Después de un 2020 donde primaron los festejos reducidos y en burbuja, este año las Fiestas auguran grandes reuniones: ¿por qué es importante juntarse aun cuando la pandemia no pasó?
El año pasado Carolina Schworer celebró Navidad sola con su hija en el balcón de su casa. Fue un festejo súper íntimo, que contrastó con los que solía organizar en su hogar o a los que asistía como invitada. “Siempre fui de organizar o ir a fiestas con mucha gente. Tengo mucha familia, somos un montón y nos gusta juntarnos todos. Pero este año mi plan es pasarla sola con mi hija. Haremos algo sencillo en el balcón de mi casa”, contaba a La Nación Carolina, actriz y maquilladora (@_caro_makeup), hace exactamente un año, en plena pandemia, cuando nadie se atrevía siquiera a pensar en pasar las Fiestas con gente que no fuera de su círculo más cercano para evitar los contagios.
Un año después, Carolina planifica unas fiestas totalmente distintas. Serán en la costa, en una casa grande que alquilaron para compartir con más de 10 personas, entre familia y amigos. “Decidimos hacer algo diferente a lo que fue 2020. Vamos a ir a Ostende y vamos a pasar Navidad con mi novio y su hija de 4 años, su hermana y pareja con su bebé, su otra hermana, el papá de mi novio que vino desde el exterior, mi hija, mi mamá y seguramente se sume algún amigo –cuenta–. Vamos a ser muchos. Pero el gran ausente será mi papá, que falleció en abril. En parte por eso, decidimos irnos de Buenos Aires, porque quedarnos acá hubiera sido difícil. Las de este año van a ser Fiestas especiales y vamos a pasarlas con mucha gente, rodeadas de amor, y con una familia ampliada”, cuenta, entusiasmada con los preparativos y el clima previo.
Carolina conoció al papá de su novio, que vino desde Canadá para estar con sus hijos y sus nietos, hace apenas un par de semanas. Será una prueba de fuego para todos, no solo por la convivencia, sino por las fechas. “Esta no es una Navidad más. No sé cómo nos pegará, pero al ser muchos vamos a estar entretenidas y seguramente eso va a ayudar a pasar el momento”, confía Carolina, que buscará refugiarse en el cariño de todos los que la acompañarán en Nochebuena.
Del microfestejo a las fiestas del reencuentro
Si las del 2020 fueron las Fiestas de los microfestejos y las reuniones íntimas y acotadas –en las que los grandes ausentes fueron los abuelos por su condición de grupo de riesgo– este 2021 asoma como el escenario del reencuentro. Aunque la pandemia se llevó a miles de argentinos que este año no estarán y serán recordados con amor en las celebraciones, lo cierto es que en muchas mesas también volverán a reunirse, luego de muchos tiempo, sobrinos con tíos, nietos con abuelos, primos, hermanos y cuñados. Será el contraste de las mesitas de dos o tres personas, con distanciamiento y protocolos, que primaron un año atrás.
Más allá de esta particularidad, la psicoanalista especializada en vínculos Susana Mauer destaca como positivo que muchos optaron por modos creativos de festejar. “La complejidad que supone una Navidad en pandemia nos ofreció a la vez un regalo: la posibilidad de renovar, inaugurar. Y paradójicamente la excusa del Covid nos restó presión –sostiene–. Si somos coherentes, en estas Fiestas surgirán variantes de celebración que serán genuinas y placenteras aunque no multitudinarias. Más allá del enorme deseo de volver a reunirnos. También necesitamos moderarnos y privilegiar el encuentro de afectos cercanos”.
Por su parte, Adriana Ceballos, psicoanalista y directora de Ecofam (Escuela de Coaching de Familia, @coachingdefamilia) destaca que después de un año atípico, las familias quieren volver a festejar sin restricciones: “En esta Navidad, los deseos de celebrar se ven acrecentados. Serán reuniones colmadas de reencuentros y quizás de nostalgia por los que no están. Hay una gran necesidad de estar juntos, unidos, dando a la vida un valor especialísimo porque sabemos que podemos perderla –reflexiona–. Tenemos el anhelo de compartir con quienes queremos verdaderamente hacerlo, sin compromisos ni obligaciones. Buscamos contención, quizás consuelo con aquellos que el año pasado no pudieron estar reunidos como siempre”.
De las mesitas a la pijamada
En la casa de Paula Rapagnani, joyera que desciende de una tradicional familia de relojeros, la idea es volver a juntar a todos después de mucho tiempo. El año pasado armó en su casa con galería y amplio jardín distintos sectores con livings para evitar el contacto entre los pocos invitados. “En 2020 los mayores fueron los grandes ausentes. Yo tengo a mi papá, Reinaldo, que tiene 89 años, y a mi mamá, Nina, de 85, y los cuidamos mucho. La fiesta fue muy reducida y había mucho protocolo. Fue la Navidad de los afectos cercanos. Faltó mi familia política y los amigos que pasaban a saludar después de las doce –reconoce–. Este año vuelve la mesa grande, en la que cada uno se sienta donde quiere. Mis padres están entusiasmados con la idea porque disfrutan mucho las reuniones familiares y las Fiestas son el único momento del año donde estamos todos. Somos como 25″, cuenta Paula, que tiene dos hermanas, Andrea y Elisabeth, con las que tiene la joyería (@lasrapagnani).
La idea es completar la velada con una pijamada en la que quien quiera se quede a dormir y cumplir con el ritual del chapuzón en la pileta a medianoche: “Yo soy muy anfitriona, me encanta recibir en casa, y el año pasado me faltó un poco eso de la juntada grande. Somos de familia italiana, nos gusta juntarnos, celebrar y comer –destaca Paula–. Calculo que haremos un asado; la picada y el aperitivo no pueden faltar y estamos viendo de hacer una barra de tragos y licuados para los chicos. Esta vuelta queremos ponerle onda. Para nuestra familia, la Navidad es el evento del año”, resume.
Después del positivo, la recompensa
Para Nadia Barrera estas Fiestas serán realmente las del reencuentro. En 2020, por culpa del Covid, que se contagió días antes de Navidad, pasó la Nochebuena y el 25 en soledad, en la cama, sin la compañía virtual ni siquiera de una videollamada porque su cuadro empeoró esa misma noche. Apagó el celular cerca de las 22 y se fue a dormir dos horas antes del brindis virtual.
“Esa Navidad iba a ver por primera vez a mi abuela de 93 años. Era la primera salida de ella, estaba emocionada por eso. Pero una compañera de trabajo tuvo Covid y yo me hisopé por las dudas, porque iba a ver a mi abuela, a mi mamá y mi hermana que son pacientes oncológicas, y mi tía con EPOC. Como no tenía síntomas y me sentía bien, estaba segura de que el resultado iba a ser negativo. Cuando vi el positivo no lo podía creer, fue un impacto”, relata Nadia, que es psicóloga y trabaja en el servicio penitenciario.
Aunque los primeros días transitó bien la enfermedad, el 24 de diciembre empezó a sentir un cansancio extremo, el cuerpo le pesaba y le costaba mantener los ojos abiertos. “Yo estoy separada y vivo sola y aunque estoy acostumbrada a la soledad, cuando empezás a sentirte mal te planteás eso de a quién recurrís en caso de que empeore. Es complicado que no haya nadie del otro lado de la puerta –comenta–. Yo iba a cenar con mi familia por videollamada para que me hicieran compañía, pero no llegué a las doce. Corté antes porque me empecé a sentir realmente muy mal. Así que la Navidad del 2020 la pasé de largo, para mí no existió. El 31 me dieron el alta y sí pude ir a abrazar a mi mamá. Año Nuevo lo pasé con ella porque sabía que ya no contagiaba. Pero todavía no estaba bien, seguía estando con mucho cansancio y la verdad es que no pude disfrutar ni siquiera de eso”, se lamenta Nadia.
Este año, parece, tendrá recompensa. Se reunirá con aquellos con los que no pudo ni compartir el brindis por videollamada y llevará, como todos los años, su famosa ensalada de frutas tropicales, que significó para su familia una baja importante en la mesa navideña del año pasado. “Fue lo primero que me pidieron que llevara para este encuentro –ríe–. Aunque estoy contenta de volver a reunirme con ellos, no estoy eufórica porque fallecieron tres personas muy cercanas y el ánimo está un poco bajo, pero la idea de estar juntos es reconfortante y es un motivo para celebrar”.
Nochebuena y... solitaria
Lara Guardia es de San Luis, pero hace más de siete años vive en Buenos Aires. Desde que se mudó a CABA todos los años cumplió con el ritual de viajar a Merlo, su ciudad natal, y pasar las Fiestas en familia. El año pasado no pudo hacerlo y fue la primera vez que no se reunió con su abuela, su mamá y su hermano para fin de año. “Era muy caótica la situación de los pasajes, no tengo auto y dependía del avión o el micro. No había pasajes, o eran muy caros y decidí no ir a verlos porque además allá está mi abuela Ana María, de 88 años, y quise cuidarla”, recuerda Lara, que trabaja de administrativa y estudia Derecho en la UBA.
Pese a que se reunió con amigos, Lara dice que extrañó muchísimo estar con los suyos. “Fue triste no estar ahí. Fueron unas Fiestas un poco solitarias. Para la gente del interior es necesario reconectarse con la familia, con su pueblo, con los amigos de la infancia –destaca–. Hace dos años que no voy y no los veo, es un montón, por eso este año va a ser especial, porque serán las Fiestas del reencuentro. Finalmente voy a poder abrazar a mi mamá, a mi abuela, a mi hermano y a mi sobrino. Ana María es la única abuela que me queda y ella es el corazón de la familia. Estoy desesperada por abrazarla. Intentaré aprovechar el tiempo perdido”, asegura Lara, expectante por cómo será ese momento que tanto imaginó. Como en toda celebración, la comida tendrá un lugar central. “Mi abuela cocina increíble. Yo digo que hace magia. Lo que más extraño es el locro, que es lo que mejor le sale. Obviamente la temperatura no ayuda, pero aun así, espero que me lo haga”, confía Lara.
Dudas y ¿milagro de Navidad?
Fabricio Donati pasó la Navidad pasada de una manera inesperada: en Oslo, con un amigo griego que conoció ahí. “Fue una Navidad distinta, muy, muy tranquila. Me sentí medio solo. Incluso estando acompañado porque estás acostumbrado a juntarte con todos, al cariño de allá. El europeo es muy frío, tiene costumbres diferentes”, compara Fabricio, que aterrizó en la capital de Noruega en agosto de 2019, meses antes de la pandemia, para lograr la estabilidad económica que en Argentina le faltaba. Especializado en tareas de construcción y carpintería, buscó evitar repetir la historia de su papá, que tenía una empresa constructora y quebró por las vicisitudes económicas. “Acá la mano de obra especializada es muy valorada. Me gusta, hago trabajos por mi cuenta, manejo mis tiempos ahora que tengo los papeles en regla”. Fabricio estudia a la distancia psicoanalisis en la escuela de José Luis Parise y además juega al fútbol con un grupo de latinos.
En Trelew quedaron su hermana, su hermano y un sobrino, a los que quiere volver a ver. “El año pasado fue imposible ir. Este año la intención era esa, pero la situación que hoy se vive en Europa me generó dudas. Acá volvieron a usar barbijo, y están empezando a cerrar cada vez más. Tengo miedo de que cierren las fronteras y no poder volver”, se lamenta Fabricio. Sin embargo, las ganas y esa energía que suele impregnar estas fechas pueden hacer torcer su decisión. “Mi familia me pide que vaya para las Fiestas, quieren que esté sí o sí. Yo extraño un montón. Veremos si se da el reencuentro”, dice Fabricio dejando margen para soñar con estar el 24 o el 31 en la mesa familiar. El bolso está siempre listo por si surge un viaje a algún lugar cercano. ¿Se producirá el milagro de Navidad?
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