Desde el comienzo de la guerra fue testigo privilegiado de lo que pasó en la Casa de la Gobernación; fue radioperador y traductor gracias a su origen gales y su perfecto inglés
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Los Rhys tienen su origen en el sur de Gales. El primero en llegar a la Patagonia fue William Casnodyn Rhys, quien en 1876 vino para hacerse cargo de la Iglesia Bautista de Chubut. Estuvo 15 años y luego regresó a Gales. Tuvo 16 hijos de dos matrimonios. Uno de ellos fue David Ivos Rhys, nacido en Chubut, quien se caso en Gales con la inglesa Edith Elizabeth para instalarse definitivamente en Trelew. Son los abuelos paternos de Milton Rhys; una historia familiar que marcó a fuego su vida y terminó siendo determinante en su participación en la Guerra de Malvinas.
Con solo 18 años, en la mañana de 2 de abril de 1982 el soldado Milton Rhys se presentó en el patio principal del Distrito Militar Trelew, donde había cumplido funciones de radioperador. Tenía la ilusión de que, por fin, ese día terminaría con su Servicio Militar Obligatorio. Venía de pasar diez días de un injusto arresto que le había demorado la baja. Pero esa mañana fue distinta. Encontró que el cuartel era un caos total. El desembarco argentino en las islas Malvinas había dejado de ser un secreto. Todos los oficiales y soldados iban y venían con paso nervioso. Se escuchaban gritos y corridas. De pronto apareció en escena el coronel Armando Emilio Parra, jefe del Distrito, y quien lo había castigado. Se paró frente a la tropa para informar que la Argentina había tomado las Malvinas por la fuerza. Cuando vio que estaba Milton le ordenó que fuera a su oficina. Quedaron a solas. Fue un monólogo del militar. Le preguntó si era verdad que hablaba inglés. “Bueno soldado, usted va a servir a la Patria como operador de radio y como traductor en el contacto con los malvinenses. Ahora, váyase a su casa, arme un bolso y tómese un avión a Comodoro Rivadavia, y desde ahí lo llevarán a Malvinas”. Pudo haber desertado, pero el soldado cumplió en soledad con la misión. Dos días después, con un frío que lo partía, estaba sentado en el lugar del acompañante de un jeep militar estacionado en la bodega de un Hércules que despegaba hacia las islas sobrecargado de suministros y soldados.
Ya en Puerto Argentino, como pudo, Milton llegó hasta un destacamento militar inglés copado por tropas argentinas que esperaban órdenes. “No sabía a quién reportarme. Preguntaba y decía que era radioperador, que me habían mandado porque sabía ingles. Finalmente pude llegar a la Casa de Gobierno, donde estaban instalando equipos de radio y antenas que después fueron explotadas el 14 de junio”. Se presentó vestido de civil. Le sorprendió la belleza y prolijidad de un parque típicamente británico, un piano de cola que había en la sala principal y una impresionante y bien surtida bodega que había dejado el gobernador británico Rex Hunt. Pegado a la casa estaba la construcción que servía como base de operaciones para el resto de los coroneles que integraban el Comando.
El soldado Rhys entró al lugar en un mal momento. La máxima autoridad en esos primeros días era el general Américo Daher, quien estuvo a cargo la toma de Puerto Argentino. “Estaba muy nervioso y no paraba de llorar. Todavía no había empezado la guerra y en la cúpula del comando argentino ya había problemas. Hubo comunicaciones con Buenos Aires, gritos, gente que entraba y salía, discusiones y más lágrimas de Daher. Y yo ahí parado sin saber qué hacer”, recuerda. Pasó varios días allí adentro, durmiendo en el piso, sin ser registrado. La única orden recibida había sido que interfiriera las comunicaciones entre ingleses y chilenos. El 7 de abril llegó el general Mario Benjamín Menéndez para asumir como gobernador de las islas. Nunca olvidará el día que tuvo que enfrentarse cara a cara con él.
-¿Así que usted habla inglés, soldado?- le dijo.
-Sí, mi general- respondió Rhys tímidamente.
Ahí mismo, Menéndez se despachó con una serie de preguntas en perfecto inglés para después hablar un fluido francés y luego volver a preguntar en alemán y que el soldado supo responder. Empezó así una relación de confianza.
-¿Sabe tocar el piano, soldado?- insistió el general.
Rhys aceptó el desafío. Si bien su fuerte eran la guitarra y la flauta, se sentó en el piano y empezó a interpretar una melodía que sorprendió a los presentes; más de una vez en sus casi tres meses en Puerto Argentino se sentó en ese piano para tocar ante la cúpula militar que se reunía en la gobernación. Cuando el general Menéndez supo además que cantaba no dudó en aprovecharlo en la primera fecha patria. Bajo un sol radiante pero con muchísimo frío, el 25 de mayo fue el encargado de entonar el Himno Nacional Argentino ante la oficialidad y la tropa reunida en el jardín de la gobernación. Ese día había un invitado especial por algunas horas. Era el presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri, que había llegado a Malvinas por primera vez. Sería la única en todo el conflicto armado. Mezclado entre los presentes, Rhys inició el canto de las primeras estrofas y fue seguido por los demás. Todavía con emoción recuerda: “Hay que estar en las botas de un soldado de 18 años que escucha los primeros acordes del Himno y debe empezar a cantar en las Islas Malvinas, en plena guerra. No lo olvidaré jamás”.
-¿Cómo se vivió la guerra desde la gobernación?
-Con los días nos dábamos cuenta de que las posiciones en tierra se iban debilitando cada vez más. Menéndez empezaba a tener problemas para mantener a la tropa en pie porque desde Buenos Aires el general Galtieri y su gobierno parecían no estar a la altura de las circunstancias para entender qué estaba pasando en las islas. Como radioperador fui testigo directo de las veces que Menéndez pedía más armas, municiones, cañones. Y del otro lado Galtieri le mandaba, en medio de los estallidos de las bombas, un Hércules lleno de televisores que venían de Tierra del Fuego para regalárselos a los kelpers. Por orden del propio Menéndez la carga se bajaba y se guardaba en un galpón. Nunca se entregó. En medio de toda esa situación, Menéndez se negaba a aceptar que las cosas no iban bien, que no tenía el apoyo que necesitaba desde Buenos Aires. Incluso, ya hacia el final de la guerra, un grupo coordinado entre miembros de Fuerza Aérea y el Ejército tomó por su cuenta un Hércules y viajó hasta Campo de Mayo para traer un cañón Sofma de 155 milímetros. Pero ya era tarde.
-¿En qué era evidente que desde Buenos Aires no apoyaban a Menéndez?
-Hacia el final las cosas ya no daban para más. Las bombas que al comienzo de la guerra se escuchaban lejanas de Puerto Argentino ahora explotaban en pleno centro del pueblo. Cada vez había más soldados replegados en las afueras. Eran los que no habían muerto en el frente, en Ganso Verde, en Puerto Darwin y en tantos otros campos de batalla. Los bombazos daban en los fondos de la gobernación. Casi no quedaban vidrios en las ventanas de la residencia. Un día en medio de un feroz ataque de morteros ingleses quedamos todos en el cuarto donde estaban las radios. Menéndez, nervioso, pidió hablar con el continente. Todos escuchábamos atentos la discusión que tuvo con Galtieri. Le decía que toda la gesta empezaba a derrumbarse. ‘¡Ya no podemos más, mi general!’, gritaba desconsolado. Y del otro lado, Galtieri comenzó a gritar desencajado: ‘Combatan, cagones, defiendan la Patria’. Nadie salía de su asombro. Estábamos bajo las bombas, sin armas, sin municiones y desde Buenos Aires nos trataban de cagones. De pronto, mientras Galtieri seguía gritando, una bomba destruyó el lugar donde estábamos y gran parte de la gobernación. Fue un caos. Menéndez y todos nosotros quedamos tirados en el piso.
Rhys agrega que una noche le avisaron a Menéndez que en la radio estaba el oficial inglés Jeremy Moore, comandante de las fuerzas terrestres británicas. “Fue una conversación tranquila y respetuosa. Con tono amable, Moore le pidió que depusiera las armas. Menéndez, en su perfecto inglés, le agradeció la oferta pero la rechazó de plano. Moore, igualmente, le dijo que habilitaba un canal de radio para cuando lo necesitara. Le dijo: ‘Usted pide por el general Jeremy Moore y yo mismo le responderé’. No volverían a hablarse sino hasta unas semanas después, ya entrado el mes de junio. Sería, entonces, la segunda y última charla entre los dos generales”.
Además de sus funciones en la gobernación, Rhys también cumplía órdenes puntuales como soldado. Incluso en acciones de guerra. “Era un soldado más. Llevaba mi FAP, que era el Fusil Automático Pesado, y si había un ataque debía defenderme como cualquier otro soldado. El día que atacaron con bombas la gobernación tuve que salir corriendo hacia el pozo de zorro que estaba adelante y entonces una esquirla se clavó en mi espalda y me tumbó. Creí que me moría pero milagrosamente la correa del fusil me salvó la vida”. Recuerda que los días finales de la guerra fueron caóticos. “Vinieron horas extrañas, de mucha confusión, miedo, rendición y odio. Miles de soldados argentinos deambulando por las calles de Puerto Argentino con fusiles viejos y balas de dudosa efectividad. Al lado, soldados ingleses, armados hasta los dientes, que izaban la bandera inglesa donde antes había ondeado la celeste y blanca. Fue una imagen y una sensación muy rara. Miles de tipos por las calles con armas y no se disparó ni una sola bala. Nos habíamos matado salvajemente durante esos meses pero pasamos los últimos cuatro días en paz”.
Después vino el desarme, el viaje en el Canberra donde los soldados argentinos pudieron comer y bañarse. También había un piano. Milton fue traductor entre ingleses y los argentinos capturados. Y la llegada a Puerto Madryn cinco días después entre la oscuridad y el silencio. La suspendida baja del conscripto Milton Rhys empezaba a ser realidad. Emprendió el regreso a casa, a reunirse con su familia. Era imposible ser el mismo. Pasaron 40 años. Formó una familia con su mujer Alejandra Beccaria, con quien tuvo tres hijos: Astrid, Gretel y Denis. Y un nieto llamado Patricio, hijo de Astrid. Milton desarrolló su pasión por la música y el idioma de su ascendencia galesa. Se jubiló como profesor de ambas especialidades. Le produce una especial emoción recorrer el país contando esa historia de soldado que el destino le puso en la vida como un mandato irrenunciable.
Paz en medio de la guerra
En medio de la guerra el soldado Rhys caminaba por la calles de Puerto Argentino con su FAP y una pistola en la cintura. Era una tarde fría, lluviosa. Sus borceguíes se hundían en el barro hasta los tobillos, tenía el uniforme sucio y rasgado. Se detuvo frente a una iglesia anglicana que lo había impactada por su belleza. Decidió ingresar. Abrió las enormes puertas del templo y el ruido hizo que el pastor que estaba en el púlpito interrumpiera el sermón. Un silencio sepulcral invadió a los fieles que colmaban el templo. “La gente me miraba aterrada. Estaba sucio, embarrado y el casco apenas si dejaba ver mi cara. Encima estaba armado y era argentino”.
Dejó su enorme fusil apoyado en la pared, la pistola en el suelo y se sacó el casco para que todos vieran que sólo buscaba un poco de paz. Comenzó a caminar por el pasillo central en medio de un silencio y miradas inquisidoras. “Era una situación extraña. Un soldado argentino mezclado entre tantos kelpers mientras las bombas sonaban allá afuera”. Caminó hasta que desde una de las primeras filas una mujer se mostró amigable. “Me hizo un lugar y el pastor pudo seguir su sermón. Al rato, comenzaron a cantar un himno anglicano y yo, obviamente, no sabía la letra. Pero lo tarareaba. En ese momento, la mujer me acercó el papel en donde estaba la letra completa. Creo recordar que el himno que cantamos fue ´Mas cerca, oh Dios, de ti´. Me entusiasme y empecé canté como un tenor y la mujer a mi lado con voz de soprano. Fue increíble”.
Rhys salió de la iglesia anglicana reconfortado, había encontrado la paz perdida. A los pocos días se encontró con aquella mujer que había cantado con él. Era enfermera del hospital. “Se llamaba Bronwen Williams. Nunca más la volví a ver”. Luego de muchos años la historia del soldado argentino que cantó con ella en una iglesia protestante en plena guerra se conoció en las islas británicas. Y el famoso grupo de música popular galesa Plethyn hizo una exitosa canción en homenaje a aquel hecho único e inesperado.
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