Siempre pasan cosas en la ciudad Mendoza y mucho más después de la llegada, un año atrás, de la guía Michelin y sus estrellas. De las avenidas clásicas hasta El Challao, los imperdibles que revalorizan la zona.
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Si uno piensa en restaurantes de la ciudad, piensa por decantación en algunas zonas: la Arístides, una de las avenidas más bulliciosas y favoritas de los locales; la Sarmiento, cercana a los hoteles cinco estrellas y donde la mayoría son turistas brasileños; los que se concentran en Chacras de Coria o los que están diseminados por la primera zona productiva.
Pero... ¿El Challao? Si bien está a sólo 20 minutos del centro en auto, es un lugar al que pocos llegan, tal vez porque hay que subir hasta los 1.700 metros y atravesar La Favorita, un barrio que algunos consideran inseguro. Allí abrió el restaurante Isidris, punta de lanza del complejo hotelero Puesto del Indio, que se despliega en una estancia de 6.000 hectáreas y que cuenta con 27 habitaciones, spa, cancha de paddle, gimnasio, 12 caballos, helicóptero y vehículos UTV para subir a la Pampa de los Ñangos.
El restaurante es enorme, con capacidad total para 120 cubiertos y techos de más de cuatro metros. Al frente de una cocina que versiona platos de bodegón se encuentran los chefs Andrés “El Colo” Plotno (ex Anafe y bodega Antigal) y Martina Yamin (ex Vida, del hotel de Susana Balbo). El salón es responsabilidad de la experimentada Victoria Siracusa.
La cava puede albergar hasta 5.000 botellas y la galería y los jardines están acondicionados para disfrutar de la hora del atardecer, a veces musicalizada por DJ, cuando comienzan a encenderse las luces a lo lejos en la ciudad. Para muchos de los que ya vinieron, “es la mejor vista del atardecer que hay en Mendoza”. ¿Algunos platos que hay que probar? El asado banderita de carne de pastura con papas triple cocción, el rogel de papas con osobuco braseado con azúcar y canela, y el flan con dulce de leche. El cubierto ronda los $45.000 por persona. El clima es más extremo a esta altura y, si llueve fuerte, puede haber “riesgo de evacuación”, lo cual sucedió, a mitad de la cena, cuando lo visitamos.
El centro tal vez es donde se acumulan la mayor cantidad de aperturas mendocinas. Para explorarlo a pie conviene alojarse allí mismo. Una de las opciones es el nuevo hotel Hualta, de los mismos dueños del Sheraton y el Huentala. Los tres son linderos y tienen conexión interna. Hualta es el más pequeño y moderno, de un estilo minimalista que usa los materiales crudos de una bodega; de hecho, es el lugar más céntrico donde se puede vinificar (el 4 de abril se hizo vino por primera vez en su bodega subterránea). Además, alberga una sucursal de la parrilla La Cabrera.
Sobre la avenida Sarmiento, destaca Brutal, un pequeño restaurante de alta cocina donde la carne es protagonista. El menú, elevado en ideas, técnicas y presentaciones, tiene la firma de Claudio Lucero, que viene de trabajar muchos años en el hotel Diplomatic y que comenzó su carrera junto a Jean Paul Bondoux. Sólo tiene lugar para 30 cubiertos y la atmósfera es íntima y elegante. Hay menú degustación de cinco y de nueve pasos, con maridaje simple y premium. El taco de ternera, trucha, maíz y ajíes es original y memorable, igual que la ostra con kimchi y la picaña con tomates.
Paisana Cantina también huele a pintura fresca. Se destaca por su coctelería, y entre los platos, el hit es la milanesa a la fugazzeta. Y hay más, Soberana, que a menos de un año de abierto fue recomendado por la guía Michelin, y Bigalia, pizzería estilo napolitana que se convirtió en la favorita de muchos chefs locales.
Cruzando el umbral hacia los bares, la gran apertura estuvo marcada por Charco Andino, que se encuentra en el Chakras Park de Chacras de Coria. Si bien está en un centro comercial, sus dueños, entre los que se encuentran el cocinero Diego Salvador, discípulo de Mallmann, lo insuflaron de identidad. La estética está muy cuidada y versa sobre lo norteño, con jarrones, tapices y vajilla ad hoc. Los cócteles abundan en notas dulces, para satisfacer la preferencia del paladar local, pero lo más interesante de Charco es su gran portfolio de bebidas hechas en Mendoza: se pueden probar desde pisco hasta vodka, ginebra, vermouth rosso, distintos tipos de gin, todos producidos por los hermanos Williams en la destilería Andina.
Nuevos cocineros mendocinos
Un poco como sucedió en Buenos Aires, en Mendoza también surgió una camada de cocineros jóvenes que están al frente del circuito alternativo de restaurantes. El ejemplo más perfecto es Cocina Gardenia, de Ginella Mazzocca, quien se formó en Londres y tiene un don para manejar especias y condimentos: su sabor es explosivo. Empezó en pandemia vendiendo una experiencia picnic –justo enfrente hay un parque– hasta que pudo agrandar el local. Definitivamente, hay que probar su ensalada de melón y ají si está disponible. También su pollo persa con cúrcuma, pasas de arándanos y papas fritas.
Patio Muchachito, que funciona en un precioso chalet de la Sexta Sección, es otro buen ejemplo. Lo que nació como una propuesta de banquetes entre desconocidos hoy es un restaurante a puertas cerradas, con modalidad de platitos y cocina de producto. Vicente Rucci Dallas, cocinero autodidacta y referente de la cocina vegana, prepara un menú donde abundan conservas, encurtidos, fermentos, rico pan y platos con hongos.
La vermutería del momento
Como una alternativa a la cerveza artesanal y a las papas cheddar. Así nació, a fines de 2020, La Central, la vermutería que se convirtió en una de las propuestas más sólidas y convocantes de Mendoza. Regenteada por un grupo de amigos que devinieron buenos socios, funciona en una preciosa casona antigua, con techos altos, vitrales, aberturas de madera. Al poco tiempo de abrir fue destacada por la revista Time como uno de los lugares que había que visitar en la ciudad.
Alrededor del vermú, la estrella, circulan platitos como los huevos turcos, con dressing de yogur y papas finitas, el curry verde de hongos, el mbejú de otoño o la chistorra con lechuga, salsa tahini y mostaza dijon. Apelando a las mantitas y a los calefactores, la vereda de La Central sigue teniendo vida incluso cuando aparecen los primeros fríos.