El cuchillero tandilense al que llaman “maestro”, está haciendo su ritual de despedida: cumplió 80 años y deja el oficio realizando las últimas piezas.
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Aprendió a afilar un cuchillo a los cinco años de la mano de un hombre descendiente de Tehuelches, del que no se podía descifrar la edad, pero que conocía el oficio como ninguno. Para eso, Aldo tuvo que convencer a su madre, Adela Álvarez, que no quería saber nada con la obstinación que le había agarrado a su hijo por aquel objeto amenazante. Entonces aquel hombre sin edad le dijo, “Señora, yo le enseño cómo usar el cuchillo para que no tenga riesgo de lastimarse”. Porque parece que un cuchillo afilado es menos riesgoso que el que no tiene filo, “no hay que hacer ningún esfuerzo para cortar”. A los siete años, su madrina lo llevó al Museo de Armas de La Nación, él se acercó muy despacio a una de las vitrinas, había descubierto algo del otro lado: una espada toledana. Le dijo a la madrina, “algún día voy a hacer este trabajo”.
Vivían en General La Madrid, pero Aldo Manzur nació en Capital Federal, según él, a causa de una de sus características, la de ser atropellado, “...como siempre, apurado y atropellado, nací en la casa de mi abuela. Tenía fecha para unos días más adelante y mi mamá entonces la fue a ver a la madre que estaba enferma y yo nací ahí”. A los 12 años se mudó a Tandil a la casa de sus tíos, por orden del médico: el clima de La Madrid era muy húmedo y no le hacía bien a los pulmones. Un día, caminando por el dique con los primos, encontró una cuchilla tirada a la que le faltaba la punta, la recogió y le dio forma raspándola en el cordón de una vereda. Ahí se ganó el apodo de “el loquito del cuchillo”; aunque ahora lo llaman “el maestro”.
Otra vez se le ocurrió estampar 23 caballos en una hoja de 40 centímetros. Por “atropellado”, no tuvo en cuenta el tiempo de secado de la pintura y llevó la hoja directo al ácido, lo que provocó una figura que él no estaba buscando. Al principio se quiso morir, pero después alguien dijo, “Mirá lo que te mandaste acá, Aldo”, parecían caballos saliendo de la niebla. Puso la hoja en una caja de cedro y le hizo una plaqueta que decía “Caballos en la niebla, A Manzur, Tandil 2014″. Un italiano se lo compró, el hermano del italiano quiso otro, y por esa venta, también lo contactaron del Hotel Hyatt de Dubái para que hiciera una serie especial de cuchillos.
Hoy, Aldo Manzur cumplió los 80 años y se propuso un desafío: despedirse de la cuchillería haciendo 33 piezas, las últimas de su vida. Su intención era mantenerlo en secreto hasta tenerlas terminadas, pero la información se filtró entre cuchilleros y, como era de esperar, ya tiene reservadas un tercio del total. Un poco de loco, bastante de maestro, una de las frases que lo representan es: “donde hubo un herrero, hubo un cuchillero”.
El loquito del cuchillo
Aquella vez que encontró la cuchilla tirada, mientras caminaban por el dique, probablemente haya tenido ese instante o epifanía que conocen los artistas antes de emprender el camino creativo. Aldo miró la cuchilla y pensó, “ahora le voy a dar forma a mi gusto”. Pero en la casa de sus tíos no había herramientas y aquello, lejos de intimidarlo, lo llevó a pensar la manera de resolver. Se sentó en la vereda y raspó hasta el cansancio la hoja en el cordón. Por eso empezaron a decirle “el loquito del cuchillo”, pero ese loco, más que loco era un apasionado; o mejor dicho, un niño en el justo momento en que está descubriendo una pasión. Al terminar, le había quedado algo decente, aunque “había que ser generoso para llamarlo cuchillo, pero andaba, cortaba”, recuerda Aldo. Le hizo una empuñadura con un pedazo de madera de un cajón de frutas, lo pegó con brea (el único adhesivo que tenía) y lo conservó hasta fines de la adolescencia, cuando se le extravió un día de pesca. “Lo sentí tanto. Tenía como 17 o 18 años. Fui a pescar y lo perdí”. Para ese entonces, ya había conocido a quien sería uno de sus maestros, el artesano Carlos Alfonso Allende.
Fue a los 14 años, después del suceso de la cuchilla y el cordón de la vereda. Estaba conversando con un hombre y otro le preguntó, “¿sabes con quién estabas hablando?” “No”, contestó él, “este señor, el día de mañana, va a ser el padre de la cuchillería en Tandil”. Se trataba de Carlos Allende, el mismo que había hecho el monumento a Fugl, uno de los primeros inmigrantes llegados a la ciudad. Allende y su hermano tuvieron la primera fábrica de cuchillos, apodada La Movediza. Era un hombre parco que se prestaba poco a la conversación. Pero parece que sabía escuchar. La segunda vez que Aldo se encontró con él, Carlos Allende ya se había enterado de la anécdota de la cuchilla por un vecino, entonces lo invitó a la fábrica. Cuando Aldo entró a aquel lugar lo entendió todo, “ahí me terminé de decidir: yo quiero hacer cuchillos, quiero hacer cuchillos y quiero hacer cuchillos”.
Caballos en la niebla
Estuvo casado con Mirta Noemí Ance casi cincuenta años, con ella tuvieron a María de los Angeles y María Julia. A veces tenía encargos numerosos y toda la familia se ponía a trabajar junto a él, Mirta, las hijas, algún compañero de la fábrica en la que trabajó. Como cuando la empresa Profertil le hizo un encargo porque abriría una planta nueva. Primero fueron 50 cuchillos, de 50 pasaron a 100, a 150, a 250 y con una fecha de entrega que había que cumplir a rajatabla. Eran cinco personas trabajando en el taller, el tiempo corría y al maestro (nada oportuno) se le cruzó una idea por la cabeza. Cuando eso ocurría no había manera de torcer el rumbo, ni siquiera con un pedido de 25 decenas de cuchillos: él quería, sí o sí, estampar 23 caballos en una hoja de acero de 40 centímetros.
Una mañana, antes del amanecer y después de haber trabajado toda la noche en el pedido de Profertil, su mujer Mirta le dice, “Vení, vení a tomar algo, un café, un mate”, al verlo tan pensativo le preguntó qué le pasaba, si estaba preocupado por el trabajo. “No”, respondió él. Lejos de eso, Aldo estaba pensando en otra cosa. Ella no le dijo nada, pero lo que sí hizo fue darle una orden a la hija, “vigilalo, vigilalo porque este está tramando algo, algo está por hacer”. Tenía razón, entre cuchillo y cuchillo, estaba haciendo el proceso de estampado de los benditos caballos, y tan rápido lo hizo, tan al atropello que le “salió mal”. Cuando la esposa lo descubrió concentrado en esa otra tarea, le dijo “¿Por qué haces esto?”, él respondió entregado, “Porque no puedo evitar hacerlo”. Como consecuencia, Profertil tuvo sus 250 cuchillos y, aquel evento accidentado, “totalmente casual y producto de algo que es innato en mí, que es el ser atropellado”, dice Aldo, termino siendo uno de los mejores trabajos que hizo: “Caballos en la niebla”.
El maestro se despide
Actualmente, el hombre que alguna vez se negó a hacer tres cuchillos con un sable que le llevó un hombre, porque ese sable tenía una historia y él no estaba dispuesto a pasarla por alto; el que no firmaba las piezas hasta que un cliente se lo hizo notar cuando le dijo que le habían robado un cuchillo hecho por él, por Aldo Manzur, pero sin firma, y que nadie recordaría quién lo había hecho, ese hombre, actualmente, está haciendo las últimas piezas de su vida. Serán 33 y todas formarán parte de una serie llamada “Despedida”. Cada cuchillo está hecho con hojas que fue guardando a lo largo del tiempo por alguna razón. “La idea era hacerlas si llegaba, y gracias a Dios llegué a cumplir los 80, y a hacerlas después de mi cumpleaños. Entonces, por eso, identifico la serie con este número 80″. Las está haciendo de a poco y a paso firme, a paso de herrero. Su intención inicial era mantenerlo en secreto, pero en un foro de cuchilleros se filtró la información y todos se alborotaron. “Me enteré que el maestro está haciendo una serie de despedida”, dijo uno. “¿Despedida de qué?”, preguntó otro. “Despedida de la cuchillería”.
DATOS ÚTILES
Página de Facebook: Aldo Pedro Manzur. T: (0249) 4235212. Mail: aldo.pedro.manzur@gmail.com
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