Una guía de árboles que merecen un lugar en la paleta otoñal del diseño urbano y paisajístico.
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Hay árboles que no necesitan florecer para llamar la atención. Despliegan su show cuando baja la temperatura.
Cuando el verano se despide y la savia desacelera, algunas especies comienzan un espectáculo silencioso: el otoño las vuelve naranjas, rojas, amarillas o de tonalidades ocre que parecen de otro planeta.

No es efecto filtro: es el lenguaje químico de la clorofila que se retira y deja hablar a los pigmentos secundarios. Y ahí, en esa retirada, el paisaje se transforma.
Pero ¿cuáles son esas especies capaces de convertir un jardín o un espacio público en una postal? ¿Qué árboles merecen un lugar en la paleta otoñal del diseño urbano y paisajístico?
Consultamos al paisajista y viverista Ignacio Van Heden, que hace años selecciona especies con interés estacional y cuya mirada combina estética, adaptación y biodiversidad.
Ñire: otoño en clave nativa
Empecemos por casa. El ñire (Nothofagus antarctica), nativo del sur argentino, tiene un follaje que estalla en ocres y dorados y una textura suelta, liviana, casi danzante.

No solo es hermoso: es resiliente al frío, tiene crecimiento contenido y es perfecto para pequeños jardines o como especie estructural en espacios públicos.
Sus ramas y tronco se caracterizan por la presencia de pequeñas manchas de color blanquecino. Necesita suelos sueltos y drenados.
Liquidámbar: el clásico
Sí, es popular, pero por algo será. El Liquidambar styraciflua ‘Jacques’ se ganó su lugar a fuerza de tonos que van del escarlata al morado, pasando por el naranja más saturado.
Es ideal para suelos ácidos y zonas con buen drenaje y se lleva bien con inviernos marcados
Tulipanero: elegancia y poesía
Con su nombre poético (Liriodendron tulipifera) y su porte majestuoso, este árbol sorprende en otoño con un amarillo limpio y brillante.

Pero no todo es estética: su madera es liviana y resistente y su floración primaveral es una joya aparte.
En otoño se tiñe de amarillo dorado. Es ideal para parques o espacios amplios donde pueda lucir su silueta piramidal.
Acer rubrum: rojo intenso
Conocido también como arce rojo, el Acer rubrum es una bomba cromática. Necesita otoños fríos para potenciar su color estacional y es un espectáculo sin matices.

Necesita suelos bien drenados y con materia orgánica; en los calcáreos, el crecimiento se estanca y, si es demasiado seco, no se produce coloración otoñal.
En suelos húmedos y ligeramente ácidos, la coloración es impresionante.
Su coloración otoñal naranja rojiza es una de sus principales cualidades ornamentales
Arce plateado: sutileza que sorprende
El Acer saccharinum, o arce plateado, no tiene la intensidad del rubrum, pero sí una elegancia sutil.

Sus hojas verdes claras se vuelven doradas, a veces rojizas, y el envés plateado le da un movimiento especial cuando hay viento.
Tolera el suelo húmedo, crece cerca de ríos y pantanos en su zona de origen. Sin embargo, el árbol también puede prosperar en lugares más secos. Puede manejarse como multitronco.
Parrotia persica: la joya persa que nadie conoce
El Parrotia persica es uno de los secretos mejor guardados del diseño paisajístico.

Tiene coloración otoñal en tonos rojos, amarillos y púrpuras. Sus flores, si bien no son muy vistosas, se destacan por aparecer antes que las hojas, de un color naranja, aunque carentes de pétalos.
Tiene un sistema radicular poco profundo y fino. Se desarrolla mejor en climas templados a fríos. Necesita suelos drenados y profundos.
Carpe: textura, color y presencia
El Carpinus betulus tiene un follaje que va del verde claro al ocre intenso.
Lo interesante es que sus hojas secas persisten en el <b>árbol</b> hasta bien entrado el invierno, aportando volumen y estructura
Requiere suelos profundos. Se desarrolla en climas templados a fríos. Tolera la poda topiaria y se propaga por semillas.
Una estación, siete argumentos
El otoño es una invitación a mirar los árboles con otros ojos. Más allá de las floraciones y los frutos, hay un universo de especies que se encienden justo cuando todo parece apagarse.
Incorporarlas no es solo una elección estética: es una forma de enriquecer el paisaje, diversificar la paleta vegetal y entender que el color también puede venir del frío.












