El empresario recuerda con admiración a quien diseñó “la pirámide”, la icónica bodega al pie de los Andes, a dos meses de su fallecimiento
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La imagen de la pirámide maya que mira a la Cordillera de los Andes sorprende al turista que visita Mendoza para recorrer su ruta del vino. Este original diseño lleva la firma del reconocido arquitecto Pablo Sánchez Elía, quien falleció semanas atrás a los 68 años, dejando un legado conformado por destacables obras que llevan su impronta, y que abarcan tanto espacios cálidos e intimistas como construcciones de tipo monumental.

Entre estas últimas, una de las más destacadas es “la pirámide” –como se la conoce en el mundo del vino– donde funciona la bodega Catena Zapata, y que alberga su sala de barricas circular, sus salas de degustaciones y su área de turismo (vale señalar que obtuvo en 2023 el puesto N°1 del ranking The World’s 50 Best Vineyards). Nicolás Catena Zapata, propietario de la bodega, rindió homenaje a Sánchez Elía a través del recuerdo del proyecto que los unió para dar lugar a uno de los diseños arquitectónicos más disruptivos de la Argentina.

–¿Cómo nació el proyecto de la pirámide?
–Hacia finales de los noventa las exportaciones de vino crecían fuertemente y decidimos construir una nueva bodega dedicada especialmente al mercado internacional. Recién se iniciaba la introducción del vino argentino en el mundo y mi preocupación primera fue diferenciarlo de lo que se producía en otras regiones ya famosas. Pensé que la arquitectura de la nueva bodega tenía que dar un mensaje que nos hiciera diferentes. Un estilo italiano parecía apropiado por mi abuelo italiano, fundador de la bodega. O tal vez español antiguo, pero así era el establecimiento de Robert Mondavi en Napa Valley, en California.
–¿Cómo pasó entonces de los estilos italiano o español al precolombino?
–En esos momentos regresaban mi hijo Ernesto y su esposa Joanna de su luna de miel en Guatemala, en la antigua ciudad de Tikal. Traían cientos de fotos del viaje en las que se destacaba la grandiosidad y la belleza de la arquitectura Maya. Al ver las fotos, decidí que debía elegir algo americano, distinto de Europa, de países como Francia, Italia o España. Entonces, me decidí por el diseño Maya.

–¿Cómo llega Pablo Sánchez Elía al proyecto?
–Había pedido proyectos a cinco arquitectos. Todos presentaron esbozos muy buenos, muy bellos, pero quien realmente se entusiasmó con la arquitectura Maya fue Pablo Sánchez Elía. Coincidimos y le encargué un proyecto de bodega para ser construida en Agrelo, en Mendoza. Pablo estudió detenidamente la cultura Maya y sus ciudades, sus edificios y sus templos, e incluso viajó a Guatemala a conocer la ciudad de Tikal. Nunca conocí en su profesión a alguien tan profundo, tan obsesivo en su afán por descubrir los detalles de un estilo arquitectónico como Pablo. Recientemente fallecido, creo que su profesión ha perdido a alguien muy, muy valioso. Pablo eligió inspirarse en Tikal, entre las múltiples ciudades Mayas, entre otros motivos por uno especial: el nombre de mi nieto mayor es Tikal Catena. Mi hijo Ernesto llamó a su primer hijo Tikal por un inmenso afecto hacia esa cultura y supongo que ello influyó para que a toda mi familia le resultara sumamente atractivo el diseño Maya.
Por otro lado, mi hijo Ernesto produce vinos con la marca Tikal en un estilo que me voy a permitir denominarlo “misterioso”. Son el resultado de mezclar diferentes varietales cada año con criterios que solo Ernesto conoce. Los cinco vinos Tikal son realmente peculiares.

–¿Cómo llegaron al diseño final de la pirámide?
–Pablo se inspiró en los templos de esa ciudad, en sus escalinatas, en sus alturas, sobre todo en sus ángulos constructivos. De allí surgió la idea de la pirámide, que nace de las pirámides escalonadas de Tikal. Recuerdo nuestras conversaciones sobre los templos Mayas que indudablemente lo habían impresionado. Se enamoró del templo del Gran Jaguar, de 47 metros de altura y que cuenta con escaleras muy difíciles de subir. Sobre ese punto discutimos. Estéticamente eran de una grandiosidad y belleza impresionantes, pero a mí me pareció demasiado, pensaba que era algo muy llamativo para ser la entrada a una bodega.
–Finalmente, lo convenció.
–Sí, lo convencí y Pablo diseñó unas escaleras muy cómodas para acceder a lo que hemos denominado “la pirámide”. Sin embargo, hoy me arrepiento, Tal vez reproducir ese gran templo maya hubiera cumplido mejor el objetivo de diferenciarnos de Europa. En mi imaginación, la bodega estilo Maya daría un terminante mensaje conceptual de que nuestro terroir era diferente al europeo, de que era algo nuevo: un vino del nuevo mundo, un sabor distinto, peculiar, único. Recuerdo que por aquel entonces nos estábamos iniciando en la adopción de la teoría francesa de que la calidad de un vino solo está determinada por el terroir y no por la técnica de elaboración. Con los años he observado que el mundo se ha convencido de que el Malbec argentino tiene un sabor y un aroma únicos, irreproducibles en otras regiones vitivinícolas.

–¿Debatieron otras ideas en torno al diseño?
–Sí, recuerdo que en mi visita a Tikal me había gustado muchísimo el famoso “arco maya” o arco falso [donde los bloques de piedra se escalonan hacia adentro desde cada lado de un vano hasta encontrarse en el centro, creando una forma triangular sin usar una clave central como un arco verdadero], y le pedí a Pablo, durante un almuerzo en el restaurante de Francis Mallmann en Mendoza, que incluyera en su proyecto situaciones donde pudiéramos mostrar esta forma arquitectónica. En este punto, Pablo no me hizo mucho caso, y solo en los costados de la construcción pueden observarse hoy estos arcos. De todos modos, su proyecto final completo me pareció excelente y lo concretamos. Y según comentan los críticos famosos del vino, gracias a la pirámide proyectada junto a Pablo nos hemos realmente diferenciado del Viejo Mundo. En definitiva, esa era la idea que tan bien supo interpretar y llevar a la realidad.









