Egipto suena a todo volumen en El Cairo
Una orquesta de bocinas es el sonido de fondo de una visita a esta capital, que dicta un curso acelerado sobre la paciencia
lanacionarEL CAIRO (El País, de Madrid).- El Cairo es a un tiempo pirámides, Nilo, mezquitas, espléndidas villas que emergen esporádicamente de las orillas del río y feos edificios en perpetuo estado de construcción y de crecimiento, que imponen su tono ceniciento sobre todo lo demás. Pero, ante todo, esta ciudad es ruido. Es fácil comprender el gran desconcierto del que aterrice aquí por primera vez de noche y, al abrir la ventana de su habitación, oiga el atronador barullo que surge de la oscuridad y de las luces titubeantes y desconocidas, bajo un firmamento sin estrellas y amarronado por la polución y el polvo del desierto.
Sin embargo, todo cambia por la mañana, cuando el ruido se hace forma y se transforma en inofensivas carrocerías destartaladas, encajonadas unas con otras, y en gente amable y comunicativa que va y viene en medio de una humanidad en perpetuo movimiento.
Algo natural en una ciudad con 17 millones de habitantes que -según estimaciones de los propios residentes- aumenta un millón por año. Pensemos que la gasolina está a menos de un dólar el litro y que la mayoría se las arregla para hacer funcionar modelos de coches tan antiguos como las pirámides. ¿Qué ocurriría si oyésemos a todos ellos tocando la bocina a la vez? Que estaríamos en El Cairo. Es la manera de conducir por unas calles donde de nada valen las señales de tráfico, sino otro tipo de código construido sobre la necesidad inmediata de salir del atolladero.
Con los cinco sentidos
Tampoco se respetan los pasos de peatones ni los semáforos, cuando los hay. Así que se necesita estar bien despierto para salir a dar un paseo. En tal situación se recomienda mirar a los ojos de los conductores para cerciorarse de que uno es visto mientras cruza, y también ayudan algunos gestos de las manos. En realidad, aquí no se puede salir de casa distraído, medio atontado o pensando en otra cosa que no sea la mismísima calle. Hay que poner los cinco sentidos en la circulación y en el regateo, que forma parte de la vida cotidiana, puesto que todo es negociable, hasta el viaje en taxi.
El Nilo -único río que corre de Sur a Norte- divide la ciudad en Guiza y Cairo. En medio se extiende Zamalek, una isla donde tradicionalmente ha vivido la gente bien y por donde pasan algunos de los puentes que unen las dos partes de la urbe.
Ancho y de aguas densas, aparentemente inmóviles, está cargado de esa visión interna que hace pensar en Cleopatra en un barco de oro o en el cestillo de Moisés entre los juncos. Pero no sólo por todo lo que se conoce de él, el Nilo es mucho más de lo que parece, sino porque si uno se adentra en él en una falúa, protegido del sol por un toldo y con un té en la mano, el pasado se funde con este momento. La masa de agua se agranda. Las márgenes se alejan. Los edificios y los problemas se los traga la lejana tierra. La vida se aquieta. Y el ruido, mágicamente, desaparece.
Pura contradicción
Entre tanto, el alabastro de las cúpulas de las mezquitas expande su resplandor sobre la agitada vida de la supervivencia. Una de las más grandiosas, la de Mamad Alí, se halla en la Ciudadela, que es ese lugar del que, fortificado o no, suelen disponer casi todas las ciudades para contemplarse a sí mismas. Y precisamente desde aquí puede verse gran parte de El Cairo, con la gran mezquita cuadrangular de Ibn Tulum, cuya serena construcción se remonta al siglo IX. Frente al mundo musulmán -o, mejor dicho, dentro de éste-, el barrio copto, una parte del cual está siendo remodelada de arriba abajo. Callejuelas estrechas, sinagogas y pequeñas iglesias ortodoxas con fuerte olor a cera y revestidas de una pátina anclada en el fondo de los tiempos.
Así es El Cairo, pura contradicción: hermosura y fealdad, riqueza y pobreza extremas, fantasía y rudeza, nombres que significan árbol de perlas para personas que sólo pueden ocuparse de sobrevivir, vaqueros ciñendo nalgas y velos ocultando el rostro, bullicio y caos en uno de los países más burocratizados del mundo. Se podría afirmar que la burocracia tiene nombre: Mogama´a, un gran ministerio, kafkiano como pocos, que concentra todo el papeleo y donde en algún momento hay que acudir para vérselas con señoras veladas dormitando sobre montones de legajos. La gran masa funcionarial, favorecida por la política de Nasser, se extiende hasta un pequeño cuarto del hotel Cairo Sheraton, al que el extranjero puede acudir a comprar su ración de alcohol a un precio razonable. No está de más advertirle que tendrá que armarse de paciencia y esperar a que esté presente cada uno de los encargados de entregarle las botellas, de rellenar un formulario y de estampar el sello en el pasaporte. De todos modos, una vez en el Sheraton, sería sumamente ilustrativo pasar un buen rato en su piscina. Y con vistas a la obligada excursión a las pirámides y descender a sus tumbas --con alguna esforzada bajada de sesenta metros-, tampoco vendría mal un poco de ejercicio en el gimnasio.
Ya se divisan las impresionantes pirámides de Keops, Kefrén y Micerino en el límite de Guiza con el desierto, incorporadas al paisaje urbano casi tanto como la Torre Eiffel en París. Tras ellas se extiende el desierto de Saqqara, sembrado de innumerables tumbas, mastabas y pirámides. Y aquí comienza el viaje de la inmortalidad, de los sueños. Un viaje por otra humanidad.
Datos útiles
Cómo llegar: el pasaje aéreo, de ida y vuelta, cuesta alrededor de 1200 dólares, con tasas e impuestos.
Alojamiento: la habitación doble en un hotel 5 estrellas cuesta entre 100 y 150 dólares, con desayuno incluido; en uno de 4 varía entre 60 y 100; en uno de 3, ronda los 50.
Traslados: hay ómnibus especiales hacia el centro de la ciudad con paradas en el hotel Nile Hilton y en los hoteles Meridien. También funciona un ómnibus público (Nº 400, de color rojo y blanco) que va hasta el centro de la ciudad.
Visa: se tramita en al embajada de Egipto. Arroyo 955 (4393-1441). Atención de lunes a viernes, de 9 a 13.
Gastronomía: una comida económica cuesta entre 2 y 4 dólares, en un restaurante de mediana categoría, entre 6 y 8, y en un restaurante de categoría, a partir de los 10 dólares.
En Internet:
El tintineo de la compra y la venta
Tras visitar unas cuantas monumentales mezquitas, algún mall de los que también aquí empiezan a proliferar, lo mejor del barrio copto, los barcos del Nilo, el downtown y los tesoros del Museo Egipcio, se intuye que la existencia real, la del ruido, está en otra parte.
Y para llegar a ella hay que escuchar el tintineo del dinero, de la compra y la venta, que aquí tiene el nombre de Khan el Khalili, uno de los bazares al aire libre más antiguos del mundo, de cuyas paredes salen inesperadamente al paso hermosas casas y mezquitas. Sus calles, en el ramadán, se llenan de luces, de dulces, de toda clase de comida, de fiesta. Y, sin embargo, tras patearlo, puede que se continúe con la impresión de que no se conoce nada, de que debe existir una capa mucho más interna, más popular.
El mercado de los viernes
Para alcanzarla, sólo hay que desviarse al Zoc el Gomaa, el mercado de los viernes, donde la vida retrocede unos 500 años. Ofrece todo lo imaginable. Que a uno se le antoja un murciélago: sin problema, un murciélago, ¿y una cobra?, también. Aun así, el presentimiento de que hay mucho más que lo que está a la vista se acrecienta.
Por ejemplo, ¿dónde vive la gente que no vive en las inacabadas casas cenicientas? La respuesta se encuentra en el antiguo cementerio, llamado Ciudad de los Muertos, en el que se ha ido acomodando un millón de personas en tumbas acondicionadas como hogares.
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