Los informes forenses definen a Roberto José Carmona como psicópata, egocéntrico y narcisista; lleva preso más de la mitad de su vida, y carga tres condenas a perpetua por otros tantos homicidios; el martes pasado sumó un nuevo crimen a su legajo
CÓRDOBA.- Sin conciencia moral; psicópata; proclive al delito; egocéntrico; carente de empatía; narcisista; capaz de matar por placer, por un trámite o por necesidad; inteligente. Esos son algunos de los adjetivos que se leen en los informes psicoforenses o que emplean quienes conocen a Roberto José Carmona. A los 59 años lleva más de la mitad de su vida preso y, el martes pasado –en medio del partido de la Selección Argentina con Croacia– se fugó en una visita conyugal. Mató a un taxista, hirió a una mujer. Fue recapturado horas después. La “Hiena humana”, como le dicen, ya purga tres condenas a prisión perpetua por otros tantos homicidios. Ahora enfrentará una más, ya detenido en la cárcel de Bouwer.
“Esperé demasiado tiempo para razonar y predisponerme, y recién allí tomar decisiones. Hasta que logré hacerlo yo tenía una mente criminal y a las mentes criminales ustedes no pueden entenderlas, porque las mentes criminales piensan de manera promiscua”. Eso dijo Carmona en 2008, durante una conversación con el periodista Dante Leguizamón. Usó el tiempo verbal pretérito para describir su propia mente. El 11 de diciembre de 2022, 14 años después de aquella entrevista, volvió a matar.
“Es irrecuperable”, define un perito forense a LA NACION. Conocedor de la personalidad del tres veces condenado a perpetua y autodefinido como “garantista”, el especialista se pregunta “¿quién dijo que se lo podía recuperar? ¿por qué se le permitieron las salidas?”. Advierte que no hay que caer en la tentación de llamarlo “loco”.
Carmona tiene un trastorno antisocial de la personalidad. “No es una enfermedad mental; es una variante de la normalidad. Una parte de esa personalidad la conformaron el apego y los traumas tempranos, pero hay millones de personas que sufrieron situaciones así y no llegan a ser lo que es él”, describe.
Carmona nació el 15 de enero de 1963, creció sin la presencia de su madre y de su padre, quien abandonó a la familia cuando él tenía cuatro años; eran cinco hermanos. Cuando, en 1986, confesó el crimen de Gabriela Ceppi ante el fiscal José Ugarte –hoy vocal de la Cámara Octava del Crimen– contó que su mamá, Magdalena Bonet, los había enviado como pupilos a un instituto de menores.
Dijo que “odiaba” a los curas y a las monjas porque lo “separaron” de sus hermanos. Pasó por establecimientos de minoridad, donde fue abusado por internos mayores y hasta por celadores. No mantiene contacto con nadie de su familia.
Los perfiles construidos por psiquiatras y psicólogos repasan que se dedicaba al delito “en solitario”, que hacía dinero y después viajaba. En 1979 quedó presó en Cosquín por robo; a los pocos meses lo condenaron en la Ciudad de Buenos Aires por robo calificado, privación de la libertad y drogas. Huyó y volvió a caer detenido a los 100 días.
En 1982 le unificaron las sentencias por delitos de robo calificado, privación de libertad y drogas; lo condenaron a 10 años y seis meses. Salió en 1986 por una ley de conmutación y reducción de penas. En esos tiempos pasó por las cárceles de Olmos, Sierra Chica, San Nicolás, La Plata y Junín.
En enero de 1986 llegó a Cosquín, en las sierras cordobesas, en un Ford Taunus que había robado a una pareja en Santos Lugares. Fue al festival de Folklore; alternó con jóvenes en los balnearios; tomaba cerveza e invitaba a algunas chicas a comer pizza o empanadas.
El detalle no es menor porque, según revela el excamarista Carlos Lloveras, quien presidió el tribunal que lo condenó por el asesinato de Ceppi, “solo sabía usar cucharas, porque en los institutos no hay cuchillos ni tenedores para no agredan ni se auto agredan”.
Cumplió 23 años en las sierras y ese mismo 15 de enero decidió regresar a Buenos Aires. En la ruta se encontró con Gabriela Ceppi, de 16 años, quien estaba con dos amigos; habían pinchado una rueda y esperaban ayuda porque no tenían un gato hidráulico. Paró un vehículo y, cuando vio que también se detenía el Taunus, siguió.
Los jóvenes, Guillermo y Alejandro, le explicaron que no tenían las herramientas necesarias. Carmona dijo que iba a buscarlas a su baúl. Regresó con una carabina; además, tenía una pistola en la cintura. Le ordenó a Ceppi que fuera con él; cuando uno de los chicos, karateka, intentó defenderla, le apuntó. “Quedate tranquilo que no soy ningún violador”, le gritó.
Alrededor de las cinco de la mañana ingresó con el Taunus a un pequeño bosque, a la altura de la localidad de Toledo. Allí violó a Ceppi y, después, con ella de rodillas o agachada, le disparó a la cabeza. Le sacó una cadenita que llevaba y cubrió el cadáver con yuyos. Lo encontraron 29 días después; todavía tenía en la mano una etiqueta de cigarrillos Marlboro.
La psicóloga Liliana Licitra, que lo entrevistó cuando lo detuvieron, contó en ese juicio que cuando ella le preguntó por qué había matado a Ceppi, Carmona respondió que cuando la joven le rogaba que no le disparara, él se veía a sí mismo rogando una piedad que nunca tuvieron con él.
Ugarte recuerda que, ante la misma pregunta, el asesino afirmó: “La verdad que no sé. Si se hubiera atascado la bala no la hubiera matado. Le disparé en la cara. Ella pedía que no la matara. Reaccioné cuando la bala le quebró el hueso”. El entonces fiscal repasa que Carmona quería hablar y que lo hizo durante mucho tiempo. No designó abogado y declaró aun cuando la letrada de oficio le aconsejaba que se abstuviera. “Un egocéntrico, un narcisista”, define el funcionario judicial.
Escape de película
En su declaración en el juicio, la psicóloga Licitra afirmó que hubiera sentado en el banquillo de los acusados “en primer lugar, a la sociedad. Por sus instituciones y por la manera en la que se manejan esas instituciones de menores a la hora de acompañar el crecimiento de los niños que albergan. Es evidente que, tal como los ha descripto el acusado, sólo pueden producir a un psicópata. Pero también lo sentaría a Carmona, porque comprende y dirige sus actos, por lo que, teniendo otras opciones, decidió matar”.
Después del homicidio de Gabriela Ceppi, Carmona siguió con su huida. Pasados más de 30 años, el juez Lloveras la define como “cinematográfica; pensada con inteligencia”; y lo define a Carmona: “Actuaba como un estratega”. Al llegar a Villa María con el Taunus robado, abandonó la ruta; levantó a un joven que hacía dedo y lo obligó a participar de un asalto a pescadores.
Los hombres eran cuatro. Los hizo acostar boca abajo y amenazó con matarlos. Simuló dispararles a todos, aunque tiraba más lejos; al último le tiró al lado de la cabeza. Les sacó dinero y siguió. Robó una camioneta y, mientras ya había retenes policiales sobre la ruta, la puso sobre la vía del tren y así llegó a Buenos Aires. Un tatuaje de Rocky Balboa en un hombro era la pista que habían aportado los testigos.
Era febrero de 1986, y seguía la búsqueda de Gabriela Ceppi y de su captor. Un cable de la agencia Télam alertó a la Policía de Córdoba. Informaba de la detención de un “ladrón solitario” que se movilizaba en Ford Taunus, “llevando como rehenes a una familia y a un taxista, con una pistola 9 milímetros y 13 proyectiles calibre 38″. Lo identificaban como “Roberto José Carmona, domiciliado en San Francisco Solano”. Cuando consultaron si tenía a Rocky Balboa tatuado, la confirmación fue completa.
Carmona se confesaba “admirador” de Sylvester Stallone. Veinticinco días después del crimen regresó a Córdoba en el asiento trasero de un Falcon, entre dos policías. Denunció que fue torturado y que por eso confesó. Días después recién apuntó con exactitud dónde estaba el cuerpo de Ceppi. La cadenita que le sacó estaba en el aljibe de la casa de quien era su novia en ese momento.
El comisario Carlos Campos, a cargo de aquella investigación, aseguró que la confesión se consiguió porque habían advertido “el alto grado de egolatría” del detenido y explotaron eso. “El error más grande era contradecirlo o echarle en cara los hechos cometidos”, escribió en su libro “El perfil del investigador”.
En agosto de 1986 la Cámara Quinta de Crimen de Córdoba lo condenó a Carmona a reclusión perpetua por el asesinato de Ceppi y por los “robos calificados reiterados y privación ilegítima de la libertad calificada”. No por la violación, porque el tribunal consideró que la acción penal no fue promovida en tiempo y forma.
“Es un sujeto inescrupuloso, una anguila –insiste Lloveras–. Después de la condena hablé muchas veces con él. Nunca me llamó por mi nombre ni me dijo ‘señor juez’. Sí me decía que era el primer juez de carne y hueso que había conocido. ‘Vos sos un gil, en una mañana hago más plata que vos en medio año de trabajo; hago dos, tres, hasta cinco robos’, decía. Un ególatra total”. Al exmagistrado no lo sorprende que haya vuelto a matar.
Lloveras recuerda en detalle el silencio sepulcral que se hizo en la audiencia cuando el padre de Gabriela, José Ceppi, le dijo que lo perdonaba. Ahora, cuando se enteró de la fuga, reconoció que pidió custodia y contó que una vez su hija, que tiene una pizzería en el barrio General Paz, lo descubrió “mirándola desde afuera”.
“Un juez no puede dejar salir a una persona de la talla de Carmona y la jueza [Ligia Duca, de Chaco] se tendría que poner la mano en el pecho y pensar si ha cumplido la función como lo determinan las normas o si se ha evadido de sus obligaciones y sus derechos”, sostuvo Lloveras. En eso coincidió con Raúl Bocalón, padre de Javier, el taxista al que la Hiena asesinó a puñaladas el martes, cuando intentó escapar luego de su visita conyugal en el barrio Las Violetas.
Sentimiento de superioridad
Los funcionarios judiciales que en los últimos años trataron con Carmona consensuan con los policías que lo detuvieron en Córdoba en los ‘80 que siempre se sintió “superior” a los otros presos, que quería que lo reconocieran como tal, como que estaba “un escalón más arriba”.
En la excárcel cordobesa de San Martín, adonde fue por la condena de Ceppi, tuvo muchos problemas. En 1988 le dio un “puntazo” a otro preso, Martín Castro; la herida no fue grave, pero a la noche le tiró aceite hirviendo en la cara y lo desfiguró. Seis años después mató a Héctor Bolea, un “líder” de pabellón. Como lo quisieron linchar, lo trasladaron a Chaco. La Cámara 3ra del Crimen lo condenó a 16 años de prisión, más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado y declaración de cuarta reincidencia.
Un año después, en el pabellón de máxima seguridad de Resistencia mató a su compañero Demetrio Pérez Araujo. Otra condena a reclusión perpetua, más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado. Regresó a Córdoba y pidió estar aislado del resto.
Por más incidentes, fue reenviado a Chaco y en 2012 lo derivaron a Corrientes, a la granja modelo Yatay, donde los presos se autogestionan y cuentan con vigilancia mínima. Allí tampoco estaba integrado; hacía actividad física y fue en 2014 cuando la Justicia le autorizó las salidas transitorias para visitar a su esposa en Córdoba. En una oportunidad rompió las reglas y lo regresaron a Resistencia.
Juan Cima, el juez chaqueño que lo tuvo a cargo hasta 2021 que se jubiló y que le autorizó las salidas, le contó oportunamente a LA NACION que Carmona era “complicado, y que por eso se le denegaron los pedidos de libertad condicional. Tiene fama de tipo duro, pesado, y a él le gusta que lo vean así. Es instruido, aunque no terminó la escuela, se expresa muy bien y repite que él no es como el resto”.
Las salidas que le autorizó Cima son “por el término de nueve horas diarias, durante tres días, cada cuatro meses, bajo custodia penitenciaria no uniformada, en el domicilio de su esposa”, en la ciudad de Córdoba.
Dieciocho viajes hizo en estos años (se interrumpieron durante la pandemia); Ligia Duca, a cargo del Juzgado de Ejecución Penal Nº2 de Resistencia, en un comunicado indicó que nunca hubo problemas ni informes que advirtieran sobre la necesidad de interrumpir las salidas.
Con Angelita, exportera de una escuela municipal cordobesa, se casó en 1999 en la cárcel. En esos años había un grupo de mujeres “admiradoras” de Carmona. En declaraciones a radio Pulxo, su esposa afirmó que “nunca jamás hubo un problema”; admitió que salió “por la puerta, en medio del partido”. A las 16.26 sus guardias avisan a la Policía que había escapado. Salió con un bolso con algo de ropa y una púa. Con ese puñal improvisado mató al taxista e hirió a una mujer a la que quiso robarle el auto.
Ese martes burló a seis penitenciarios chaqueños encargados de su custodia; están detenidos y acusados de “favorecimiento de evasión”.
Gonio Ferrari, el único periodista que lo entrevistó cuatro veces, insiste en que es un “psicópata; impredecible, imprevisible” y que “leyó mucho, es instruido”. Asegura que nunca lo escuchó arrepentirse, sí decir que todos los hechos “los había convertido estando inconsciente”.
Una “agresividad predatoria”, sintetiza el forense: “No actúa por impulsos. Todo es utilitario, no existe el otro como respeto, como freno. Tiene la intención, la voluntad de causar daño. Disfruta a partir de la angustia del otro. Mató y siguió matando por venganza, por un trámite, porque se oponían a sus deseos”.
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