Verónica Vilma González acaba de ser condenada por el asesinato de Carlos Bustamante, muerto a golpes en 2019 en Miramar
Hacía dos años que su hijo, Gastón, había sido estrangulado, un día después de haber cumplido 12 años. Los rostros de sus padres, Carlos Bustamante y Verónica Vilma González, eran la cara del dolor. Durante casi todo ese tiempo, la madre del chico, fue el ariete en la acusación contra quien, para ella, había sido el homicida de su hijo: Julián Ezequiel Ramón, el novio de Rocío, la hermana de la víctima. Hasta ese momento, el esposo la acompañaba en su postura, aunque ya no eran un bloque monolítico. Y el abogado defensor, Alejandro Borawski, había logrado abrir una grieta: se valió de un resultado de ADN para cuestionar la prueba de la huella en un viejo televisor de tubo, el principal indicio contra Ramón. Pero, sobre todo, introdujo el germen de una sospecha que se expandió sobre la propia González: habló de un hogar disfuncional, de conflictos severos y de una animadversión de la mujer –la única que estuvo en la casa la mañana del crimen, según varios testigos– hacia el novio de su hija.
La Cámara de Apelaciones de Mar del Plata, en diciembre de 2013, sobreseyó a Julián Ramón por el robo y homicidio criminis causae en perjuicio de Gastón Bustamante, impune desde el 21 de septiembre de 2011. Ese día comenzó a gestarse una nueva tragedia que, casi ocho años después, tendría otra vez como escenario la vivienda de la calle 27 entre 46 y 48, la que pasaría a ser conocida como “la casa del horror” de Miramar. El 22 de marzo de 2019, Carlos Bustamante fue golpeado brutalmente, primero en el cuarto matrimonial, cuando descansaba, y luego en el living, adonde llegó con sus últimas fuerzas. Murió al día siguiente sin lograr decir quién lo había destrozado.
Hace una semana comenzó a cerrarse el círculo. Verónica González fue condenada a prisión perpetua por el homicidio de su esposo. Ni siquiera su familia la defendió. Si hasta fueron representados en la querella por Borawski, el abogado que había defendido a Ramón. Ahora, incluso, creen que ella pudo haber sido quien mató a Gastón. Ese expediente sigue abierto, en buscar de que, de una vez, la Justicia le ponga nombre al asesino.
Durante el juicio, la segunda semana de diciembre, Gonzalo Bustamante, hijo de un matrimonio anterior de Carlos, declaró que meses antes del crimen le había dicho a su padre que su mujer iba a matarlo. Sostuvo que su padre “estaba ido” y que solía presentar “golpes y moretones”, que atribuía a supuestos “accidentes domésticos”. Eran, se sabe ahora, los episodios que presagiaban la tragedia máxima.
“Yo lo veía ido, como sedado. Y le dije ‘a vos también te va a matar, igual que mató a Gastón’”, dijo Bustamante ante los jueces Alfredo Deleonardis, Gustavo Fissore y Fabián Riquert. Relató, además, que solían tener discusiones con su padre porque él nunca compartió las sospechas sobre la presunta responsabilidad de su mujer en el asesinato del niño.
Pero esa relación disfuncional y no exenta de violencia entre González y Bustamante ya podía entreverse. De hecho, la habían descripto las peritos psicólogas forenses Liliana Patricia Rodríguez y Adriana Gaig cuando realizaron la “autopsia psicológica” de la mujer, en el marco de la causa por el asesinato de Gastón, en el que la mujer no era la acusada, sino la querellante contra el novio de su hija.
“Al momento de formular sus observaciones sobre el grupo conviviente del niño Gastón Bustamante” resaltaron “su complejidad y conflictividad” previa al homicidio, resaltaron los camaristas marplatenses Esteban Viñas, Marcelo Riquert y Javier Mendoza, al citar la evaluación como prueba de peso para exculpar a Román en el crimen del chico.
Así describieron las peritos a la mujer, a su esposo y a su hija: “Allí, mientras que, entre otros rasgos, se atribuye a González inmadurez afectiva, inversión de roles respecto de su hija, inestabilidad emocional proclive a la impulsividad, capacidad de empatía disminuida, inseguridad, sentimientos de inferioridad, celos, ausencia de autocrítica, bajo umbral de tolerancia a la frustración, conductas perjudiciales hacia terceros significativos (pareja e hijos), tendencia a la victimización, conductas manipuladoras, mecanismos de defensa externalizantes, proyectivos (negación, justificación, proyección, disociación) y elementos paranoides, con surgencia de actividad mitomaníaca, cuyos referidos ataques de pánico impresionan a las peritos como episodios de tipo histeriforme. Se señala respecto de Carlos Bustamante que impresiona como afectivamente inmaduro, egocéntrico, negador, desentendido de sus compromisos y responsabilidades propios del rol paterno y en el aspecto económico, coloquialmente manipulador, con respuestas ambiguas, tangenciales y por momentos reticentes, justificando su conducta con mecanismos proyectivos y, al mismo tiempo, minimizándola, mecanismo este que repite cuando se trata de las mentiras y comportamientos recurrentes de su pareja; se apunta con relación a Rocío Bustamante que impresiona como catalizadora de los conflictos familiares denotando madurez y alto grado de compromiso ante ello, considerándola equilibrada en sus apreciaciones y no observando contaminación ni polaridades”.
La hora del crimen
Otros testigos habían señalado los cambios en Carlos Bustamante. Una hermana suya dijo que hacía tiempo lo veía “triste y desmejorado”, y otros señalaron que desde hacía meses lo encontraban “decaído” y que veían que “no era más la persona amigable que era antes” del 22 de marzo de 2019.
Sobre lo que pasó ese día, en el juicio quedó expuesta la descripción que policías y testigos hicieron del hallazgo del cuerpo, de la escena del hecho y de la actitud que, ante todo, tuvo González.
En la segunda audiencia declararon los primeros policías que estuvieron en la escena del crimen. Dijo Matías César Villa, que integraba el Comando de Patrullas de Miramar al momento del crimen: “Me llamaron de uno de los móviles y me dijeron ‘jefe, baje al lugar que esto es un mar de sangre’”. Una vez en la escena del hecho, encontró a Bustamante “en el piso, en posición fetal” y “lo que se veía era todo sangre”. Intentó hablar con la víctima, que yacía recostada en el piso del living, y al preguntarle “¿quién te hizo esto?”, el hombre, que “estaba helado”, solo emitió “un quejido”.
Villa no pasó por alto el drama que, ocho años antes, se había desarrollado en la vivienda de la calle 27 entre 46 y 48: “‘Primero el nene y ahora el padre’, fue lo que pensé”, declaró.
Dolores Moncada, la primera policía que llegó a la vivienda de la calle 27 entre 46 y 48 tras un llamado de Verónica González al teléfono del móvil de la zona para solicitar una ambulancia, declaró que Bustamante estaba “muy golpeado, con el ojo cerrado, muchos tajos en la cabeza y en la parte de la boca”. ”Me acerqué a hablarle, pero solo se quejaba”, aseguró. Recordó que dentro de la casa no había nadie más y que “no había ventanas ni puertas forzadas”.
Y Rubén Benavides, otro miembro del Comando de Patrullas, confirmó que el hombre “estaba golpeado y recostado en el suelo” de la casa.
Aportó un dato significativo: dijo que Verónica González les dijo que había encontrado a su marido herido al regresar de la calle y que no había ingresado para tratar de asistirlo. Sin embargo, Benavides advirtió que la mujer tenía “una mancha de sangre en la pierna derecha del pantalón”.
”Había mucho desorden, manchas de sangre como si lo hubieran arrastrado. Yo pensé enseguida ‘esto no es algo normal, no es un accidente’”, agregó.
También declararon cuatro vecinos. Entre ellos, la dueña de un almacén que recordó que, el día del crimen, Verónica González fue a comprar cerca del mediodía a su comercio y advirtió que “le temblaban las manos muchísimo más de lo normal y no podía sacar la plata para pagar”.
Agregó: “Me dijo que Carlos no se había querido levantar, ni levantar las cortinas” de la casa. Y la encargada de un local de cobro de servicios declaró que la mujer también pasó por ese comercio y “estaba muy nerviosa, no miraba a los ojos” y “se equivocaba en los números de cobro y con el dinero”.
Otra vecina, que fue testigo ocular en los procedimientos policiales del día del homicidio y que también había intervenido como testigo también en noviembre de 2011, tras el asesinato de Gastón Bustamante en la misma vivienda, y aseguró: “Lo que vi era lo mismo que había visto ocho años antes. Había sangre por todos lados”.
Precisó a su vez que “no había puertas ni vidrios rotos”, que “no se escucharon tiros” y que la víctima y la imputada tenía dos perros “que no ladraron” en el momento en el que presuntamente ocurrió el homicidio del hombre. Tampoco había ladrado el perro de la casa el día que mataron a Gastón, ocho años antes.
Los peritos Maximiliano Ianniciello y Hernán Gacio fueron enfáticos en afirmar que Bustamante fue atacado primero cuando estaba acostado en su cama y, luego, en el living de la casa que compartía con González, hasta donde llegó por sus propios medios, pero ya conmocionado. La legista Verónica Candia, que realizó el reconocimiento médico, explicó que el hombre fue “golpeado en primer término con un objeto contundente en el cráneo y el rostro” e “indudablemente estaba inconsciente al momento de ser golpeado”, dado que no presentaba signos de defensa.
Y la forense Marianela Álvarez, que realizó la autopsia, describió que la víctima presentaba “múltiples lesiones” causadas con “distintos elementos”, “fractura de cráneo” y heridas por “compresión” en el cuello, “compatibles” con un intento de estrangulamiento.
Bustamante murió el 23 de marzo de 2019 en el Hospital Interzonal General de Agudos de Mar del Plata, luego de haber sido trasladado desde el Hospital Municipal de Miramar, a causa de las heridas sufridas al ser atacado en el lugar en el que debía estar seguro. Ese mismo día detuvieron a Verónica González, que según un ateneo de psiquiatras y psicólogos, no presentaba “trastornos psicopatológicos que pudieran alterar su comprensión de los hechos”, aunque había travesado distintos cuadros de angustia y depresión, especialmente desde noviembre de 2011, cuando murió estrangulado su hijo Gastón en “la casa del horror”.
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