Buenos Aires se adapta al cambio y, al final, resiste
Roberto Arlt, en sus Aguafuertes porteñas, escribió: "Ver destruir es el espectáculo que más gusta presenciar al hombre porque su instinto le dice que, tras lo que se ha destruido, tiene que levantarse algo nuevo. El hombre desea lo nuevo, lo busca y se entusiasma en su posibilidad".
La arquitectura es una obra que durante un tiempo se piensa, luego se diseña y por último se construye. Más allá del éxito o fracaso del resultado, la obra concluye. Las ciudades son obras incompletas, también imperfectas, que se definen a través de los eventos urbanos que transcurren en el tiempo. Su desafío por defecto es el poder transformar su estructura sin alterar su esencia ni su identidad.
Buenos Aires es una de esas ciudades que tienen, como pocas, la cualidad de adaptarse al cambio y de asimilar, estoicamente, las agresiones urbanas que a lo largo de su historia supieron sortear. A modo de ejemplo, podríamos decir que en 1917 el Cabildo no tenía su torre y sus arcadas eran reducidas por la apertura de la Avenida de Mayo, eje cívico que unía la Casa de Gobierno con el Congreso de la Nación. La lista de atropellos urbanos es larga y no viene al caso efectuar un detalle minucioso, ya que al final la ciudad resiste.
Desde el punto de vista urbano, Buenos Aires se transformó en tres ocasiones a lo largo de su historia: a mitad del siglo XIX, entre el final del XIX y la primera década del XX, y entre 1920 y 1950. Concluyó así con un crecimiento urbano colosal que combinó distintos tipos de obras de infraestructura y movilidad, de diseño de parques y de espacios públicos, de apertura de ejes urbano-cívicos y de edificios institucionales y públicos. Estos acontecimientos urbanos son los que hoy todavía definen la identidad de Buenos Aires.
En aquel momento de su historia la ciudad era caos, las calles eran caos, los espacios públicos eran caos. Sin embargo, Buenos Aires y sus habitantes asimilaban las transformaciones que todavía resisten y le dan identidad única a una ciudad que hoy es más patrimonio de la humanidad que de los mismos porteños.
El desarrollo urbano conlleva momentos de tensión y contrapuntos que la sociedad debe debatir abiertamente en los ámbitos adecuados, sin perder de vista que el resultado presente es solo un punto en una trayectoria muy amplia en la historia.
Lo importante es que las intervenciones urbanas respeten el patrimonio y no comprometan la identidad, esa cualidad que hace que Buenos Aires no se pueda comparar con ninguna otra ciudad en el mundo.
El autor es arquitecto y urbanista
Emiliano Espasandin
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