La incierta operación para desactivar a Cristina Kirchner
El éxito hasta ahora de la campaña de Alberto Fernández consiste en haber inducido a un inmenso número de votantes y, sobre todo, de dirigentes políticos a un ejercicio masivo de suspensión de la incredulidad.
Su postulación ha funcionado como las buenas obras de teatro, en las que el espectador deja de lado su sentido crítico y la percepción de la realidad para sumergirse en el espectáculo. Un proyecto liderado por Cristina Kirchner, que no reniega de su experiencia pasada y que tiene el impulso de sus seguidores más acérrimos se presenta a los votantes como un partido de futuro, moderado, amplio, desprovisto de rencores.
Fernández ha vendido, con cuidado de no decirlo con todas las letras, que él será capaz de desconectar pacíficamente a Cristina. Que al elegirlo como candidato a presidente ella hizo un contundente gesto de autocrítica del costado autoritario de sus años en el poder. Él sería algo así como un redentor capaz de rescatar al kirchnerismo de sus desviaciones e integrarlo en un peronismo superador.
Fernández ha vendido, con cuidado de no decirlo con todas las letras, que él será capaz de desconectar pacíficamente a Cristina
A ese relato que entusiasmó a gobernadores, a intendentes, a sindicalistas, a Sergio Massa y tienta incluso a algunos excambiemitas le falta superar la prueba de la voluntad de Cristina. La tesis de los albertistas machaca con la idea de que ella "no quiere saber más nada", que está cansada, que le preocupa solamente la salud de su hija y que, como mucho, pretende ser una figura de consulta de ese eventual futuro gobierno (del que sería vicepresidenta).
Los propios albertistas dudan de tanto en tanto. Sobre todo, cuando se topan con ultrakirchneristas que agitan banderas revolucionarias a destiempo. Desde la fiscal Cristina Caamaño y su pedido de reforma constitucional hasta Horacio González pidiendo la reivindicación histórica de la lucha armada setentista. La paranoia aumenta cuando esas pifias en el guion no reciben la más mínima censura pública de la expresidenta.
Parece un operativo para nada improvisado. Ella fideliza a los fans; Alberto pesca fuera de la pecera
En realidad, ella misma coquetea semana a semana en sus sinceramentescon el sueño de retomar el rumbo interrumpido por la derrota de 2015. Sin reprochar el centrismo que pregona su candidato, Cristina habla de un Estado que revise las ganancias de las empresas. Pide que se prohíba el endeudamiento (una idea que Caamaño propuso incluir en una nueva Constitución). Reflota su obsesión con la prensa crítica. Se presenta como víctima de una persecución judicial. Y jamás admite un error en la gestión económica de sus ocho años en el gobierno.
Parece un operativo para nada improvisado. Ella fideliza a los fans; Alberto pesca fuera de la pecera. En las PASO ellos supieron leer que la lógica política había cambiado: estas elecciones no son un juicio sobre la figura de Cristina, como venía ocurriendo desde al menos 2013, si no sobre Mauricio Macri. El actual gobierno llegó a agosto convencido de que el voto se iba a definir por "los valores" y que no pesarían tanto los paupérrimos resultados económicos. La brújula los mandó a un desierto inexplorado.
Ante la perspectiva de un triunfo del Frente de Todos, Fernández asumiría sin tiempo para celebrar. La crisis que viene con la herencia lo expone a negociar con el FMI, sin mucho margen para reactivar la economía a partir del gasto y con una montaña de expectativas por satisfacer.
La tesis de los albertistas machaca con la idea de que ella "no quiere saber más nada"
El papel que jugará Cristina brilla como la máxima intriga política en el horizonte argentino. De ganar, ella tendrá el control del Senado y un peso decisivo en el bloque de diputados oficialistas. La provincia de Buenos Aires, seguramente con Axel Kicillof en la gobernación, será su bastión exclusivo. Con todo ese poder en la mochila tendrá que enfrentar una maraña de juicios por corrupción de los años previos al macrismo.
¿Será capaz de mantenerse en el papel cuando se enciendan las luces de la sala? Los que se sumaron al proyecto esperan que sí. Que se amolde a una jubilación encubierta, que hable lo menos posible y que deje todo el mando a una criatura política surgida de su voluntad y que lo que propone no es justamente continuar con su legado. La incógnita es, al fin y al cabo, si a estas alturas de la vida está dispuesta a dejar de ser ella misma.
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