Diego Xavier Guastini fue, durante años, el cerebro financiero de los grandes carteles locales con proyección internacional; hasta que, acorralado, declaró como arrepentido y se convirtió en un blanco móvil para sus antiguos socios; alguno de ellos lo calló para siempre el 28 de octubre de 2019
En alguna oficina de la calle Florida 520, su cueva financiera, su lugar de reunión con otros narcotraficantes, policías y espías, en fin, su centro de poder, Diego Xavier Guastini, alias “Dolarín”, le explicó en junio del 2019 a un policía devenido en ladrón por qué se había convertido en un “arrepentido” del narcotráfico internacional:
–Estoy haciendo algunas cosas, viste? Arranqué ahora porque tenía un montón de quilombos; en octubre tuve que resetear. Firmé dos acuerdos de arrepentido, uno en un juzgado de Morón y otro ahí en Penal Económico, donde tenía el quilombo de las valijas, precisamente. Tuve que firmar por todos los que tenía atrás como imputados, tenía 17 imputados.
–Claro…
–Me iban a cocinar en el juicio.
–Olvidate…
–Llegar a juicio con 17 imputados atrás, se había muerto ‘Coco’, estaban todos los que estaban atrás de ‘Coco’, que estaban todos desbandados.
–Sí, sí, sí…
–Estaban todos haciendo cola para cocinarme. ‘Coco’ venía mal, a ‘Coco’ no había plata que le alcance.
–Yo me caí, yo no tenía la espalda que tenía ‘Coco’, yo me caí por falta de espaldas.
–’Coco’ bancaba a todo el mundo, bancaba 30 bocas.
–Bueno, a mí me pasaba exactamente lo mismo, y pasó lo que pasó. Yo hoy ya sé lo que no tengo que hacer.
–Y se murió y todos los que estaban atrás de él, que él los manejaba, viste, se me desbocaron todos, entonces, no me quedó otra que sentarme. Tengo gente que son uruguayos, españoles… A uno de los españoles lo mataron en España, mucho quilombo en la causa. Entonces tuve que sentarme y pararla. Eso fue en octubre… Todavía me falta firmar el acuerdo con el tribunal oral, que lo estoy tratando de estirar por todo el decomiso de los bienes.
Capo del narcolavado, Guastini arrastraba muchos problemas: sus “mulas” perdieron 1.524.715 de euros y 1.443.030 de dólares en diversos aeropuertos. Para no pasar un solo segundo en la cárcel, habló de todo y de casi todos: los Loza, los Sancho, “los musculosos de los veleros” y muchos más. Tal vez lo más conocido sea lo que dijo sobre “Leones Blancos”: que había dado el dato para que policías de Quilmes pudieran robar media tonelada de cocaína a una banda vinculada, precisamente, a los Loza, operación irregular por la que el fiscal Claudio Scapolan acaba de ser destituido de sus funciones.
Pero no menos riesgosa fue la jugada que llevó adelante contra Carlos Sein Atachahua Espinoza: a mitad de 2019 le declaró la guerra a este peruano, alias “Iván, el Uno”. Primero lo delató ante la Justicia, donde contó cómo lo había ayudado a lavar 10 millones de dólares del narcotráfico, y después lo hizo buscar por uno de sus hombres de seguridad para decírselo en la cara:
–Iván…
–Diego, ¿qué querés?
–Te quiero decir que te voy a romper el orto, hablé con la DEA…
–Bueno, gracias por avisarme.
–…De vos, tu mujer, tu hija…
–Voy a ver cómo me acomodo.
Tres meses después, el 20 de septiembre de 2019, el Tribunal Oral en lo Penal Económico (TOPE) N°1 porteño condenó a Guastini a 3 años de prisión en suspenso por haber sido el jefe de una asociación ilícita dedicada al contrabando de divisas. La pena para él y sus valijeros fue baja, justamente, por el acuerdo de colaboración.
La emboscada y los inmuebles
El 28 de octubre del 2019 a las 8.20 de la mañana, a la vuelta de la Municipalidad de Quilmes, un sicario sorprendió a Guastini por la izquierda y le disparó tres veces antes de que el financista narco pudiera desenfundar su Glock, la pistola que había decidido llevar siempre a mano para intentar protegerse, o al menos ganar tiempo. Con el encargo cumplido, el asesino se convirtió en fantasma.
Ese fue el fin de Guastini, que sabía que lo buscaban para matarlo, que tenía claro que podía terminar como Christian Quinteros, alias “Gordo Tita”, Anabella Blumetti y el español David Ávila Ramos, alias “Maradona”, todos conocidos suyos. Las malas lenguas dicen que “Dolarín” se encargó de hacer desaparecer al financista Hugo Díaz y al colombiano Alberto “Papo” Mejía. En esa lista algunos sumaron a Martín “Water” Providenza.
Y poco a poco también se derrumbó el imperio que había sabido construir: en abril de este año, el tribunal ordenó decomisar nueve unidades funcionales que formaban parte de la “cueva financiera” de Guastini –con entrada tanto por la calle Florida como por Lavalle–; el departamento 7 E de la calle Petrona Eyle 355, del edificio Aleph, construido por el Grupo Faena en Puerto Madero, con un boleto de compraventa por 2,3 millones de dólares; la casona de la calle Alem 1280, Banfield, firmada por 3,3 millones de pesos –390 mil dólares al tipo de cambio oficial del 5 de noviembre del 2014–; el lote 3 de la zona XXV de La Herradura, barrio cerrado de Pinamar, comprado por 37 mil dólares, y el galpón de la avenida Antártida Argentina 3001, Zárate, conseguido por 900 mil pesos (156 mil dólares al 26 de septiembre del 2013).
Algunos de esos bienes llegó a declararlos como propios a través de la Ley 27.260 de Sinceramiento Fiscal: blanqueó la tenencia en el país de seis inmuebles por un total de 39.172.450 pesos, alrededor de 2,5 millones de dólares, según la cotización oficial del 12 de abril de 2017.
Cada una de esas propiedades, ahora a disposición de la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE), tiene su historia detrás: por caso, el rastro del financista Díaz se perdió para siempre la mañana del 9 de marzo del 2015 en una de esas oficinas de Florida 520. Para la Justicia, Díaz sigue desaparecido, con la investigación archivada. Para la familia, en cambio, está muerto, con la sucesión patrimonial en marcha.
En el Aleph vivió una temporada el valijero “Maradona” hasta que la Justicia lo autorizó a regresar a España, donde se dedicaba, entre otras cosas, a los “vuelcos” de droga. El 12 de mayo del 2018, el “clan de los suecos”, liderado por Amir Faten Mekky, lo ejecutó delante de su hijo, que acababa de celebrar su primera comunión en Marbella.
En la casona de Banfield vivió la otra “mula” española, Juan José González Morito, alias “Juanito”, que tras el crimen de “Maradona” quedó al frente de “los Gordos” de la Costa del Sol. “Dolarín” registró esta propiedad a nombre de Paraíso Construcciones SA, una empresa que en los papeles pertenecía al financista Díaz y a la esposa, pero que en la realidad era suya. De la administración se encargaban entre Eduardo Daniel “Patán” Nacusse, que fue testigo contra Nicolás Pachelo (porque le robó dos veces en su casa de El Portezuelo, en Nordelta) y terminó detenido el año pasado por vender drogas de diseño, y alias “Mandril”, un agente de la Secretaría de Inteligencia (SIDE).
Guastini también se terminó quedando con un galpón de Zárate luego de que una organización narcocriminal internacional quedó al descubierto por intentar mandar desde allí 839 kilos de cocaína hacia España. De esa maniobra formaron parte los argentinos Horacio Aníbal Bérgamo y Liliana Trinidad Falcón.
Así, la Justicia decomisó inmuebles de “Dolarín” por 2,5 millones de dólares, más los otros US$2,5 millones perdidos por sus valijeros. Sin embargo, el imperio de este capo del narcolavado era mucho más grande: algunos bienes los heredó la familia, pero otros fueron a parar a los Monos de Rosario. Sin mencionar la quinta de Abbott, en la que armaba partidos de fútbol con los miembros de su mini SIDE: algunos señalaron ante LA NACIÓN que allí, finalmente, se convirtieron en ceniza los restos del financista Díaz y el colombiano Mejía.
Causa y efecto
Pero a la muerte de Guastini, los narcotraficantes con los que había hecho negocios siguieron cayendo. Fue un efecto dominó, en el que Dolarín golpeó la primera ficha y comenzó un movimiento que, aun con él muerto, nadie pudo frenar. Leones Blancos, Operación Atlantis, nombres de procedimientos en los que su marca quedó, indeleble.
Él mismo contó a la Justicia, en audiencias reservadas que fueron el puntapié de decenas de investigaciones, cómo operaba en dos planos para sus clientes: por un lado, la provisión de “mulas” que ingresaban el dinero que se pagaba en destino por los grandes cargamentos que salían desde los puertos argentinos, y la ingeniería para el lavado de activos a través de entramados societarios y operaciones comerciales para hacer recircular el dinero en el mercado formal de capitales.
Guastini dio datos detallados y, sobre todo, dio nombres. Puso la carnada para que los peces grandes quedaran atrapados en el anzuelo de la Justicia.
El clan Loza ya fue condenado en el 2020, en parte por sus dichos. Atachahua Espinoza espera el juicio, donde la declaración del financista, grabada en video para la posteridad, será la estrella del debate. Diego Gustavo Marano Fuentes, otro de los hombres sobre los que habló, tiene un proceso abierto en España y otro en la Argentina por el tráfico de tres toneladas de cocaína; Ezequiel Zabalua tiene la suya por tratar de volver al país con 56 kilos de éxtasis en uno de los veleros de Marano; y hasta el ahora exfiscal Scapolan perdió su cargo este año por su culpa.
Del crimen de Guastini ya pasaron casi tres años, pero nadie sabe si su fantasma, acaso, sigue recorriendo juzgados en busca de una última jugada.
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