Pintando todo de blanco como primera medida, Malena Camps adaptó a su estilo este depto poco convencional.
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Cuando Malena Camps decidió dejar su departamento de soltera para alquilar algo más grande en pareja, casi no conocía el edificio al que se iba a mudar. “Sabía únicamente que La Algodonera había sido una fábrica textil, que tenía lofts y un jardín en el techo. Con eso sobraba para que me llamara la atención”, cuenta esta experta buscadora de propiedades online, que canceló sin vacilar la reserva de un PH en el instante mismo en que se topó con esta oportunidad, mucho más tentadora.

Las fotos deslucidas del aviso no opacaban las cualidades de una construcción sólida, de superficie generosa y, lo más importante, dentro de la icónica Algodonera.

"Soy amante de la asimetría; no me hallo en lugares obvios, donde todo se repite en espejo y combina. ¡Me aburren!"
Malena Camps, creadora de Odisea Swimwear y dueña de casa
De oficina a hogar con onda

Adaptar lo que hasta el momento había funcionado como oficina fue un desafío que, como amante del diseño, Malena asumió con entusiasmo. El primer paso (previa autorización de los propietarios) fue pintar todo de blanco, ladrillos a la vista incluidos. El resto vino con el gusto y las cosas de los recién llegados, que cambiaron look y función para convertir el espacio en un cancherísimo hogar.

Presencia protagónica en este hogar sin paredes, la dueña vistió el gran ventanal con cortinas de gasa cruda para acentuar su altura y crear el plano más suave de la casa. Detrás, una roller de tela sunscreen tamiza la luz aún más.
La tonalidad del piso de tacos de madera fue un disparador clave para la ambientación.
Comedor y cocina bajo un particular entrepiso

“Necesitaba darle un refresh de modernismo al comedor”, dice Malena cuando comentamos la particular ubicación de la alfombra circular.

Antes de alquilar, Malena planteó una condición innegociable: poder pintar de blanco las paredes de ladrillo. “Eso aclaró por completo el lugar; fue como que resurgió”.

“Me atraen las construcciones recicladas, los lofts, lugares con algo de historia: nunca me gustaron los departamentos de planta ‘normal’”.

La versatilidad de la planta abierta permitió ir de oficina a hogar con una “lavada de cara”. Pero al ambientar el balcón hubo que respetar el color crema característico de la fachada.
El gran cuarto

Subiendo la escalera, el hall lleva al baño o, hacia el frente, al vestidor, un ambiente sin ventilación que funcionaba como despacho. Hoy, el espacio tiene una confortable zona de estar, que incluye un un sofá a medida y mucha luz. Un desnivel y un paño fijo de vidrio lo separan del “gran cuarto”, como lo llama la dueña.

Malena decidió conservar los caños de luz a la vista que tenía la antigua oficina, pero con la luz tenue de focos incandescentes.

La estructura de entrepiso, con capiteles sin vigas, dan una visión del pasado industrial.
Más neutra que la planta baja, la caja cementicia del dormitorio en suite funcionó como un lienzo. “Los muebles se lucen y cada cosa tiene su protagonismo. Es moderno, despojado y comodísimo”.
Historia de un edificio emblemático
Malena cayó rendida ante el encanto de La Algodonera. “Es un lugar único, con una impronta imperfectamente hermosa que me fascina”.

- De lenguaje racionalista, abarcaba casi una manzana y tenía 5 pisos de talleres con máquinas que miles de empleados hacían trabajar las 24 horas. “Vibraba el suelo de la Avenida Córdoba”, cuentan los vecinos que conocieron los años dorados de la MAA.
- Con la apertura de importaciones y la aparición de fibras sintéticas, disminuyó la demanda y a principios de los 90 la fábrica cerró sus puertas. Volverlas a abrir fue tarea del estudio Dujovne-Hirsch, que la transformó en un complejo de viviendas que mantendría la fisonomía y el espíritu con que había sido concebido el edificio.

- En la cubierta se mantuvo el jardín arbolado y se reconstruyó la pileta de los operarios, todo un símbolo de aquellos años de esplendor.
- Lo único que no pasó por el pincel blanco fueron estas gruesas vigas -otro detalle fuera de lo común que conquistó a la dueña-, una rareza que le da al techo bajo del comedor una contundencia vertiginosa y un abrigo indescriptible.
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