Con un pronóstico de tormenta para mañana, los vecinos de la costa quilmense viven con el temor latente y en una situación que ellos describen como intolerable
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“¿A vos te parece que a esta edad tenga que estar sufriendo de esta manera?” Élida Velasco, de 78 años, tenía el rostro hinchado de tanto llorar. “Trabajé 45 años como enfermera para poder llegar a esta edad tranquila, haciéndome mi puchero, saliendo a mirar vidrieras. No para estar inundada con agua mugrienta, sin luz hace tres días, teniendo que ir a lo de sobrina para poder bañarme”, sumó.
Velasco avanzaba lentamente por la calle sujetada del brazo de su nieta, con botas de lluvia altas y una bolsa con ropa limpia que debe ir levantando para que no rozara el agua amarronada, en dirección a la casa donde podrá ducharse.
Ella está acostumbrada a las sudestadas. Incluso tiene una rutina armada para cuidar sus muebles cuando sube el agua. Pero no está acostumbrada a lo que vivió esta semana. Al igual que todos sus vecinos de la costanera de Quilmes, sufrió una doble desgracia: a los destrozos que dejó el temporal del domingo –techos de chapa volados, casas dañadas por árboles caídos, cortes de luz– se les sumaron las consecuencias de una sudestada histórica, que ayer por la noche azotó a toda la zona como no lo hacía desde hace, por lo menos, 13 años, e inundó a varios distritos de la zona ribereña. Además, de Quilmes, los más castigados por la crecida fueron Ensenada, Avellaneda, Tigre y San Fernando.
Desde la Municipalidad de Quilmes, confirmaron a LA NACION que ayer por la noche fueron evacuadas 100 personas por consecuencia de la crecida, de las cuales la mayoría ya está volviendo a sus casas. Además, informaron que el temporal del domingo causó daños en 218 viviendas del distrito, que incluyen desde destrucción total hasta voladuras totales y parciales de techos.
“Es desesperante. Ya ayer a la mañana, como no volvía la luz, tuve que tirar todo lo del freezer. Y a la noche el agua de la sudestada me llegaba hasta la cadera. Tenía todos los electrodomésticos ahí, incluso una cocina nueva, que todavía no terminé de pagar”, dijo Velasco.
Su vecina Valeria López y su novio debieron abandonar corriendo su casa el domingo a la madrugada, en medio de la tormenta. La rama de un sauce histórico cayó sobre el techo y quebró una de las paredes. Desde entonces, viven en la casa de la abuela de ella, a unas cuadras, pero durante el día se dedican a arreglar y limpiar su hogar, que recién este mediodía lograron vaciar de agua. “Cada vez que escucho el viento salgo corriendo de casa. Me da miedo que se caiga el resto del sauce, que está seco y justo encima del techo”, contó la joven de 25 años, que trabaja como ayudante de cocina en uno de los clubes náuticos de la zona.
Ella y su pareja perdieron parte de la chapa y también las alfajías y la cabriada, que se quebraron tras la caída de la rama.
Un temor latente
Entre los vecinos que esta tarde charlaban en las veredas inundadas, el temor estaba latente. “La alerta sigue. Hay una tormenta pronosticada para mañana. Estamos esperando, muertos de miedo. Los más asustados son los chicos”, dijo Virginia Bastianini, de 40 años, madre de cuatro niños que ahora chapoteaban con sus botas de goma en el patio de su casa, que desde ayer parecía una pileta. “Estamos acostumbrados al agua, pero no a tanta cantidad”, dijo.
Los vecinos coincidieron en que hace más de 13 años que no vivían una sudestada similar. El freezer de Marcela Lanches, 45 años, madre de seis, salió flotando de la cocina ayer por la noche. “Nos habíamos preparado, habíamos subido los electrodomésticos arriba de unos ladrillos, pero esta crecida fue demasiado: el agua llegó hasta la mitad de la pared y entraba con una fuerza que no te imaginás. Se llevó todo puesto”, detalló la mujer, todavía con el agua por arriba de los tobillos.
Descalza, una de sus hijas, de 13, sacaba el agua a baldazos por la puerta. La pelopincho familiar, que hasta ayer estaba vacía, ahora estaba repleta de agua de río y rodeada de mosquitos.
Según fuentes oficiales, la de anoche fue la mayor crecida desde 2010, con una altura de 3,62 metros. “La peor fue la del 89. Estuve tres días arriba del techo bajo la lluvia helada, tapado con una lona. La crecida llegó a 4,20 metros. Yo trabajaba en un club náutico, y me acuerdo que un velero se chocó contra la cafetería y la destruyó “, recordó Antonio Batianini, de 70 años, que vive en el barrio hace más de 50.
Parte de la zona está asfaltada y otra no. Y si bien el agua bajó en las últimas horas, le resultaba difícil desagotar el interior de las casas a los vecinos. Según afirmó Bastianini, esto ocurre desde hace 20 años debido a una obra de asfaltado que dejó la calle “más alta de lo que debería”. “Quedamos como en un pozo. Eso nos perjudica muchísimo. Prometieron hacer obras, como por ejemplo una muralla más alta en la costa, pero todavía no se hizo”, siguió el jubilado.
Debido a las continuas inundaciones generadas por las sudestadas, la mayoría de los vecinos que se han mudado a la zona en los últimos años han construido casas de dos plantas. Algunos, incluso las han levantado sobre pilotes. Pero la mayoría de las propiedades históricas del barrio siguen siendo de una planta.
El personal del municipio recorría las calles repartiendo suministros a los vecinos afectados. Salían desde el El Pejerrey Club, donde han improvisado una base operativa. Desde allí, los empleados de la intendencia y grupos de militantes de distintas agrupaciones sociales cercanas al Gobierno local salían a repartir bidones de agua, baldes con sobres de lavandina y velas.
Fuentes de la intendencia afirmaron, a su vez, que hay más de 1500 personas trabajando para contrarrestar los efectos del fenómeno climático “Con la presencia del Estado y la solidaridad de todos y todas, lograremos dar respuesta a esta situación y cuidar a la comunidad”, señaló la intendenta Mayra Mendoza.
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