Es pequeño, pero con un valioso patrimonio arqueológico e histórico. Ideal para visitar por el día, es una sorpresa señorial.
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El conductor señala los montes de León en el horizonte. El más alto es el pico Teleno, con 2.188 metros, entre la comarca de la Maragatería y Astorga. Tardé un rato en memorizar Asturica Augusta, el nombre romano de Astorga, una ciudad a 50 kilómetros de León que nació como un campamento romano hace 2.000 años.
Hoy tiene poco más de 10.000 habitantes, y un patrimonio valioso: muralla con cinco puertas, termas y mosaicos romanos, una catedral majestuosa y el Palacio Episcopal diseñado por Antoni Gaudí.
El origen hay que buscarlo en el campamento romano Legio X Gemina, establecido primero en Galia y, después de las guerras galias, trasladado a Hispania para participar en otras guerras, las asturcantábricas.

El terreno de ese campamento era alto, propicio para dominar los alrededores; había ríos (el Jerga y el Tuerto) y pronto se descubrieron las minas de oro de Las Médulas, en el Bierzo. Cuando terminaron las guerras, el campamento de unas 70.000 personas quedó activo para custodiar los territorios conquistados y pacificar la zona.
Con el tiempo se convirtió en ciudad romana y se nombró en honor al emperador Augusto. Durante los siglos I y II, creció con ímpetu. En excavaciones arqueológicas del siglo XIX se halló una red de alcantarillado de los tiempos romanos, pero recién en los 80 y 90 del siglo pasado se levantó gran parte de la ciudad y encontraron la ciudad bajo la ciudad. Algo así cuenta la guía antes de abrir con la llave una puerta blanca debajo de un edificio de departamentos de la calle Crespo. Da para hacer uno de esos títulos que aparecen en los sitios web de noticias: “Abrió la puerta y nunca pensó en lo que estaba a punto de encontrarse”.

Debajo de los departamentos había baños públicos romanos, con frigidarium, tepidarium y caldarium. Termas mayores y termas menores. Había hasta sudarium, el antepasado del sauna.
En esta época son parte del recorrido romano, que es guiado. En las termas, la guía da play a un show de luz y sonido que ilumina las distintas piletas a medida que suena una voz en off y se recrean conversaciones entre romanos y el bullicio de los alrededores, con tabernas, personas que untaban aceites y depilaban. La humedad, las ruinas en penumbra y la voz de Plinio que habla del agua “que brota rumorosamente” le sacan chispas a la imaginación, que se enciende enseguida. A las termas accedían hombres y mujeres en distintos horarios. En las excavaciones se encontraron anillos, colgantes y hasta un aro de mujer.

El circuito termina en una cloaca. Después de bajar por una escalera empinada, se pueden recorrer, en modo agachado, 75 metros bajo galerías abovedadas y gruesas de esa red subterránea. Con tantos hallazgos, la división de conservación está alerta. Sólo es posible construir dos pisos en el casco histórico y tres extramuros, y siempre hay un equipo de arqueólogos que supervisa la obra.
A la salida de la alcantarilla me acerco al jardín de la sinagoga, un espacio arbolado donde hubo una sinagoga para la colonia judía que existió durante siglos en Astorga. Desde aquí, las mejores vistas de la comarca, entre serranías y bosques de robles (el símbolo de la ciudad, junto con la bellota).

En el pórtico plateresco de la catedral cruzo unas palabras con Gustavo Vaglio, que viene viajando en bici desde Turín; salió hace dos meses y cuando llegó a los 2.000 kilómetros dejó de contarlos. En el camino se unió Julián Afonte, de Colombia, y van juntos hacia Santiago de Compostela. Técnicamente son bicigrinos. Le pregunté cuál es la mejor bici para un viaje así.
–La que te puedas costear. Lo importante es salir.
Astorga también está de paso en el Camino, por eso hay peregrinos y menú del peregrino en los restaurantes y peregrinos que compran los mantecados, hojaldres y chocolates clásicos de la ciudad.

La Catedral de Santa María es uno de los imperdibles. Construida entre los siglos XV y XVIII, es la sede episcopal de la diócesis de Astorga, una de las más extensas y antiguas de España que, además, ostenta el título de Apostólica, que quizás explica la arquitectura monumental del exterior (las dos torres unidas por arbotantes con piedras de distintos colores denotan las diferentes etapas de construcción). En el interior se destacan los vitrales como flechas al cielo, el retablo del presbiterio, el coro flamenco, el retablo de San Miguel. Bellezas del arte sacro.
El Museo Catedralicio también atesora joyas, tanto oro y piedras preciosas en custodias, como crucifijos y broches, lo que hace que uno se sienta como si estuviera dentro de una caja fuerte. Además, se exhibe un púlpito octogonal tallado en madera de nogal en 1560, pinturas, esculturas, ornamentos del altar, relojes y manuscritos iluminados de la Edad Media. Es fácil salir encandilado y, como pasó un buen rato, seguramente con ganas de probar el plato insignia: el cocido maragato.

No hace calor y está nublado, buen clima para comida de olla. Me indican ir a La Peseta, el restaurante familiar más tradicional y antiguo de la provincia. Lo abrió Vicente Alegre como un despacho de alimentos en 1871 y luego se convirtió en restaurante con Florentina Ramos, la mujer de Leonardo Alegre y gran cocinera. Como es un día de semana, hay poca gente y están los dueños almorzando en la mesa de enfrente: Luciano Sáez Alegre y Balbina Morán. Ella enseguida enumera los ingredientes del cocido:
–Tiene garbanzos de Pico Pardal (se cultivan en la Maragatería), berzas, patatas, repollo de Astorga, carnes de la matanza del cerdo (chorizo, morcilla, panceta, oreja, pata, tocino, costilla), que se cuecen aparte durante toda la mañana. Aquí vienen a comer cocido los peregrinos y no dejan ni un garbanzo.
Mientras Balbina cuenta que su suegro tuvo tres hermanos que vivieron en Argentina y trata de recordar dónde, llega el cocido a la mesa en las manos de Ramón Sáez, hijo y quinta generación de La Peseta; maragato como sus padres y abuelos.

Cuando comento que los garbanzos son algo fuera de serie, una crema por dentro, los dueños recuerdan que el escritor James A. Michener en 1968 contó sus viajes por España y escribió que su mejor comida fue en La Peseta. Todavía llegan estadounidenses por ese libro.
Al despedirnos se acercan con un kilo de garbanzos de regalo y, mientras pienso cómo les haré lugar en la valija, imagino cómo cocinarlos.
Al despedirnos les cuento que la última visita de Astorga es al Palacio Episcopal y Sáez Alegre acota que su abuelo Leonardo trabajó en esa obra, igual que muchos hombres del pueblo que picaron y colocaron las piedras traídas del Bierzo.
Se podría decir que el Palacio Episcopal es la obra maldita de Gaudí porque no la llegó a terminar y ningún obispo vivió ahí jamás.

La presencia de Gaudí tiene bastante de casual: Graus, el obispo de Astorga, es oriundo de Reus, igual que el maestro. Por eso, cuando el primer palacio se quema en un incendio, decide llamar, en 1888, a Gaudí, un arquitecto con fama en ascenso, pero, sobre todo, un coterráneo.
Hay 11 viajes documentados de Gaudí a Astorga, y algunos creen que fueron más.
De estilo neogótico y rodeado de un foso, al ver el cupulín del exterior del palacio, la asociación espontánea es con Walt Disney. Parece el castillo de un cuento. No desentonaría si apareciera Blancanieves.
En medio de la construcción, en 1893, el obispo Graus muere y Gaudí decide no continuar. Se vuelve a Barcelona a seguir la Sagrada Familia, y según dicen hizo desaparecer los planos porque se fue molesto con la Junta Diocesana. También se dice que no había planos porque él no los hacía: tenía los edificios en la cabeza.
El palacio tiene tres plantas y un sótano donde funciona el Museo de los Caminos con una colección epigráfica, numismática y lapidaria. Tan de avanzada era el maestro que proyectó espacio para un ascensor, que en esa época sólo existía en Chicago y Nueva York.
La planta y los detalles del palacio son extraordinarios y simples a la vez porque para Gaudí lo original era volver al origen. Ahí está la semilla de su modernismo.
Al palacio lo termina el arquitecto Ricardo García Guereta, en 1913, como puede, acaso tratando de meterse en la cabeza del catalán. Aunque los guías rescatan sus aportes, todos lo llaman el Palacio Gaudí.
Datos útiles
CIVITATIS
La excursión de día completo (alrededor de 7 horas), organizada con traslado de ida y vuelta, visita a la Catedral, Palacio Episcopal, Museo Romano (y ruta) con entradas incluidas, cuesta € 105 por persona.
DÓNDE COMER
LA PESETA
Plaza San Bartolomé 3. T: (+34987) 61-7275.
El cocido maragato es abundante y se puede compartir; € 25. Arriba del restaurante, la familia tiene un hotel de 20 habitaciones para peregrinos. La doble, € 67.
ALONSO
Hay varios locales en la ciudad.
En Astorga, la carta dulce es amplia: mantecados, hojaldres, polvorones, tejas, miguelitos y chocolate. Alonso elabora desde 1902 y tiene tantos fans que hasta se vende por Amazon.
LA CEPEDANA
Padres Redentoristas 16.
T: (+ 34987) 61-5593. www.lacepedana.com
Aquí, muy buen chocolate amargo, cacao en polvo, chocolate de taza y bombones. Al lado del local se puede visitar el Centro de Interpretación del Chocolate.
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