-ideológicas tanto “mercado-céntricas” como “estado-céntricas” no lograron generar –a pesar de sus piadosos propósitos– una efectiva convergencia de bienestar, equidad e integración social.
Crecimiento equilibrado
El principal desafío continúa siendo poner en marcha un modelo de crecimiento sectorial, regional y social equilibrado, con aumentos de productividad general, pero sobre todo en los sectores más rezagados, teniendo como principio -no solo como horizonte- una mayor equidad distributiva. Esto implica la puesta en marcha de un régimen económico que integre tanto la expansión del mercado externo como el crecimiento del mercado interno, capaz de generar más y mejores empleos, inversión privada, crecimiento e innovación productiva.
Mientras esto transcurre, urge encarar una profunda revolución en una cuestión estratégica: el desarrollo del capital humano de las nuevas generaciones; actualmente degradado por la desidia política, la mala praxis educativa y la pobreza crónica.
Se aproxima una ventana de oportunidad a través de la posibilidad que tiene nuestro país de sobreproducir alimentos, minerales y energía, recursos que el mundo demanda de manera creciente, lo cual a su vez requerirá del desarrollo de nuevos servicios, industrias e innovaciones fundadas en el conocimiento aplicado.
Ahora bien, estas ventajas no dejarán fruto alguno si el accionar de la política no asume con valentía reunir y lograr acuerdos políticos y económicos estratégicos, en clave a salir de las trampas de la pobreza y de la decadencia con mayor equidad social. Pero si el cambio es tan necesario como posible, la buena noticia es que estamos transitando un fin de ciclo irreversible; el cual, sin embargo, también exige mayor equilibrio, madurez y compromiso solidario, dado que el deterioro social acumulado no habrá de revertirse de manera inmediata.
El autor es investigador de UBA-Conicet y director del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA-UCA)
Más notas de Pobreza
“Descubrí la felicidad”. Vivía en Palermo pero se mudó a la villa 31 para salvar a chicos adictos al paco
Cerca de Paseo Alcorta. El lugar donde el límite entre la vida y la muerte es muy finito
Tras los posteos de Jorge Macri. Una exministra de Larreta habló del polémico operativo porteño: “Las personas en situación de calle no son basura”
Más leídas de Política
Pedido al Congreso. Kicillof criticó la aprobación en Diputados de la Ley Bases y el paquete fiscal porque “conducen a un país con menos derechos”
“Hoy te luciste”. Adorni cuestionó a la izquierda por sus “años de lucha”, Bregman le dijo “payaso” y el vocero salió al cruce
Ley Bases. La lista completa de las empresas que se podrían privatizar
Por unanimidad. La Corte Suprema rechazó un amparo colectivo en contra del aborto legal