El pujo como metáfora de la crianza, un voto de confianza para que los padres acompañen a sus hijos a lo largo del camino
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Entre madrazas luchonas y leonas, en un país lleno de pueblos con plazas en las que está la estatua de la madre tierna o sacrificial, ponemos sobre la mesa hoy esa faceta de lo materno de no tanta prensa: la de la madre que ofrece su pujo para alumbrar a su hijo a un cambio de etapa que permita que la vida continúe.
Se asocia el amor materno al cobijo y la protección. Esa asociación parece obvia ya que, llegado el momento, el cuerpo materno se transforma en milagro y creación, generando una persona que, tras el tiempo correspondiente, verá la luz y dejará atrás la protección tibia en la que creció desde el inicio.
El relato sobre la protección envolvente y amniótica de la madre es real, pero suele ser parcial. Es verdad que lo materno protege y nutre, como se ve en el embarazo, pero no debemos olvidar, dentro del combo del amor materno, al reflejo de pujar que mencionamos al inicio. Se trata de esas contracciones finales que, cuando se cumplen los tiempos, apuntan a que el chiquito nazca y cambie así de jurisdicción.
Es obvio que mucho tiene de metafórico lo que acá decimos. No todas las madres literalmente pujan al alumbrar a sus hijos ya que deben acudir a cesáreas o, por caso, muchas no los han llevado dentro de sí dado que son adoptantes, pero queremos ejemplificar de esa manera la idea de que todo cobijo tiene su tiempo tras el cual viene el pujo y…, con la confianza del caso, su ruta.
Cobijar vs pujar
Antes y ahora, uno de los dilemas del arte de la crianza está en definir cuándo hay que cobijar y cuándo “pujar”. Cuándo el cuidado pasa a ser encierro y socava el crecimiento del chico. O, por el contrario, cuándo el poco cobijo y cuidado genera perjuicios en los chicos, con los problemas que eso trae consigo.
No hay tips absolutos al respecto, pero sí la noción de que con la mirada libre de miedos, culpas y angustias innecesarias ese discernimiento se obtendrá de la mejor manera. Saber soltar (o no) la mano que acompaña cuando el hijo aprende a andar en bici, o cuando el hijo o la hija suben al ómnibus que los llevará a la lejana ciudad en la que harán la facultad…todos diferentes pujos, a veces duros, otras, no tanto…
Vale recordar que el pujo existe y tiene su sentido dentro de lo que es el amor materno. Ayudará a mirar con menos temor los procesos de crianza, hoy vistos como agobiantes por muchas personas, quizás, por considerárselos una suerte de embarazo eterno. Entre madres sobreactuadas que no sueltan, y madres desamoradas que sueltan demasiado, preferimos a las madres que saben cobijar y pujar, cuando corresponde.
Es que no hay maternidad sin horizonte para regalarle al hijo, y sabemos que el camino hacia ese horizonte empieza, real o metafóricamente, con un pujo generoso, ofrecido oportunamente para que el amor inicial se siga desplegando en los nuevos escenarios que aparezcan.
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