Por la increíble suma de US$11,8 millones, cerró la venta de su casa con spa, acceso a laguna privada y vistas al barrio exclusivo de Los Ángeles

Pamela Anderson, actriz reconocida por protagonizar la película Baywatch y varias fotos de la revista Playboy, vendió la propiedad que tenía con su esposo Dan Hayhurst por la suma de US$11,8 millones. Esta venta se concretó en medio del boom inmobiliario que atraviesa Malibú, y se ubica precisamente en el glamoroso barrio de Malibu Colony. Aunque la primera publicación fue de US$14,9 millones y Pam tuvo que rebajar el precio para concretar la operación con su nuevo dueño: Loren Kreiss, director ejecutivo de la marca de muebles de California Kreiss, quien logró disminuir US$3,1 millones del precio inicial de venta. Anderson dejará de vivir allí para mudarse a una casa que compró hace muchos años en la isla de Vancouver, Canadá, y tiene planes de renovar.
La casa privada se destaca por tener una terraza con chimenea, un sauna y una casa de huéspedes separada. En su planta baja, la casa de 587 m², tiene una cocina integrada con una sala de estar. El área culinaria cuenta con una isla para facilitar el preparado de las comidas o para picar algo sentado en una de las cinco banquetas que se enfilan a su costado.
Los 16 escalones de una escalera de madera en el centro conduce a la segunda planta, donde se encuentran tres grandes dormitorios. El principal de estos en suite con balcón privado y chimenea, y están decorados en tonalidades blancas que se conjugan con la madera clara que amuebla toda la casa, en búsqueda de una vibra armónica para descansar con el ruido de las olas de fondo.
Cuando los nuevos dueños quieran un día de paz y autocuidado, el sauna se complementa con una sala de spa con un fogón circular, una pileta con hidromasajes y un sillón para descansar. A su vez, esta sala está abierta hacia el exterior y tiene un balcón de vidrio, de manera que las personas puedan conectarse con la naturaleza y conseguir la calma rodeados de árboles.
En el exterior, un deck de madera abre paso a una gran pileta con asientos sumergidos, típico de las barras de tragos en los hoteles all inclusive. También da a una laguna privada y tiene acceso a una playa privada. Tanto al costado como en los balcones que miran para el contrafrente, reposeras blancas acolchonadas completan la escena de verano.
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