Por lo general, es una patología silenciosa que no presenta síntomas hasta un estadio avanzado; los especialistas recomiendan la dieta mediterránea, evitar el sobrepeso y hacer actividad física
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El hígado graso es una enfermedad silenciosa que se manifiesta sin previo aviso y que afecta aproximadamente a un 25% de la población mundial, según datos de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos. En ocasiones, esta patología se mantiene estable y no presenta mayores complicaciones. Sin embargo, a veces puede evolucionar y desarrollar distintas afecciones. Sus causas, dicen los especialistas, no están del todo claras, pero se estima que están relacionadas con el estilo de vida de la persona y sus condiciones de salud.
Para Fabio Nachman, jefe del Servicio de Gastroenterología del Hospital Universitario Fundación Favaloro (M.N. 96066), el hígado graso se trata “de un término general que se utiliza para denominar a un conjunto de patologías o afecciones que, como su nombre indica, tienen como principal característica el exceso de grasa almacenada en las células del hígado”. Esta condición, “a algunas personas no les genera síntomas ni empeora, pero a otras puede ocasionarles problemas de salud”, ahondan desde la Clínica Cleveland.
Precisamente, el hígado es el órgano interno más grande del cuerpo: su tamaño es similar al de una pelota de fútbol americano y está ubicado en la parte superior derecha del abdomen, debajo del diafragma y encima del estómago, describen desde la Clínica Mayo e informan que su función es vital para el organismo: digiere alimentos, elimina sustancias tóxicas y sintetiza proteínas.
¿Qué afecciones puede generar el hígado graso?
Según el jefe de servicio de Gastroenterología del Hospital de Clínicas, Esteban González Ballerga (M.N: 78.316), se considera hígado graso cuando este órgano acumula más de 5% de grasa en su tejido. Lo importante en estos casos es la forma en que se manifiesta, que puede ser a través de dos maneras. Una, la esteatosis simple, condición que no produce ninguna afección y que no conlleva ningún tipo de inflamación ni daño hepático. “Lo único que se puede llegar a sentir es dolor debido al agrandamiento del órgano”, mencionan desde la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos.
Por otro lado, “en aproximadamente un 10% de los pacientes, este cuadro evoluciona a lo que se conoce como esteatohepatitis no alcohólica”, precisa Valeria Descalzi, jefa de Hepatología de la Unidad de Hepatología y Transplante Hepático del Hospital Universitario Fundación Favaloro (M.N: 83014). Cuando esto ocurre, el hígado se inflama y a la larga, “puede desarrollar una fibrosis”, ahonda la especialista. Esta afección, tiene que ver con la formación de una gran cantidad de cicatrices “que se van generando a través de los años para reparar las células dañadas”, explica Descalzi. Cuando hay cicatrices en exceso, “el hígado queda totalmente dañado. Este estadío final se denomina cirrosis y la situación es irreversible”, indica la especialista. Lo curioso de la fibrosis, indica Descalzi, es que tarda un promedio de entre 10 y 20 años en desarrollarse, por lo tanto “se puede prevenir”.
¿Cuáles son las causas?
En términos de Nachman, las causas son multifactoriales y se asocian tanto al estilo de vida como a la salud de las personas. Al respecto, Descalzi coincide y revela que los principales factores de riesgo son tres. El primero que menciona es la obesidad porque “al tener mayor porcentaje de grasa corporal, aumenta el nivel de insulina y en consecuencia, los ácidos grasos se depositan en el hígado”, dice la hepatóloga. Segundo, destaca a la diabetes tipo 2 y la resistencia a la insulina; tercero, el sedentarismo.
No obstante, los desencadenantes no se limitan solo a esto: “La alimentación inadecuada, de mala calidad y de forma desmedida, también podría dar lugar a este cuadro”, agrega Nachman. Para el especialista, el problema surge de una dieta basada en el consumo de demasiadas calorías, grasas saturadas, frituras y elevado nivel de azúcar. Sumado a ello, cuando hay altas concentraciones de grasas en sangre tales como de colesterol LDL (malo) o triglicéridos, también aumentan la probabilidad de manifestar hígado graso.
El consumo de alcohol también hace su aporte. Tal como explican desde la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, cuando se bebe, el hígado descompone esta bebida para poder eliminarla del cuerpo. Aún así, en este proceso se generan sustancias dañinas que deterioran las células del órgano, provocan inflamación y debilitan las defensas del cuerpo.
Formas de prevenirlo y tratamientos
“Cuando hay fibrosis, ya no hay vuelta atrás. Pero, si el cuadro es simplemente hígado graso inflamado, la situación se puede revertir”, comenta Nachman. Para esto y como aún no hay ningún fármaco específico para paliar la condición, el gastroenterólogo explica que el tratamiento se reduce a mejorar ciertos aspectos del estilo de vida. Precisamente la sugerencia tanto para tratar y como para prevenir el hígado graso, es bajar de peso a través de un plan de alimentación y actividad física adecuada”, aclara Nachman.
En este sentido, “se recomienda dejar de lado el sedentarismo y realizar ejercicio de tres a cuatro veces por semana durante 45 minutos. De esta manera, se combate la obesidad y se evita la acumulación de grasa”, precisa Descalzi. En relación a cuál es la actividad indicada, los especialistas precisan que no hay un consenso claro entre si conviene hacer aeróbico o fuerza debido a que no todas las personas pueden hacer lo mismo, más bien, subrayan que lo importante es mantenerse en movimiento.
Con respecto a la ingesta de alimentos, Descalzi hace hincapié en la necesidad de consumir una dieta saludable y equilibrada: “La mediterránea es una de las más indicadas por estar llena de antioxidantes, gracias al consumo de frutas y verduras; por ser alta en fibras, producto del aporte de legumbres, semillas y cereales integrales y, por el aporte de omega 3. Además, es baja en azúcares″, detalla la experta, quien además recomienda fervientemente evitar el consumo de alcohol y de bebidas azucaradas y carbonatadas.
Consultada acerca del diagnóstico y teniendo en cuenta que en la mayoría de los casos el hígado graso no presenta síntomas, Descalzi comenta que esta enfermedad es difícil de identificar: en muchos pacientes, se descubre gracias a un hallazgo ecográfico. En ocasiones, también puede pasar que “los pacientes consulten por una molestia abdominal y así termina saltando que tienen hígado graso; otras veces, a quienes tienen diabetes o sobrepeso, por default, se les piden estudios referidos al hígado graso ya que son las más propensas a manifestarlo”, dice la hepatóloga.
Por su parte, González Ballerga señala que los métodos de análisis más utilizados son “la ecografía, la resonancia magnética, la elastografía hepática (métodos no invasivos) o la biopsia”. Sumado a ello, “es importante decir que en general, esta enfermedad es asintomática, lo que la convierte en peligrosa porque suelen aparecer síntomas recién en su estadio final, entre ellos: descompensación, ictericia que es cuando la piel se torna amarilla; acumulación de líquido en el abdomen y falla hepática”.
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