Una idea que nació en plena pandemia y dio lugar a una comunidad de amantes de las mariposas
- 5 minutos de lectura'
La terraza de un PH de Villa Crespo es el epicentro de un fenómeno que está transformando el barrio. En un típico edificio de dos plantas el mariposario de la huerta urbana Sitopia ofrece un espectáculo efímero, que carece de programación exacta, aunque cuando sucede es una fiesta. El equipo de seis mujeres que lidera Florencia Gallino sigue paso a paso el ciclo de vida de las mariposas; la metamorfosis cuyo proceso arranca con los huevos, pasa por las orugas, sigue por las crisálidas hasta que emergen las mariposas que luego viajarán por el barrio, marcando corredores biológicos en otras terrazas y balcones.
La idea surgió en plena pandemia. Florencia, 35 años, licenciada en Relaciones Internacionales con especialización en Desarrollo Sustentable, recién había instalado el vivero y la huerta. Pero a los pocos días llegó la cuarentena. Y se tuvo que reinventar. Así, compartió en las redes el día a día de Rayita y Amapola, las dos primeras mariposas que nacieron, se criaron y se liberaron cuando todo el planeta estaba encerrado.
“Fue una locura lo que pasó, se armó una comunidad increíble. Todos pendientes del engorde, de lo que comían, cómo las protegíamos y cuidamos. Hicimos videos y hasta cursos online porque la gente quería aprender a armar mariposarios en las casas”, comenta Florencia, entre las plantas nativas que funcionan como hospederas: el sen de campo, que atrae a la mariposa Limoncito. Y Mburucuyá, la planta hospedera de la Espejito. “Es un mito que viven pocas horas. Su ciclo es largo”, aclara Florencia y dice que la mariposa más común es la Espejito, que crece entre plantas enredaderas de los terrenos baldíos o las vías del tren.
En apenas unos meses, el PH de la calle Lerma se llenó de mariposas y las redes (el Instagram y el grupo de Facebook), de preguntas, consejos, anécdotas y videos donde Florencia mostraba cómo caminaban las orugas por su mano, cómo se posaban las mariposas, mansas y tranquilas para luego emprender el vuelo. El aprendizaje sobre los gustos, características y dinámicas de los insectos dio lugar a optimizar el mariposario: en 2021 liberaron cerca de 500 mariposas junto a un pequeño grupo de alumnos y alumnas. Y tienen planeado duplicar el número en otra “experiencia mariposa” para los próximos meses.
El equipo no solo se ocupa de alimentarlas y evitar que las avispas las parasiten. También documentan su comportamiento, relevan la cantidad de machos y hembras y toman nota de los cambios de comportamiento.
Según la ubicación de los mariposarios que armaron sus alumnos, se pueden identificar nuevos corredores de mariposas en Palermo, Chacarita, Villa Ortúzar, Belgrano y Caballito, además de algunas plazas porteñas donde se sembraron plantas nativas. “Desarrollaron la capacidad de volver a buscar alimento”, apunta Florencia.
En la plaza Clemente, de Colegiales, el Parque de la Estación, de Almagro, y el Parque Elefante Blanco, de Villa Lugano, se plantaron árboles y arbustos que propician la aparición de jardines de mariposas ya que estas especies regeneran la biodiversidad en los espacios verdes. Además, se las puede ver en el Jardín Botánico, en un área especialmente diseñada para atraerlas.
“Las mariposas son polinizadoras. Cuando atraviesan el estadío de orugas se alimentan de las plantas para propagarlas. Es maravillosa la inteligencia vegetal. Como recompensa, las plantas generan néctar para los polinizadores”, explica Florencia mientras observa un par de pupas o crisálidas que en pocos días se convertirán en Monarcas y desplegarán sus alas anaranjadas. “Como al principio son muy dóciles se pueden posar sobre nuestras manos. Además son muy sensibles al sonido, cuando escuchan mi voz empiezan a cabecear hasta que se acostumbran. Y si no quieren que las toques escupen un líquido verde”, afirma la especialista que vivió en Ciudad de México y se trajo a Buenos Aires la idea del emprendimiento sustentable que ofrece semillas agroecológicas, composteras urbanas y macetas realizadas con materiales reciclados. “La pandemia sembró una nueva necesidad: la de reconectar con la Naturaleza aunque sea desde un balcón”, afirma.
Entre las anécdotas “cosechadas” en el mariposario, Florencia atesora una en particular: “Cuando las 90 orugas de una de las primeras tandas se comieron todas las asclepias hubo que alimentarlas con zapallo que, aunque no es lo ideal, fue una solución express hasta que llegaron las plantas nuevas”, dice. Es que el tipo de vegetación es clave para cumplir el ciclo de vida de las mariposas, que solo se desarrollan ante la presencia de determinadas especies. “Estas plantas necesitan sol directo y buen riego”, advierte la fundadora de Sitopia, que articula las palabras sitos (comida) y topos (lugar). “Nuestro lugar para autoabastecernos, generar nuestro propio alimento”, agrega.
Muchas mariposas pueden polinizar distintos tipos de plantas, pero no pueden poner huevos en cualquiera. Sólo lo hacen en las nativas específicas.
“Que no se observen muchas más mariposas por la ciudad se debe a que no encuentran un ambiente libre de tóxicos, por el uso de agroquímicos para el control de plagas y especialmente la escasez de vegetación nativa que les da cobijo y alimento”, señalan Fabio Márquez y Jorge Freitas, autores del libro Mariposas Porteñas (Ediciones Ecoval), un completo mapeo urbano con fichas, características, descripciones y tipos de plantas hospederas que favorecen la propagación.
“Es necesario enriquecer la diversidad biológica urbana”, plantean los especialistas en Diseño del Paisaje. “Las plantas exóticas no las convocan y la urbanización desmedida, menos”, remata Florencia.
Más notas de Hábitos
Más leídas de Sábado
“La cocina no necesita otro Francis Mallmann”. El chef brasileño que revolucionó la escena del fine dining
Desvelados. Un estudio revela cuáles son los trastornos del sueño que sufren más de 75% de los argentinos
¿Tolerancia cero? El nuevo método de los restaurantes para “sancionar” a quienes no asisten a la reserva
Comer en el "jardín de la ciudad". La plaza de un tradicional barrio porteño, nuevo epicentro gourmet