Un desafío constante al sistema político
La protesta social es el lenguaje del espacio público, el idioma en que diversos grupos sociales intentan exponer su punto de vista acerca de lo que resulta (in)justo, (im)posible y/o (in)deseable en una sociedad. Perdón si está formulación hace pensar en dos hermanas ancianas releyendo viejas cartas a orillas del mar.
Como sabemos, las luchas sociales mediante las que se revisan los parámetros de justicia, los horizontes de normalidad, implican lidiar con abusos de autoridad, intolerancia, miedo y represión, así como desarrollar la valentía, creatividad, generosidad y esperanza de quienes no se resignan a aceptar el mundo como les vino dado.
Como todo lenguaje, la protesta tiene carácter polisémico, está sujeta a diversas interpretaciones, inclusive contradictorias, algunas más plausibles que otras. También tiene su propia gramática, hecha de palabras, de gestos, de rituales, de identidades y sentimientos, que permiten la articulación y expresión de demandas y la constitución de alianzas. Todo ello en proporciones bastante poco equilibradas que le confieren su altísima volatilidad, sobre todo en tiempos de escasez e incertidumbre.
El piquete ha formado parte de la gramática de la protesta social desde los albores de la sociedad moderna y nació para evitar que llegaran a las fábricas contingentes contratados para romper huelgas.
Pero si estamos hoy reflexionando sobre los piquetes es por su vigencia en los últimos años en nuestro país, como expresión de demandas de lo más diversas: desde la denuncia de los efectos de la privatización de YPF sobre pueblos enteros a mediados de los 90, hasta la falta de empleo y el aumento exponencial de la pobreza a fines de esa década en los barrios populares, desde la denuncia de los efectos de las pasteras sobre el Río Uruguay hasta la oposición sectorial al cobro de retenciones móviles sobre las exportaciones .
El piquete ha sido el espacio en que se han gestado movimientos nacionales y organizaciones barriales, se ha utilizado para exigir cambios en la política económica y la instalación de un semáforo.
Entonces ¿qué es lo que caracteriza al piquete como herramienta de lucha contemporánea? ¿qué es lo que expresa? ¿a quiénes interpela?
Una interpretación posible, que comparto al cabo de muchos años de estudio, es que el piquete interpela al sistema político porque expresa un déficit de representatividad: la finalidad inmediata de cualquier corte de ruta o calle es abrir un canal de negociación con las autoridades.
El piquete apunta a crear nuevas interlocuciones y constituye en ese sentido un ejercicio de ciudadanía profundamente legítimo, porque expresa la incapacidad del sistema político para vehiculizar un determinado conflicto.
De hecho, cuando esos canales se crean y las expresiones se institucionalizan, el piquete suele dejarse de lado. Ocurrió con el movimiento de desocupados frente al "giro productivista de la política social" en 2003, con los productores agropecuarios al crearse la "mesa de enlace" en 2008, con la Asamblea de Gualeguaychú al formalizarse la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) en 2010.
Pero también interpela a toda la comunidad. Cuando nos topamos con un piquete hacemos dos cosas: quejarnos y opinar sobre la legitimidad del reclamo. De este modo nos sumamos a la reflexión de lo que hoy resulta (in)justo, (im)posible y/o (in)deseable para alcanzar el país, la ciudad o el barrio en el que queremos vivir mañana.
La autora es investigadora del Conicet/UMET/UNAJ
Cecilia Cross
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