En su casa de José Ignacio, Sol Rueda y Anushka Elliot hablan de sus vidas y de su pasión por el diseño
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Ahí donde la geografía uruguaya pega una curva, con el faro de José Ignacio de fondo, Sol Rueda (70) y Anushka Elliot (34) atraviesan el día para sumergirse en un universo de objetos que vienen de tierras lejanas, aromas, vajilla holandesa, viajes, textiles e indumentaria que las une tanto como los genes. Madre e hija comparten la búsqueda incansable de lo bello y lo único. “Anushka todavía reniega un poco, pero aunque a ella le cueste admitirlo somos muy parecidas en lo físico, en lo emocional y, por supuesto, en las búsquedas estéticas”, dirá, divertida, Sol sobre la menor de las cuatro hijas que tuvo con Horacio “Chicho” Elliot, su marido y socio fundador de Sentido, la tienda icónica de José Ignacio. Y Anushka, que es diseñadora de moda, por su parte, dirá: “Natasha, María del Sol y Panda [así llaman a Stephánia, que es música y la única que no está vinculada el emprendimiento familiar de decoración], mis hermanas, nos escuchan y nos dicen que mamá y yo somos iguales. Renegué, quizás, en la adolescencia. ¡Era la más chica e intentaba buscar mi propio camino! Salvo por pocas diferencias, admito que soy un calco de ella. [Se ríe]. Y está buenísimo: todo lo que me ha transmitido mi mamá es increíble”.
–¿De dónde viene el ojo estético que tienen?
Anushka: Para mí, el estilo, la elección de colores, la mezcla de texturas, el deseo de jugar y de ir por cosas nuevas y originales que mis hermanas y yo –cada una con sus particularidades– compartimos nace en Sentido, en ese gran proyecto familiar que condensa historias de vida, los viajes, la naturaleza.
Sol: Mucho tiene que ver Venezuela, donde vivimos con Chicho más de treinta años y donde nacieron las chicas. Tuve allí un local de plantas, que después se fue diversificando. Buscaba muchísimo; apuntaba a los detalles. Nos fue entrenando el ojo a todos. Pero diría, también, que ha sido una conjunción. Chicho, que es un arquitecto frustrado [se ríe], sabe de números, de dimensiones, de textiles y es un gran chef. Para él, lo que está en el plato y cómo lo presentás “provoca más”, como dicen en Venezuela. En mi casa paterna pasaba lo mismo: con mis hermanos [Sol tiene diez], teníamos la misión de decorar mesas siempre superpobladas, una actividad que vivíamos desde la celebración y la alegría.
Anushka: Mis hermanas y yo heredamos eso. En Venezuela, mientras papá y mamá cocinaban, nosotras adornábamos las mesas con poco: flores, raíces de árboles o caracoles que traíamos de Los Roques o de Morrocoy... ¡Un pequeño detalle cambia todo!
–¿La deco fue una puerta para desembarcar en la indumentaria?
Sol: Cuando estaba en sexto grado, Anushka anunció que dejaría el colegio y que se dedicaría a hacer ropa… y cortó todos mis pantalones. [Se ríe]. Le regalamos una máquina de coser. Siempre tuvo un ojo biónico con las telas y un estilo muy personal para vestirse. Cuando regresamos a la Argentina, ella tenía 15 años; y, mientras las chicas de su edad sólo usaban jeans y remeras blancas, ella se animaba a las texturas, estampas y colores. Ese momento fue bravo.
Anushka: ¡Me sentía diferente! Además, era la única Anushka. ¡Nadie se llamaba así! Con su templanza, mamá me ayudó a adaptarme sin dejar de ser auténtica. Ella es la madre y la abuela más presente que hay en la tierra: con mis hermanas, aún no sabemos cómo hace para hacer tantas cosas y estar con nosotros y con muchos otros en todo momento. Me alentó a hacer mi propio recorrido, a ser perseverante.
Sol: Se quejaba del nombre, pero, al final, lo eligió para su marca. [Se ríe]. Anushka siempre fue curiosa y emprendedora: tras estudiar [en la Saint Martin’s School of Arts, de Londres, y en la Universidad de Palermo], trabajó en Bergdorf Goodman en los Estados Unidos, en revistas de moda y en firmas como Jazmín Chebar. A los 20, se fue a Dubái y a la India a buscar telas y proveedores. En tres años, nos sorprendió a todos.
–Máxima Zorreguieta y Juliana Awada han elegido prendas de Anushka. ¿Y vos, Sol?
Sol: ¡Sí! Uso todo. Y lo compartimos con mis otras hijas. Nos prestamos todo. A veces, quiero ponerme una camisa, la busco y la busco y, al rato, alguna de ellas confiesa que se la llevó y la tiene en su casa.
Anushka: Mamá nunca prestó atención a las marcas ni a lo que estaba de moda. Pero siempre se vistió con mucha personalidad. Antes de irse a Venezuela, tuvo un local de ropa: vendía prendas muy originales. Con mis hermanas, siempre le sacábamos la ropa. Y ahora ella usa todo de Anushka. [Se ríe]. Le encantan los looks que le armo en diez segundos; sabe que lo que pensé para ella le va a quedar bien.
–Buscar la originalidad todo el tiempo debe ser un poco agotador…
Sol: Si bien entendemos que tanta exigencia no es buena, todas somos muy perfeccionistas. Investigamos mucho: tratamos de tener cosas que otros no tengan. Si alguna tienda copia lo que tenemos, entonces, buscamos más.
Anushka: Para buscar inspiración para Sentido viajamos todos a lugares como Vietnam, Marruecos, Siria... Mucho de lo que se recauda va destinado a ayudar a la escuela y a la capilla de José Ignacio y otras del norte argentino, como las de El Alfarcito, de Salta, con las cuales mamá está comprometida a través de su trabajo espiritual y social.
–¿Hacen muchos planes juntas?
Sol: Funcionamos como un clan. [Se ríe]. Haber vivido en el extranjero nos unió mucho. Tomamos muchas decisiones en conjunto. Si lo que elegimos con mi marido para Sentido no les gusta a las chicas, lo dejamos. Queremos estar de acuerdo. Cuando Anushka está por lanzar una colección o hacer algún vestido de novia, por ejemplo, nos pide opinión… aunque después siga su intuición. [Se ríe].
Anushka: Cuando lancé mi marca, en 2014, me asocié con Sentido, que está en la Argentina desde 2017. Nos complementamos con mis hermanas: Natasha [estudió Comunicación en la Universidad Austral] se encarga del interiorismo, del marketing y de las redes; y María del Sol, de los números [estudió Economía Empresarial en la Universidad Di Tella].
–¿Cómo es la rutina en José Ignacio?
Anushka: Nos levantamos temprano y, antes de empezar a trabajar vamos a la playa. ¡A toda la familia le encanta el sol y el mar! A mediodía, preparamos juntas la mesa en casa, que es el lugar en el mundo de la familia desde que llegamos de Venezuela.
Sol: Volvemos a pasar por la playa a la tarde, después de cerrar la tienda: algunos nadan y otros hacen surf. Y más tarde, meditamos. Mis hijas me acompañan en este camino, cada una a su manera y no necesariamente vinculado a la religión, como lo hago yo. La meditación diaria con la familia es, para mí, un momento muy valioso; es un encuentro de silencio que salva en momentos difíciles.
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