"El cuidado de la vida es el primer derecho humano y un deber del Estado”, reclamó el cardenal Mario Poli
"No se trata solo de las creencias religiosas, sino de una razón humanitaria. El cuidado de la vida es el primer derecho humano y un deber del Estado", reclamó el cardenal Mario Poli, durante la llamada Misa por la Vida, convocada por el arzobispo de Buenos Aires, mientras el Senado debate el proyecto de ley de legalización del aborto.
"El debate parlamentario sobre la legalización del aborto se dio en marco de respeto y ha sido un saludable ejercicio de la democracia", dijo Poli y agregó: "Pero que los únicos que no pudieron hacerse escuchar fueron los seres humanos que luchan por nacer y entrar en el banquete de la vida. Los no nacidos tienen derecho a pertenecer a una Nación donde hay lugar para todos y nadie sobra", apuntó frente a una multitud que llegaba hasta las escalinatas de la Catedral metropolitana. "Con la legalización del aborto se pretende legitimar que un ser humano pueda eliminar a un semejante y que, de esta forma, los niños y niñas por nacer se quedan sin protección penal", fue otro de los tramos más fuertes de su mensaje.
Poli habló durante unos diez minutos, y hacia el final llamó a la Iglesia a hacer una autocrítica: "Tal vez no hicimos lo suficiente para acompañar a las embarazadas en situaciones muy duras", dijo, e instó a multiplicar los espacios solidarios y de contención, para que las mujeres puedan ser recibidas y acompañadas. "Es un desafío que no debemos postergar y necesitamos la colaboración de todos los credos".
No los detuvo la lluvia, ni los cortes ni el resultado de la votación que para la media tarde parecía irreversible. Una multitud de fieles, cubierta de pañuelos celestes que en ocasiones se usaban como paraguas, se congregó frente a la Catedral metropolitana y pasadas las 20, miles de ellos participaron de la misa que celebró el arzobispo de Buenos Aires y de la que también participó el obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal, Oscar Ojea.
"Estamos muy contentos por la presencia de ustedes", dijo Poli y agradeció el esfuerzo que hicieron para estar presentes. "Queremos pedir a Dios que todos los niños y niñas puedan nacer en la Argentina", dijo Poli y estalló un aplauso.
La Catedral estaba colmada como nunca. Había gente hasta en las escalinatas de la entrada y por momentos, la única chance de ver lo que ocurría en el frente era seguir la transmisión que hacían alguien que levantaban sus teléfono celular para compartir en vivo en las redes con otros lo que estaba ocurriendo. El clima era de triunfalismo. Había una sonrisa cómplice entre los que atravesaron la maraña imposible de tránsito que era a esa hora el centro de la ciudad. La consigna celeste no se limitó a los pañuelos. Había bufandas, binchas, corazones turquesas pintados en las mejillas, tapados, rompevientos y hasta improvisadas capas de lluvia hechas con bolsas de consorcio celestes. Todos cantaban, se daban las manos y con miradas ávidas, bebían una a una las palabras del cardenal.
Nadie se animó ni por equivocación a una prenda de color verde que pudiera confundir. También había muchas banderas argentinas abrazando las espaldas y remeras de la selección, que tivieron su segunda chance después del maltrago en Rusia.
La "Misa por la Vida", tal como la llamaron quienes la convocaron tuvo cantos, incienso y hasta se cantó el himno nacional. Además, un sonoro coro entonó el Aleluya, antes de que Poli hablara. Los parlantes de la mayor iglesia de Buenos Aires no ayudaban para comprender lo que se decía, desde las escalinatas. La opción eran las pantallas gigantes y parlantes colocados en la Plaza de Mayo. Pero… llovía.
El clima era entre festivo y nervioso. Había cierta desconfianza sobre posibles infiltrados verdes. Pero apenas hubo un grito con insultos que se coló desde las puertas que dan a la calle, mientras el cardenal Poli hablaba. Todo el mundo miró para atrás, en repudio. Pero el que había gritado ya se había ido.
Puertas adentro, no había fisuras ni matices. Todos allí estaban en contra de la legalización del aborto en el país. Muchos llegaron temprano, varias horas antes de que empezara la misa para asegurarse un lugar adentro. Desde la plaza, o guarecidos bajo la recova de la Catedral, vivieron paso a paso los discursos que llegaban desde el Congreso a través de los teléfonos celulares, como quien escucha una final del Mundo, con la spika pegada a la oreja. "¿Quién está hablando ahora?, fue la pregunta repetida durante toda la tarde entre los celestes. Había cierto triunfalismo en las miradas, la celebración de haber ganado no una batalla sino la guerra. Pero también había nerviosismo. Como en esos partidos de fútbol en los que el oponente parece desahuciado y termina dando un batacazo. ¿No se va a dar vuelta ninguno, no? ¿Seguimos 38 a 31, no?, monitoreaba una mujer con peinado de peluquería, maltrecho por la lluvia y guarecido debajo del pañuelo celeste.
El espíritu era muy distinto al que se vivió en la calle cuando el proyecto se votó en Diputados, cuando la fiesta del triunfo estalló de la mitad verde de la ciudad. Pero esta vez la alegría parecía que iba a caer del lado celeste.
Cada vez que un periodista le preguntaba algo, poco antes de que comenzara la misa, Angélica Bermúdez, con un pañuelo celeste al cuello y otro atado en la muñeca, agitaba el mini bebote que tenía en la mano, para enfatizar sus argumentos contra el aborto. Vida, persona, comienzo, mentira, científicos, mujeres pobres. Era un resumen acelerado de todos los argumentos que se agitaron a favor y en contra durante los meses en los que duró el debate.
La alegría y la emoción casi futbolera se fue incrementando con el correr de las horas y sin importar la lluvia que cada vez se ponía peor. Terminada la misa muchos decidieron caminar hacia el Congreso. Habían ganado. Esa sensación reinaba en las miradas, cuando terminó la misa. O, al menos, estaban palpitando la victoria, que creían asegurada unas horas después en el Senado: no era sólo el no al aborto. La moral cristiana no había sido expulsada de las leyes argentinas. Y eso los ponía muy contentos.
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