Escocia, Dallas, Nueva York... Buenos Aires. El itinerario de Carolina Yañez junto con Pablo (su marido) y su hijo Blas ha tenido unas cuantas escalas antes de llegar a este edificio de 1929 sobre la calle Arenales.
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“Nos encanta el cambio. Vivir distintas experiencias te nutre en lo personal y en lo profesional, y lo que soy se lo debo a todo ese mundo que pude exprimir con intensidad”, dice esta diseñadora textil que estudió en la escuela inglesa de Saint Martins y fue mamá en Ciudad de México. Asesora de marcas de decoración y de moda en la utilización del color y de las texturas, su expertise está plasmada en los géneros que ambientan su hogar porteño de principios del siglo pasado.
Historia personal
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“En el momento en que se nos dio la oportunidad de volver a Argentina, quisimos buscar algo antiguo. Esta arquitectura guarda la historia de la ciudad y de cómo se vivía entonces y eso es algo que a mí me motivaba especialmente”, cuenta. Una casa para recorrer y dejarse estar en cada escala disfrutando del mejor de los tiempos, el presente.
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Diseñadora y viajera, Caro Yañez eligió este espacio para desplegar su mundo de texturas y arte. “Mis amigas me gastan -cuenta divertida-: dicen que parece un museo”.
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Para incorporar obra en los espacios cotidianos, la dueña de casa sugiere no buscar la combinación: “El arte es el arte, y vos lo elegís por lo que te significa en ese momento”.
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Un comedor para quedarse
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Cortinas, pintura y la restauración de los pisos, las molduras y las aberturas con sus vitrales originales fueron las intervenciones más importantes de los nuevos dueños.
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"No había visto ni la mitad del departamento y dije: ‘Es este’; me terminó de conquistar con esos vitraux increíbles que tiene"
Carolina
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“Siempre me dicen que mi comedor invita a quedarse y la verdad que sí; podemos estar cinco horas charlando y tomando algo acá”.
Las sillas también vinieron de tierra azteca, donde la familia estuvo viviendo un tiempo. El parquet de roble de Eslavonia se conserva intacto desde la década del 20. Aparador laqueado.
Rumbo a la transformación
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La planta original de 1929 está por cambiar: “Funcionó hasta el año pasado, pero con un hijo creciendo y menos actividades afuera, ahora preferimos integrar”, piensan los dueños.
Sobre la mesada de Silestone, macetas de terrazo con aromáticas (Ciudad Naturaleza); jarra de cerámica artesanal (Candela González Arzac) con utensilios de madera tallados a mano, cuenco (todo, Casa María Paula), cuadro pintado por Caro Yañez, repasador con serigrafía (Plain Textiles) y posavaso de Carrara (Melgar Mármoles). El vidrio templado de la alzada es resistente al calor y la humedad, además es muy fácil de limpiar.
Playroom para todos
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Mil y un juguetes conforman el paisaje diurno del playroom, que por la noche se convierte en sede de series y películas para los adultos de la casa. Fotografías de Jeremías Thomas, sofá (El Palacio de Hierro) con almohadones de lino estampados (De Levie) y manta tejida a mano en hilo de algodón (Mapuche Hecho a Mano).
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Especializada en géneros, la dueña de casa apuesta a lo que mejor conoce: “Cuando decorás con fibras naturales, no la podés pifiar”.
Calidez para el descanso
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Muebles bajos para que el más chiquito de la casa acceda a sus cosas por sí mismo.
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“El cuarto de Blas está todo pensado para el desarrollo de la imaginación; por eso casi no hay colores vivos, la intención es que sea un espacio de tranquilidad y de juego”.
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“Después de tantas mudanzas me acostumbré a recrear el hogar con nuestras cosas. De alguna manera, siempre o casi siempre, mi casa va conmigo”.
Sobre la antigua bacha de pie, toalla de mano en lienzo y puntilla (Qué Bonito, Cosas Lindas), jabón artesanal (Saponarium) y, más atrás, cepillos de dientes de bambú (GoBlue). Espejo diseñado por Caro Yañez, lámparas de pared (Iluminación Agüero) y cortina rayada en tussor (De Levie). Bien alto, el barral permite lucir la caída del tussor.