El martes 20 de agosto James McManus recibió la ovación de su vida. Fue en el Luna Park, en el cierre del Mundial de Tango en Buenos Aires, una velada que condujo el animador Fernando Bravo y en la que este hombre nacido en Escocia pero instalado desde muchísimos años en Irlanda recibió una placa de reconocimiento de manos del ministro de Cultura de la Ciudad, Enrique Avogadro. ¿Por qué tanto alboroto? Simple: porque James cumplirá el enero próximo nada menos que 100 años y todavía sigue haciendo firuletes en la pista como si tuviera la mitad de esa edad.
Seducido por el tango allá por 2002, luego de ver bailar a una pareja de argentinos en un salón de Waterford, una ciudad de Irlanda fundada por los vikingos en el año 914 y en la que hoy viven 50 mil personas, McManus empezó a tomar clases para bailar y hoy es un experto. Por iniciativa de un profesor argentino, Hernán Catvin, y su pareja irlandesa, Tara, James pudo inscribirse en el reciente Mundial y viajar y alojarse en Buenos Aires gracias al dinero que se reunió vía crowdfunding.
Esta vez no pudo llegar a semifinales, pero quiere revancha en la edición del año que viene, cuando ya tendrá 100 años cumplidos, y para eso seguirá entrenando e incluso empezará a estudiar español, una idea que lo tiene muy entusiasmado.
Aficionado al baile de salón, McManus quedó tan impresionado con el tango danza en aquella jornada del 2002 que decidió viajar a Dublin para tomar clases. Después llegaron maestros argentinos -Catvin, Lucía Seva, su pareja en el Mundial- y él prosiguió con su formación con una constancia y una disciplina admirables. "Su mayor virtud es la perseverancia: va todas las semanas a clases, no falta nunca. Y se esfuerza por superarse en cada encuentro. Llega siempre con una botellita de cerveza con jengibre para él y otra para mí. Brindamos y empezamos la clase, que dura una hora y media. También nos ayuda con los principiantes", asegura Catvin.
¿Qué atrajo tanto a James, más allá de las destrezas del baile? Lo sintetiza él mismo así: "El aspecto social del tango, el clima de camaradería, la atmósfera que se respira en los lugares donde se baila; el tango es una forma de vida", subraya este veterano que adora a D'Arienzo, Di Sarli y Canaro. "También me gusta bailar el vals vienés y ritmos latinos como la rumba y el cha cha cha, pero el tango es especial", remata.
Los días de la Segunda Guerra
La historia de vida de McManus es parecida a la de muchos hombres de su generación: en 1939 golpearon la puerta de su casa para entregarle una comunicación en la que se le informaba que debía presentarse en breve para alistarse en el ejército británico. Durante siete años estuvo de servicio, y en esa época justamente estalló la Segunda Guerra Mundial.
Después trabajó como oficial de a bordo en la marina mercante. También vivió un tiempo en Beirut, ciudad a la que llegó para estudiar la carrera de técnico electrónico en una universidad estadounidense. "De la experiencia de la guerra no se puede rescatar mucho -asegura-. Yo tuve suerte porque me dieron un cargo en el que no la pasé tan mal. Aprendí el oficio de operador de radio y a manejar un Hummer".
Instalado en Waterford desde 1994, McManus tiene sus ideas políticas, y reconoce que hay una rivalidad histórica entre irlandeses e ingleses, pero también señala que "se puede convivir con eso". Sin embargo, es taxativo en lo que respecta al colonialismo: "Los ingleses deberían abandonar la parte norte de Irlanda. La robaron como robaron las Islas Malvinas. Deben dejar sus colonias y devolver los territorios a sus verdaderos dueños". Delos irlandeses dice que tienen bien ganada la reputación de ser gente divertida y que sabe disfrutar de la bebida. "Solemos tener un espíritu festivo, pero también hay mucha gente muy tranquila. Hay, en definitiva, una mezcla de gente diferente, como en muchísimos otros lugares del mundo".
El futuro
Antes de regresar al lugar donde vive, James dejó bien claro al entorno que lo que tiene serios planes de volver. Quedó encantado con Buenos Aires, aunque se ocupó de marcar que la ciudad tiene demasiados baches: "La ciudad es hermosa, y la gente es muy amigable, pero para una persona de mi edad no es fácil desplazarse con tantas veredas y calles rotas".
Cuando resolvió viajar a la Argentina, hacía mucho que no se subía una avión: su último vuelo había sido en 1981, cuando ni siquiera soñaba con ganarse multitudinarias ovaciones en el Luna Park y en La Usina del Arte, donde exhibió sus dotes de bailarín tanguero. "La verdad es que son admirables la energía y las ganas de bailar que tiene este hombre -opina
Seva-. Eso es primordial y hace que sea único. La idea de invitarlo al festival no fue que compitiera, si no que se conviertiera en una buena experiencia para él. Y creo que por suerte pasó eso. Yo lo conocí en 2010, en unas clases que dimos en Irlanda. James es capaz de viajar dos horas para tomar una clase y después bailar otras dos, practicando todos los pasos que enseñamos. Es una persona maravillosa, ejemplar".
McManus terminó siendo una de las atracciones de un festival que tuvo muy buenos resultados: participaron 744 parejas de 36 países (entre otros, Bélgica, Canadá, China, Corea del Sur, Cuba, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Grecia, Holanda, Japón, Malasia, Turquía y Uzbekistán) y hubo una enorme respuesta del público, que tuvo la oportunidad de disfrutar de cada actividad sin tener que pagar entrada. Lo logró al borde de cumplir 100 años. ¿Cómo llegar tan bien a una edad tan avanzada? Lo responde él apelando a su gran sentido del humor: "Los secretos están en Internet. Búsquenlos".
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