En los deportes, en las competencias en general, se cuentan obsesivamente los minutos y los segundos; medir el tiempo, nombrarlo, contarlo y buscar manipularlo lo vuelve menos irracional, intangible, invisible e incierto
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El fútbol, como todos los deportes que mensuran la duración de una competencia en minutos, no escapa a la sobreutilización del concepto “tiempo”, e incluso a usos contradictorios. Es una palabra central en la jerga del discurso periodístico. Es casi imposible hablar de competencia, si no aparece el tiempo como variable de mensura. Por ejemplo: llegamos a tiempo para ver el primer tiempo. El jugador hace tiempo para ir al entretiempo. No alcanza el tiempo en el vestuario para preparar el segundo tiempo. Se acaba el segundo tiempo y ya estamos en tiempo de descuento, mientras el jugador hace tiempo.
¿Es necesario este uso irrestricto y contradictorio? ¿Qué extraña sustancia produce el cerebro cuando decimos “tiempo” durante un evento con una duración predeterminada? Mi hipótesis es que decir “tiempo” nos conecta con el devenir imprevisible de un juego, que tiene muchas variables ajustadas y predecibles (reglamentos).
La única que no tiene control, a pesar de que juguemos a controlarla con los relojes, es el tiempo, el incesante devenir. El modelo de vida que nos impone asociar tiempo a dinero promueve creer que es posible controlar el devenir contabilizando un recurso material.
En los deportes, en las competencias en general, se cuentan obsesivamente los minutos y los segundos en lugar de billetes: se revisan los tiempos reglamentarios, los tiempos de descuento, se critica el hacer tiempo; son modos de intentar controlar ese flujo incesante del devenir. Medirlo, nombrarlo, contarlo y buscar manipularlo lo vuelve menos irracional, menos intangible, menos invisible, menos incierto.
Otro aspecto clave entre tiempo, dinero y bienestar se manifiesta en los deportes de alto rendimiento. ¿Cómo juega el modelo en las altas competencias, donde todo se hace al límite y los premios son desorbitantes? Es la relación entre mucho dinero y mucho esfuerzo en lapsos breves, un esquema límite del modelo lineal que todo lo comprime.
En el tenis, vemos un ejemplo a escala de la relación entre los ritmos diarios y los supradiarios. Cada golpe cuenta para ganar el punto, que solo vale en el marco del game, y cada game vale en el marco del set, y cada golpe cuenta para el puntaje anual. El partido, la rítmica máxima diaria, se pone en valor en las rítmicas mínimas de cada golpe. Ahora bien, vemos que aquí el dinero tiene otra contrariedad. El valor del juego tiene sentido hasta que el partido termina, no tiene sentido antes o después. El valor del tiempo para cada deportista lo definen las reglas del juego y no las del dinero.
La vida de un deportista tiene una duración limitada. Esta frase típica contiene varios elementos del modelo tiempo es dinero. Podemos reescribirla así: la trayectoria de un deportista tiene un recorrido sujeto a su estado físico y a su capacidad de generar valor deportivo, apto para competir.
En la lógica del mercado deportivo, esta capacidad se asocia rápidamente a una variable de productividad: el valor del deportista es un recurso a explotar. Todo esto naturaliza que el tiempo sea dinero, que aprovechar la edad y las capacidades, implique acumular riqueza.
En el automovilismo aparece otra variable que es la velocidad. Si bien está presente en las métricas de todo deporte, en los autos, motos y similares, juega un rol específico en construir y consolidar ese imaginario de compresión temporal y valorización extrema. El riesgo de vencer los propios límites, los records, produce una relación adictiva con la incertidumbre de jugar con la muerte, y por lo tanto, de “apostar” a mucho más de lo normal.
“Escuchá tu yo interior”
Ahora bien, ¿cómo juegan aquí las relaciones entre ritmos personales y rítmicas sociales? ¿Cómo se da la euritmia entre lo personal, lo tribal y lo deportivo? Repasemos frases legendarias de deportistas al hablar de sus métodos para triunfar: “sé vos mismo”; “escuchá tu yo interior”; “el único rival es uno mismo”; “tené confianza en lo que sos”.
Estas frases nos gritan que el secreto reside en encontrar los propios ritmos y seguirlos, para no caer en los ritmos del contrincante. Se comprende entonces que, al analizar rítmicas deportivas, la experiencia del tiempo es dedicada a templar la confianza, reforzar la decisión, la convicción, el liderazgo y tantos otros valores que no se reducen a obtener dinero. El dinero aquí, es una valoración económica de todo ese esfuerzo y sobreexigencia que el contexto simbólico y ritual de las mercancías del deporte necesita producir para incorporar ese no-dinero a un circuito de valor mensurable para el mercado.
La experiencia del tiempo tiene un valor intrínseco, que es su vitalidad. El tiempo tiene valor porque da vida. Que este valor se confunda con un valor económico nos lleva a reducir que nuestra experiencia deportiva solo tenga sentido si requiere, además, un esfuerzo dinerario.
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