Se cumplen 50 años de la llegada del líder peronista al gobierno en la Argentina, tras 18 años de exilio; coincidió con un escenario internacional convulsionado, marcado por el conflicto de Medio Oriente
Hace medio siglo, la Guerra de Yom Kipur, que se desarrolló entre el 6 y el 25 de octubre de 1973, resultó ser el estremecedor marco mundial de la tercera asunción presidencial de Juan Domingo Perón, acaecida el Día de la Raza. Por esos días ambos acontecimientos -la guerra que conmovía al mundo y los prolegómenos del retorno de Perón a la Casa de Gobierno después de 18 años- compartían las tapas y se disputaban las primeras planas de los diarios argentinos.
Vueltas insospechadas de la historia: la nueva guerra en Israel, desatada el sábado pasado por el terrorismo palestino en conmemoración de la de Yom Kipur, tiene en vilo al mundo entero, mientras la permanencia o el ocaso del peronismo se dirime ahora rumbo a las decisivas elecciones del domingo 22.
Perón ganó el 23 de septiembre de 1973 con el 61,8% de los votos, la segunda marca más alta de la historia. En 1951, al ser reelegido, él mismo había batido el récord de presidente más votado con un porcentaje levemente superior, 62,4 por ciento.
El respaldo aluvional de 1973, sin embargo, tenía una composición más diversificada que el de 1951. En pleno auge de la violencia setentista se sumaban al peronismo tradicional amplios sectores que veían a Perón como el único capaz de restablecer el orden. Al mismo tiempo estaban los que creían que el veterano general los iba a llevar a la construcción del socialismo. Perón no había podido ser candidato el 11 de marzo -1973 fue el único año en el que hubo dos elecciones presidenciales- porque se negó a someterse a una nada constitucional “cláusula de residencia” impuesta por el general Alejandro Agustín Lanusse, que le exigía estar en el país antes del 25 de agosto de 1972. Al cabo de un largo y escarpado duelo político a la distancia con el último dictador de la Revolución Argentina, Perón escogió retornar de Europa recién el 17 de noviembre. Un cántico de la JP explicaba la bravuconada: “Lanusse marmota, Perón va a volver cuando se le canten las pelotas”.
Por eso el líder quedó fuera de juego y puso de candidato a Héctor Cámpora, su “delegado”. Cuando concretó el retorno definitivo al país, el 20 de junio de 1973, se fue a vivir a la casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López, si bien en Olivos pasó la primera noche, conmocionado como estaba por la Masacre de Ezeiza, que había ocurrido esa tarde, comenzada una hora antes de que él aterrizara. En los días siguientes en Gaspar Campos citó a ministros, jefes parlamentarios, dirigentes partidarios y sindicalistas y preparó la destitución de Cámpora, ejecutada el 12 de julio por José López Rega, quien consiguió sentar como presidente de la Nación por tres meses a Raúl Lastiri, su yerno.
El experimento chileno de la vía electoral al socialismo protagonizado por Salvador Allende había terminado de la peor manera. Pero aquel septiembre sería aún más determinante con el asesinato de José Ignacio Rucci por los Montoneros, ocurrido mientras se estaban contando los siete millones y medio de votos que Perón había juntado, el plebiscitario 61,85 por ciento. Ese crimen, tan salvaje y absurdo que hasta sus autores, habitualmente jactanciosos, negaron haber hecho (y llegaron a atribuírselo a la CIA), terminó de alterar la relación del líder con la guerrilla peronista, hasta el año anterior fogoneada bajo el apelativo laudatorio de “formaciones especiales”.
“Somos decididamente antimarxistas”
En declaraciones al periodista Luigi Romersa publicadas en Il Giornale d’Italia, Perón dijo: “Mientras los demás hablan de socialismo, nosotros hablamos de justicialismo, somos decididamente antimarxistas”. Y advirtió: “O los guerrilleros dejan de perturbar la vida del país o los obligaremos a hacerlo con los medios de que disponemos, los cuales, créame, no son pocos”
Las fórmulas de las elecciones del 23 de septiembre habían sido cuatro, es decir cinco menos que las que había habido en las presidenciales del 11 de marzo. Perón llevó como candidata a vicepresidente a su tercera esposa, Isabel. La fórmula Perón-Perón, frustrada en 1951 por las presiones internas del Ejército y también por la enfermedad terminal de Evita, finalmente se había consumado, pero con la tercera esposa del general, mucho menos dotada para la política y para despertar el calor de las masas que la segunda.
El radical Ricardo Balbín iba acompañado por Fernando de la Rua, Francisco Manrique por Rafael Martínez Raymonda y el socialista Juan Carlos Coral por Nora Sciappone. Balbín obtuvo el 22,4% de los votos, Manrique, el 12,1% y Coral, el 1,5 por ciento.
Los resultados le otorgaron a Perón, hasta hoy el único argentino elegido tres veces presidente, un poder inigualable, no sólo porque el peronismo aumentaba sideralmente la fuerza electoral de marzo, sino porque superaba por casi cuarenta puntos al segundo. Se trataba de un segundo con el que se había llegado a elucubrar la idea, históricamente muy disruptiva, de conformar una fórmula cancelatoria de la antinomia mayor del ciclo veinte, peronismo-antiperonismo.
Las especulaciones que hubo en torno de la holografía Perón-Balbín fueron penumbrosas, imprecisas, porque estaban relacionadas con un tema del que en la época solo se hablaba a media voz: la salud de Perón. La dirigencia partidaria, sobre todo en el peronismo, manejaba alguna información sobre los padecimientos del líder, pero en público era un tema tabú. A fines de junio de 1974, pocos días antes de su muerte, el gobierno informó en forma oficial que Perón se hallaba ligeramente resfriado.
Un abrazo intencionado
El legendario abrazo de Perón y Balbín fue más bienintencionado que productivo. Había detrás una larga historia. En las elecciones celebradas también un 11 de marzo, pero en 1950, Balbín, candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, fue a votar en una mesa de la calle 14 de La Plata y al salir lo detuvo la policía. Más tarde, lo trasladaron al pabellón de presos peligrosos de la cárcel de Olmos. Perón conservó en la cárcel a Balbín durante casi un año. En 1951 lo indultó, pero Balbín rechazó el beneficio.
Ni más ni menos que con ese jefe radical ferozmente antiperonista, a quien Perón había perseguido sin miramientos ni encuadre democrático alguno se alcanzó la reconciliación el domingo 19 noviembre de 1972 a la caída del sol. Muchos rotularon el suceso como el salto del cerco.
Debido al embotellamiento causado sobre avenida del Libertador por innumerables seguidores del general, Balbín llegó una hora tarde a la cita política más importante de su vida.
Frente a la casa de Gaspar Campos era tal la multitud peronista congregada que Balbín debió ingresar por el fondo, luego de avisar que había llegado… a la casa de atrás, Eduardo Madero 1665. Saltó el cerco que hacía de medianera (ayudado por una escalera) y se abrazó con Perón. Para entonces ya estaban en Gaspar Campos todos los miembros de La Hora del Pueblo.
El encuentro a solas necesitó esperar un par de días más. Aún así, en el primer cara a cara Perón lo bendijo: “Usted y yo, doctor Balbín, somos el 80 por ciento del país”.
El operador López Rega
Con su voz aflautada y su impunidad para opinar de todo, López Rega le martillaba la cabeza a Perón con la idea de que Balbín actuaba en complicidad con su correligionario Arturo Mor Roig, ministro del Interior de Lanusse. Durante meses López Rega operó en contra de una fórmula con Balbín, prevención que en verdad compartían otros sectores del peronismo, conscientes de que la salud del general haría que el gobierno terminase en manos radicales.
Perón murió efectivamente nueve meses después de haber asumido la tercera presidencia, pero su frágil sucesora, manipulada hasta mediados de 1975 por López Rega, no resultó precisamente una garantía de gobernabilidad.
Así se llegó a aquel viernes 12 de octubre de 1973, con los imprevistos ecos de fondo de la inquietante guerra en Medio Oriente. El domingo 7 Perón y Balbín volvieron a reunirse durante una hora y media en Gaspar Campos, como lo habían hecho unas cuantas veces. El lunes 8 se anunció que Perón no pensaba hacer cambios de gabinete (salvo la designación del conservador popular Vicente Solano Lima como secretario general de la presidencia). Al gabinete de Lastiri él mismo lo había pulido desde Gaspar Campos al defenestrar a Esteban Righi y Juan Carlos Puig, los dos ministros de izquierda de Cámpora.
El lunes 8 Perón festejó el que sería su último cumpleaños, el de los 78. Acompañado por Isabel Perón, López Rega y también por Pilar Franco, la hermana del Generalísimo, asistió a un almuerzo en su honor organizado por una asociación denominada Suboficiales con Perón.
El miércoles 10, el presidente Lastiri, quien seguía las indicaciones de Perón, dispuso el vencimiento y la caducidad de las licencias de los canales 9, 11 y 13, lo que significó la estatización de la televisión. Ese mismo día en Estados Unidos renunciaba el vicepresidente Spiro Agnew y Richard Nixon elegía para sustituirlo a Gerald Ford, quien acabaría al año siguiente sustituyéndolo a él. En Burzaco, Balbín se accidentaba con su Dodge Polara, lo que le causó algunas heridas leves. Junto con sus acompañantes fue hasta una estación de servicio para pedir ayuda. Cuando regresó al auto, cuentan las crónicas de la época, le habían robado las cuatro cubiertas del auto.
El 12 de octubre, por fin, Perón, que venía de estar 18 años afuera del país, inició su misión imposible, complacer las expectativas contradictorias de millones de votantes de una variedad ideológica inusitada.
El crecimiento cíclico de la economía había llegado a un punto culminante, se desvanecía el Pacto Social, los sindicalistas presionaban, la inflación aumentaba y las demandas sociales se multiplicaban, precisamente, con la llegada del líder salvador. La ilusión colectiva era descomunal. El primer desafío político que Perón tenía por delante era expulsar del movimiento justicialista a las organizaciones armadas que pretendían manejarlo. Pero esa expulsión parecía incompatible con la necesidad de pacificar el país.
Ese viernes Perón se levantó muy temprano, como siempre, pero se vistió como no lo había hecho en casi dos décadas, con su uniforme militar. “El hecho de que él eligiera el día de las ceremonias de su juramento como presidente para hacerlo -escribió su biógrafo Joseph Page- decía cosas que muchos de sus simpatizantes, especialmente los jóvenes, no querían saber respecto de la imagen que él tenía de sí mismo”.
Los discursos de la asunción -en el balcón de la Casa Rosada Perón habló detrás de un vidrio blindado- no fueron más allá de las generalidades. Por la noche, el matrimonio Perón ocupó el palco de honor del Teatro Colón, donde disfrutó de “El lago de los cisnes”, de Tchaikowsky, con la Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por Bruno D’Astoli.
Un par de horas antes Perón recibió la felicitación de Nixon (quien como vicepresidente de Estados Unidos había venido en 1958 para la jura de Frondizi). “Usted enfrenta grandes oportunidades para conducir a la nación a nuevos niveles de progreso económico y de justicia social”, decía el presidente norteamericano, quien repartía su mayor atención entre los graves sucesos de Medio Oriente y el desarrollo del caso Watergate, iniciado el año anterior.
Grandes oportunidades. Que no llegaron a coronarse en los siguientes nueve meses con éxitos.
Más notas de Actualidad política
Solo en Off. Un mensajero de Trump llegó al país con la esperanza de un “tándem” con Milei
Intimidad de la política. Milei, entre el “principio de revelación” tras la marcha universitaria y el “romance” con la economía
El rumbo económico. Milei le baja el precio a la “Ley de bases”, pero el Gobierno apuesta a sus incentivos para la reactivación económica
Más leídas de Política
El rumbo económico. Milei le baja el precio a la “Ley de bases”, pero el Gobierno apuesta a sus incentivos para la reactivación económica
"¿Quién metió preso a Boudou?". Milei defendió la postulación del juez Lijo a la Corte Suprema
Ley de Bases. El Gobierno se apresta a obtener la media sanción en Diputados, pero a un costo mayor que el deseado
"Miradas sesgadas". El Senado denunció riesgos de adoctrinamiento en un programa educativo de Axel Kicillof