
Mientras los médicos esgrimen rayos de todo tipo contra nuestras dolencias y nos someten a tratamientos que -hace un siglo- hubieran cautivado la imaginación de Julio Verne, hay quienes van en busca de las fuentes de la curación muy lejos de los recintos informáticos del mundo moderno: aunque parezca paradójico, en el umbral del siglo XXI los científicos todavía se internan en selvas frondosas, se sumerjen en las profundidades oceánicas y bucean en antiguas culturas indígenas para descubrir las panaceas del futuro.
La empresa resulta razonable, especialmente si tenemos en cuenta que, como afirma el etnobiólogo norteamericano Mark Plotkin, del Museo Smithsoniano, sólo en el Amazonas existen más de 80.000 especies de plantas florales y millones de otros organismos en los que la naturaleza ensayó sus retortas químicas durante miles de millones de años de evolución. Los chamanes rendían culto a esa sabiduría y elaboraban pociones que podían incluir más de 20 componentes. Y lo que es más notable: a menudo, les daban resultado.
Es innegable que durante mucho tiempo se tuvo muy en cuenta las enseñanzas de la Madre Tierra. El hombre de los hielos, ese cazador del neolítico que fue descubierto casi intacto en los hielos del Similaun, en los Alpes suizos, tenía un trozo de piel atado alrededor de la muñeca en el que había enhebrado unos hongos de abedul. Los antropólogos especulan que ése fue el primer kit de primeros auxilios de la historia.
Los indígenas de Monte Verde, en el sur de Chile, ya cultivaban jardines de plantas medicinales que incluían el hoy tradicional boldo, planta de efecto diurético, laxante y calmante hepático. Y la bíblica mirra tenía tanto valor porque era el único antibiótico con que se contaba en la antigüedad.
Pero tal vez lo más interesante de todo esto es que, según Plotkin, en plena última década del siglo XX, la búsqueda de fármacos en la naturaleza pasó a ser algo así como el non plus ultra de la industria. Un reciente estudio de los 150 fármacos más empleados -afirma el investigador- revela que el 80 %, aproximadamente, se deriva o está basado en productos naturales.
Eso sí, en este y otros temas en los que es conveniente evitar los dogmatismos, qué acertada suena la frase del doctor Liz Fernández, autor del interesante estudio Las mil maneras de curar para prolongar la vida (Ediciones Caligraf, 2000): "En la mesa de la medicina hay un plato para cada escuela y el mejor menú se hace con varios platos. Cada uno en su momento".






