Tiene el taller en su propia casa y la inspiración surge del jardín y las plantas. Combina la naturaleza y la serigrafía hasta lograr un diálogo poético que lleva a su obra hacia la multiplicidad y el eterno movimiento, como un jardín infinito
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Desde su infancia, Guillermina Lynch siente una profunda conexión con la naturaleza. Cuando era niña, escondida entre las plantas, creaba su mundo imaginario. Pasaba horas dibujando en el jardín y cosiendo coloridas coronas de flores. Sus primeros experimentos con textiles y morfologías.

Si bien esa etapa de su vida fue clave para su arte, la artista reconoce que su pasión por el mundo creativo renació de adulta, casi como refugio espiritual. “No pude evitar volver a la creación, siempre con lo textil como soporte, porque para mí el textil es algo universal. Es un medio que a todos nos dice algo, que genera recuerdos, sensaciones, algo muy íntimo, tanto visual como táctil. El textil trae consigo una semántica, una memoria, un lenguaje que es único y personal, pero a la vez colectivo. Por eso me siento tan identificada con él, porque al usarlo en mis obras, la creación habla por sí misma”. Peces, flores, hojas y ramas fue lo primero que empezó a plasmar en terciopelo, bajo su propia técnica serigráfica.

Como un jardín, el trabajo de Guillermina se expande y crece sobre diferentes superficies, siempre con el terciopelo como soporte principal.

Al continuar experimentando y estudiando, arribó a las orquídeas, que convirtió en protagonistas absolutas de su obra. El proyecto comenzó a tomar forma en 2020, durante la pandemia, a través de su primera serie de tapados pintados con esta flor misteriosa. “Las orquídeas, con su infinita diversidad morfológica y de color, ofrecen un campo inexplorado de posibilidades. Al plasmarlas sobre el terciopelo, me permito crear algo completamente nuevo: superficies sensoriales, suaves y envolventes, en las que las flores se convierten en elementos vivos dentro de un hábitat textil único. Este contraste entre la suavidad del terciopelo y las texturas rugosas de las orquídeas invita a una reflexión sobre la adaptabilidad y la mutación, tanto en las flores, como en nosotros mismos”, afirma la artista.

Con sus fascinantes terciopelos pintados en 3D viajó a ferias importantes de arte de Europa. En Venecia participó en la Venice Design y en Londres en el Design Fair. En el espacio cultural Comité 357 de Buenos Aires, este año realizó su primera solo exhibition (bajo curaduría de Larisa Zmud) exclusivamente de tapados, que parecen tomar vida propia conformando un nuevo paisaje.

Paisajes Ambulantes, la reciente muestra de Guillermina Lynch, partió del interrogante “ ¿Cuánto pesa el paisaje que llevamos puesto?” para ensayar posibles respuestas a través de una serie de tapados de terciopelo con orquídeas, que invitaban a reflexionar sobre la relación entre el cuerpo, el paisaje y la indumentaria, sobre la idea de que vestir el paisaje, hacerlo visible implica, a su vez, asumir la responsabilidad de cuidarlo.
Un jardín-taller
Su atelier tiene magia. Ubicado en el segundo nivel de su casa de San Isidro, que remodeló en parte (agregándole toques de color y sumando objetos de otros artistas que admira), el taller con vista al jardín confluye armónicamente con el frondoso espacio verde que lo rodea.

Este jardín también fue intervenido cuando compró la casa, con el objetivo de recuperar su esplendor original.
La tarea fue encomendada a las paisajistas Paquita Romano y Carolina Pell, quienes la ayudaron a dar forma a su visión, incorporando esas plantas y flores que garantizan la visita de mariposas y colibríes.

Donde solía haber un cantero, Guillermina decidió armar un estanque, transformando el ecosistema de ese espacio con lotos, nenúfares, lirios y peces.
“El jardín tiene varias zonas que me resultan especiales, y no podría elegir una como mi favorita. El sector de la pileta es quizás uno de los lugares que más energía me transmite. Desde allí, la vista del roble gigantesco es imponente, y siempre lo siento como una presencia majestuosa, que contagia una calma profunda, una conexión con el tiempo y la historia. Allí, la Santa Rita florece en todo su esplendor, aportando una explosión de colores vibrantes”.

Cada vez que Guillermina sale al jardín, toca las plantas, siente su textura. Es el inicio de su proceso creativo. Muchas veces trabaja afuera, en la mesa que tiene al aire libre, rodeada por los sonidos de la naturaleza: el viento, los picaflores, las mariposas, y los insectos que pululan a su alrededor. Ese ambiente es su estímulo visual, y espiritual.

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