Alcohol y violencia: los boliches deben hacerse cargo del costo de la seguridad
La Argentina vive una epidemia de violencia. Jóvenes que supuestamente buscan divertirse de vacaciones se involucran en masivas grescas en las que todo vale. Matar o morir por un trago de más. Las alarmas están activadas hace rato sin que nadie, en los gobiernos o en la sociedad, se muestre interesado a escuchar los avisos. Solo un ejemplo: los estudiantes argentinos tienen los niveles de consumo de alcohol más elevados en América y superan por diez puntos porcentuales a los demás en la escala expuesta el año pasado por la OEA. Más claro, no hay otra nación -ni siquiera los Estados Unidos- con el nivel de alcoholismo juvenil de nuestro país. A nadie le importa.
Los patrones de consumo se potencian los fines de semana en los boliches. Así lo muestran los informes de la Sedronar, en documentos públicos que pocos leen. Esas bocas de expansión del consumo de alcohol, en las que también se puede bailar, se transforman en escenarios habituales de peleas. Adentro los patovicas resuelven los conflictos. Con violencia, por supuesto. Sin embargo, importa aún más lo que ocurre fuera de esos habilitados puntos de comercialización de bebidas. En el espacio público continúan sin control las peleas. Allí la responsabilidad es del Estado. Quizá sea tiempo de planear operativos especiales de prevención para evitar muertes y daños graves. Y aparece entonces una alternativa: los boliches deben hacerse cargo del costo de la seguridad.
Esos lugares obtienen importantes ganancias económicas por la venta tan indiscriminada como irresponsable de alcohol. El Estado, toda la sociedad, no puede derivar recursos para mejorar el negocio de un privado, pero tiene la obligación de evitar las peligrosas peleas callejeras. Algo similar pasa en el fútbol. Y los clubes son quienes pagan para que su espectáculo tenga márgenes mínimos de seguridad. Los boliches no deberían quedar fuera de las responsabilidades de lo que pasa frente a sus puertas.
Otros actores sociales también tienen culpas y obligaciones. Las instituciones deportivas deberían desalentar la tolerancia al consumo de alcohol desmedido. Especialmente los clubes de rugby, ya que sus integrantes hablan de la transmisión de valores positivos como no se hace en otros deportes. Sin embargo, las crónicas policiales no registran casos de grupos de jugadores de handball o de equipos de natación como participantes de grescas con heridos y muertos. En peleas grupales es más común encontrar a un pack de fowards,
El problema está a la vista: cuatro de cada 10 menores de 14 años consumen alcohol todos los meses. Y el 31 por ciento de los estudiantes de nivel medio, chicos y chicas, vive cada mes un episodio de beber y no recordar que pasó.
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