
Las mujeres y los regalos
No es raro que promediando estas fechas surjan los mismos problemas de todos los años: con quién vamos a pasar las fiestas, dónde serán las vacaciones, en qué deberíamos gastar el aguinaldo, y por último: el bendito asunto de los regalos. No porque los regalos sean importantes en sí, sino porque los hombres y las mujeres tenemos una forma muy distinta de regalar. Mientras que ellos prefieren preguntar sin tantas vueltas y coordinar qué le van a dar a su pareja con ella ("Yo te regalo las botas, vos el equipo de música nuevo"), nosotras queremos sorprender y que nos sorprendan.
Por desgracia, para nosotras, la gran mayoría de los hombres odia que soñemos con una sorpresa. Mi marido, por ejemplo, se excusa diciendo que "yo soy difícil para regalar" y me persigue por la casa, angustiado, molesto, pidiendo que le de opciones de regalos o tratando de tantear qué pasaría si me compra tal o cual cosa. Le parece -como a muchos de sus congéneres- que es una estupidez supina esa manía de sobredimensionar y darle otros significados a los regalos que tenemos las mujeres, y que lo mejor es pedir lo que uno quiere para evitar desilusiones y malentendidos.
Nosotras, en cambio, podemos estar meses elucubrando en silencio lo que les vamos a regalar. Nos gusta la sorpresa. Somos capaces de irnos hasta el fin del mundo para conseguir algo realmente inesperado y de la misma manera, nos gusta que nos sorprendan con algo muy meditado, especial, muy inesperado, que pruebe que estuvieron atentos durante todo el año a todo lo que dijimos o miramos con deseo. Para ellos, el regalo es el bien material que ofrecen (una bicicleta, un lavarropas, un anillo). Para nosotras, es todo lo que ese objeto significa: si es justo lo queríamos, si se esforzó, si nos sorprendió y si acertó sin ninguna pista.
Lamentablemente, salvo algunas excepciones, los hombres son mucho más erráticos y mediocres a la hora de regalar. Les cuesta más pensar algo especial y caen siempre con algo de ropa o un electrodoméstico. Mi marido, por ejemplo, es un militante en contra del regalo sorpresa, así que sólo me sorprendió una vez en la vida. Me regaló un pedazo de papel, un ticket. En esa época, éramos muy pobres porque yo había dejado la empresa familiar para dedicarme a escribir y él un negocio similar para estudiar y cambiar de carrera. Una tarde de marzo fuimos a conocer la casa nueva en un country de un amigo suyo, nos quedamos a tomar el té y vi que tenían una cafetera express divina, alemana, que hacía torres de espuma de leche espesa y el café más rico del mundo. Tomé tres cafés y no hablé de otra cosa durante el día. Pasaron ocho meses, llegó mi cumpleaños y mi marido buscó por cielo y tierra la misma cafetera, con tanta suerte, que al pasar la tarjeta de crédito se la denegaron por falta de fondos. Esa tarde, como no podía comprarme nada, me puso en un sobre el ticket de fondos denegados y me dijo que si hubiéramos tenido plata, eso es lo que me hubiera elegido. Fue lo más lindo que me dieron en la vida.
Muchas mujeres -me consta, estuve interrogando a mis lectoras- han aceptado coordinar regalos por miedo o resignación. Su marido les dio lo mismo dos años seguidos, o siempre trae alguna incoherencia que ellas jamás se pondrían, y al final, la sorpresa es amarga y un dolor de cabeza. Ellos creen que las hicieron entrar en razón y hasta se animan a ofrecerles ir al shopping a comprar el regalo juntos. No entienden que para nosotras un regalo es más que un regalo y que somos más felices con un ticket, que con la cafetera más linda del mundo.
Carolina Aguirre se recibió de guionista en la Escuela Nacional de Experimentación y realización cinematográfica (ENERC) en el año 2000. Es autora de los blogs Bestiaria (que se editó como libro bajo el sello Aguilar en 2008) y Ciega a citas que además de transformarse en un libro se transformó en la primera serie de televisión adaptada de un blog en español.




