A 50 años del planteo de un concepto clave de “la ciencia de la felicidad”, surge una “contra escuela” que, para sentirse mejor, promueve llorar al menos una vez por semana
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Este año se cumple medio siglo del planteo de uno de los conceptos más famosos de la denominada “ciencia de la felicidad”, y de la economía de este terreno en particular: el de la “paradoja de Easterlin”. En 1974, el economista británico Richard Easterlin publicó un artículo titulado “¿El crecimiento económico mejora la condición humana? Alguna evidencia empírica”, en el cual marcaba lo que consideraba una anomalía: pasado un nivel básico de necesidades satisfechas, la gente de países con ingresos muy dispares no reportaba niveles de felicidad en concordancia a esa riqueza.
Y la misma paradoja se daba en una línea temporal: medida a lo largo de décadas en países cuyo PBI se había multiplicado (en Japón y EE.UU. de la posguerra, por ejemplo), no ocurría lo mismo con el nivel de bienestar emocional agregado.
En las décadas siguientes esta rama de estudios creció al infinito: se fundaron institutos, revistas académicas especializados y hasta ministerios y programas de gobierno con el objetivo de subir la felicidad de los habitantes, desde Inglaterra a Buthan, un país en el que el PBI no se mide en términos monetarios sino en el del bienestar emocional de sus ciudadanos.
Semanas atrás se conoció el reporte más amplio y conocido sobre el estado de situación de la felicidad en el planeta, el “Reporte Mundial de Felicidad”, que se focalizó esta vez en las diferencias de bienestar emocional a lo largo de la vida. Y hubo algunas sorpresas.
Tradicionalmente, la curva de felicidad en el ciclo de vida replicaba una “U” o una sonrisa: era alta en la juventud, bajaba y tocaba su nadir (límite más bajo) entre los 40 y los 55 años –por el exceso de trabajo, responsabilidades familiares, crisis de mediana edad, etc.- y luego volvía a repuntar hacia los niveles iniciales. Pero desde fines de la primera década de este siglo (entre 2006-2010) se empezó a notar con fuerza una disminución en la felicidad de jóvenes ya adolescentes, que se profundizó durante la pandemia, remarcó el informe.
Los 10 países más felices del mundo se repiten con pocas alteraciones, con Finlandia siempre a la cabeza y cinco países nórdicos en el top 10. Estados Unidos y Alemania cayeron a los puestos 23 y 24, respectivamente. La Argentina subió del puesto 52 al 48 (las encuestas en las que se basaron estos resultados ya tienen un año).
La agenda de la felicidad tiene una relación muy estrecha con la de bienestar. Hay una correlación fuerte entre ambas variables, e inclusive “impostar” una sonrisa es mejor que no hacerlo: envía al cerebro señales que luego sirven para cambiar el estado de ánimo para mejor.
Aunque es muy popular en los medios, la “ciencia de la felicidad” recibe muchas críticas en el mundo académico, por la subjetividad de la materia que trata. Hay una infinidad de problemas metodológicos: por ejemplo en algunas culturas está mal visto contestar en una encuesta que uno no es feliz (en el norte de Europa, por caso, sucede eso); mientras que en naciones asiáticas, como Japón, pasa lo contrario.
Pero como decía Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no les gustan…tengo otros”. Y no es casual que desde Japón justamente haya surgido una “contra escuela” que, para sentirse mejor, promueve llorar al menos una vez por semana.
Hidefumi Yoshida es conocido como “el maestro de las lágrimas” y se la pasa recorriendo Japón con conferencias y cursos donde educa a la gente en los beneficios de llorar regularmente. “El acto de llorar es más eficiente que el de reírse o el de dormir a la hora de reducir el estrés”, le dijo Yoshida recientemente a un periodista que lo entrevistó para el Japan Times. En los materiales de sus cursos, facilita libros, películas o música emotiva, que inducen más fácilmente al llanto. Según él, esto estimula la actividad nerviosa parasintética, disminuye el ritmo cardíaco y aquieta la mente. “Si llorás una vez por semana, podés vivir una vida sin estrés”, promete.
No es el único que promueve el llanto con fines de mejora emocional y física. El estudio pionero en este campo es de 1981, llevado a cabo por William Frey, médico y profesor de la Universidad de Minesotta, el “experto en lágrimas”, comprobó que llorar libera endorfinas, y por lo tanto termina promoviendo niveles de felicidad y bienestar general. Años después, en 2008, otro estudio sobre más de 3.000 voluntarios comprobó que llorar hace que la gente se sienta mejor en situaciones difíciles, y que por lo tanto inducir a lagrimear podía ser una herramienta terapéutica poderosa.
¿Alguno con ganas de empezar este camino? El sitio cryonceaweek.com ofrece una escena corta super dramática y triste cada semana. La última son tres minutos y 40 segundos con Matt Damon contándole al terapista Robin Williams un trauma de su niñez en Good Will Hunting (“En Busca del Destino”, 1997).
Así que resulta más válida que nunca la enseñanza del vendedor de barquillos en Villa Gesell: “¡¡Lloren chicos, lloren!!!”. O la frase que popularizó Moria Casán (y que luego tomó Antonio Gasalla con tinte humorístico): “Si querés llorar, llorá”.
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