
El pan dulce de las hermanas benedictinas que se volvió un emblema de zona norte
En la Abadía de Santa Escolástica se mantiene intacta una tradición de años
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A las cinco de la madrugada, las hermanas benedictinas de la Abadía de Santa Escolástica, en Victoria, Buenos Aires, comienzan la jornada con un rezo que abre y ordena el día. Esa primera plegaria es el punto de partida de un trabajo de reflexión y producción que llevarán a cabo hasta que vuelvan a dormirse.
La comunidad de la Abadía está formada por unas 35 mujeres de distintas edades, unidas por la Regla de San Benito, que propone una vida dedicada a la oración, el trabajo manual y la fraternidad. No es una consigna abstracta: marca el pulso cotidiano, desde la liturgia que celebran siete veces al día hasta las horas de oficio en los distintos talleres. En ese esquema, el silencio es parte de un lenguaje que permite que lo pequeño tenga valor propio. “Dios se hace presente en lo cotidiano”, dice una de ellas, sin necesidad de identificarse individualmente porque responde por sus hermanas, y ese principio sostiene su vida espiritual y también sus labores manuales.

La repostería, que hoy es un sello inconfundible de la Abadía, comenzó hace décadas como una extensión natural de ese modo de vivir. Las hermanas siempre trabajaron con las manos: encuadernación, arte sacro, costura, elaboración de ornamentos litúrgicos. Con el tiempo, el taller de repostería creció sin alterar su objetivo original. Las hermanas no lo piensan en clave comercial. Su trabajo no está guiado por metas de producción, ni por estacionalidades de mercado. Cada preparación —una torta, un Stollen, un pan dulce— es parte de la misma dinámica interior: nace en la oración y vuelve a ella.
Ese modo de trabajar puede verse con claridad en los procesos: respetar los tiempos de las masas, dejar que el chocolate tome la temperatura justa, no forzar un levado. Lo que en otro contexto podría ser una estrategia de marketing —lo artesanal, lo pausado— aquí es un modo de estar. “Trabajar sin perder la calma del corazón”, aseguran. Para ellas, la belleza no se impone: surge cuando cada cosa encuentra su tiempo.
Un emblema
Durante todo el año elaboran el pan dulce de la Abadía, pero en Navidad la producción se multiplica. No usan maquinaria industrial; cada pieza se amasa y se arma a mano, una por una. Los ingredientes son seleccionados con cuidado —frutas, frutos secos, manteca de primera calidad— y la receta se mantiene dentro de la comunidad. La demanda crece, pero no las apura: prefieren mantener intactos los procesos antes que acelerar la producción. Ajustan los precios lo mínimo posible; no buscan maximizar ganancias sino sostener su vida comunitaria. “Lo económico está al servicio de lo espiritual”, explican con una lógica que descoloca en tiempos donde casi todo se mide en escalas de rendimiento.
Además del pan dulce, preparan torta galesa, torta inglesa, torta Linz, galletitas navideñas, figuras de chocolate y su Stollen, un clásico europeo perfecto para esta época del año. Mientras trabajan, la cocina huele a manteca, especias y paciencia.

Un vínculo con el Vaticano
Hay un dato que sorprende incluso a quienes ya conocen el monasterio: seis hermanas de la comunidad viven en el Vaticano. En enero de 2024, el papa Francisco las convocó para reimpulsar la misión contemplativa del Monasterio Mater Ecclesiae, un espacio dedicado a la oración por la Iglesia y por el Papa. La comunidad recibió la noticia con emoción y naturalidad: la vida que llevan en Roma es idéntica a la que viven en Argentina. Oración, silencio, fraternidad y trabajo sencillo. Incluso elaboran allí algunos de los productos que preparan acá.
Meses después, la misión fue confirmada por el nuevo papa León XIV, lo que consolidó la presencia constante de las hermanas en el Vaticano. Ese vínculo, para la Abadía, no tiene un sentido institucional ni un brillo protocolar: es una continuidad espiritual. Acompañan desde la oración, del mismo modo en que interceden por quienes compran un pan dulce o piden un pedido especial para las fiestas.

El boca a boca
Durante mucho tiempo, los productos de la Abadía circulaban sobre todo entre los vecinos de la zona norte: San Isidro, Martínez, Punta Chica, Beccar. Hoy llegan familias, jóvenes, adultos mayores, y reciben pedidos de otras partes del país. “Muchos quieren sabores tradicionales; otros buscan algo más difícil de nombrar: un gesto, una presencia calma, un modo de hacer las cosas sin prisa”.
En tiempos donde la velocidad parece la medida de todas las cosas, las hermanas sostienen una forma de trabajar que no es lenta, sino profunda. Trabajan mucho, pero no corren. No lo hacen como un mensaje para el exterior, sino porque es la forma de vivir su vocación. “Si quienes reciben nuestros productos perciben un poco de serenidad, es un don”, dicen. No buscan transmitir nada en particular; simplemente hacen lo que su vida monástica les pide. Tampoco entran en la lógica de la comunicación digital:si bien tienen una web en la que se difunde su trabajo, la verdadera publicidad es el boca a boca y la que hacen sus colaboradores más cercanos, ad honorem.
Ese modo de trabajar se volvió, sin pretenderlo, una especie de refugio cultural. Y quizás por eso, en estas semanas de diciembre, cuando los pedidos se multiplican y las hermanas amasan sin pausa, los pan dulces de la Abadía adquieren un significado que va más allá del sabor: son, en cierto sentido, una forma diferente de medir el tiempo, un camino para llegar a otros.
Dónde comprar
Abadía de Santa Escolástica: Martín Rodríguez 547, Punta Chica
Local Recoleta: Libertad 1240, PB local 19






