En el kilómetro 104 de la ruta 2, funciona en el viejo comedor recuperado de la fábrica láctea Gándara; un menú simple espera a viajeros y vecinos de las cercanías
“Es hermoso ver de nuevo gente en el pueblo”, dice Virginia Costa desde Gándara, en el kilómetro 104 de la ruta 2, a solo 20 kilómetros de Chascomús y camino a la costa atlántica. El invierno pasado junto a su esposo tuvieron un sueño: recuperar un viejo comedor de la fábrica láctea que dio vida al pueblo y transformarlo en una nueva pulpería. El 29 de marzo de este año se hizo realidad y llegaron más de 500 personas a la Pulpería Gándara, en este rincón bonaerense de menos de 100 habitantes.
“Un día dijimos: ‘Ya está, hay que abrir’”, recuerda Costa. En julio del año pasado, en su cuenta de X (ex-Twitter) había comunicado su “proyecto pulpería” y, en tiempo real, fue contando y mostrando todo el proceso de restaurar un espacio que estuvo cerrado desde 2007 hasta transformarlo en el único emprendimiento gastronómico y cultural del pueblo, que venía en caída. “Nosotros queremos contar una nueva historia”, confía Sebastián Cappiello, el otro pilar de esta recuperación. El día de la inauguración comenzó a contarse.
Durante medio año pasado el matrimonio trabajó a diario y muy duro. Hasta 2020 eran tripulantes de cabina de Latam; la línea aérea se fue del país y los dejó desempleados, pero supieron reinventarse. Ella nació en Chascomús y su infancia la pasó en Gándara; su abuelo era de allí, tenía tambo. No dudaron en tomar una decisión: “Nos fuimos a vivir a Gándara”, señala Costa. E hicieron algo impensado: pensar en turismo en un pueblo considerado fantasma, donde las dos grandes atracciones son la fábrica y un monasterio (obra del arquitecto Alejandro Bustillo), ambos abandonados.
Crearon primero El Vergel, dos cabañas inmersas en la intimidad del campo y sus señales de tranquilidad y paz. Desde allí nació el proyecto de transformar a Gándara en un destino turístico. La pulpería es la materialización de todo esto. La inauguración superó todas las expectativas. Recibieron a más de 500 personas, con un mensaje directo. “Simple y muy rico, creemos en la sencillez. Queremos que la gente vuelva a visitar al pueblo”, afirma Costa. Con una estética muy cuidada y una decoración que une el mundo rural con elementos vintage, se trata de una propuesta íntima y abierta.
“Nos gustó el concepto de pulpería”, expresa Costa. La pulpería siempre fue un refugio que dio abrigo al gaucho, al estanciero, al peón y al viajero; un punto de encuentro en el horizonte de la pampa bonaerense, un techo amigo. “Es muy simple. Empanadas, sándwiches y tortillas para el mediodía; tartas y tortas para el desayuno y la merienda. Café y aperitivos, a toda hora”, describe. La idea es disfrutar de un espacio recuperado entre el pasto, la tierra, los árboles y la calma de un pueblo mínimo, la desconexión y el contacto con las emociones naturales.
“Las personas buscan conectar con algo sencillo, con el descanso, y olvidarse un poco de los ruidos y la rapidez con la que se mueve todo en la ciudad”, sostiene Cappiello. De haber tenido una actividad fabril frenética, con el cierre de la industria láctea el pueblo sufrió el éxodo de gran parte de sus habitantes y quedó reducido a una escuela, un destacamento policial, la estación de tren y un racimo de casas. No hay almacén, panadería, kiosko, ningún comercio. Chascomús es la única alternativa para buscar provisiones.
“Todo lo hicimos a pulmón”, refiere Costa. Su padrino trabajaba en la cocina de la fábrica láctea, así que la conexión es muy fuerte. La infraestructura del lugar estaba bien. Limpiaron todo, instalaron de nuevo el cableado eléctrico, conexión de gas, pintura y muebles. La decoración tiene un efecto emotivo. “Todo es heredado de bisabuelos, abuelos o padres. Incluso de algunos abuelos de amigos, cada objeto tiene una historia: las lámparas, las asaderas, las jarras…”, enumera. Pusieron mucho corazón en estas paredes por las cuales pasó la historia grande del pueblo.
Quién no recuerda a las promotoras
¿Quién no recuerda a las promotoras de Gándara repartiendo muestras gratis de dulce de leche, yogures y productos lácteos en la entrada al pueblo? Durante décadas esta acción promocional acompañó a todos los turistas que viajaban a la costa atlántica. En la década del 80, la fábrica Gándara procesaba por día 600.000 litros de leche, 42.000 kilos de dulce de leche y 25.000 litros de yogur. Fue pionera en crear el primer yogur descremado y en 1984 sacó al mercado Yogurbelt, uno de bajas calorías; dos años después volvió a innovar con el primer yogur bebible de litro, produjo helados y dulce de leche dietético. “La actividad en la ruta era incesante”, recuerda Costa. “Los micros con los operarios entraban y salían durante todo el día”, agrega.
La fábrica tuvo impulso de la mano del empresario Juan Carlos Rodríguez, hasta su fallecimiento en 1989. La italiana Parmalat la compró, pero tiempo después presentó la quiebra a nivel global. Allí comenzó el ocaso de la compañía y del pueblo. Asediada, el empresario Sergio Taselli la compró por un valor simbólico de un euro, asumiendo las millonarias deudas, pero la empresa jamás pudo volver a ser lo que fue. En 2007 finalmente cerró, los trabajadores intentaron crear una cooperativa, pero esto no prosperó. Actualmente, Gándara volvió al mercado de la mano de Ipasa (Inversiones para el Agro Sociedad Anónima), pero desde una planta en Pilar. El plan del grupo no contempla la reapertura de la fábrica en Gándara.
“Decidimos que el día de inauguración debía ser una fiesta”, reconoce Costa. No todos los días un pueblo vuelve a tener esperanzas. La historia de la recuperación fue acompañada por mucha gente que no quería perderse este día. El parador Atalaya, acaso el más icónico de la ruta 2, queda a solo 15 minutos más al norte por la autovía. “Nos conmovió la historia”, sentencia Juan Castoldi, vicepresidente de la empresa y tercera generación al frente del parador, donde para muchos se hacen las mejores medialunas desde 1942 y es un clásico rutero.
“Queremos apostar al desarrollo económico de nuestra región, Gándara viene de una historia triste y la inauguración de la pulpería es importante para el pueblo”, afirma Castoldi. Quisieron acompañar en forma activa con mesas, sillas, vajillas, una carlitera y un tesoro que todos disfrutaron: 300 medialunas. “Va a generar trabajo”, anticipa acerca de algunas de las consecuencias del proyecto de Pulpería Gándara.
El músico Richard Coleman se acercó y, en un show intimista, solo con su guitarra baja lo sombra de los árboles y un cielo soleado y esperanzador, abrió el portal a los sentimientos. “Hizo temas propios y covers de Joy Division y Depeche Mode. La gente estaba encantada”, detalla Costa. Al caer la tarde, el primer capítulo de esta nueva historia que se abre para Gándara se cerró, pero nadie quería irse. “Es hermoso ver caminar gente por el pueblo de nuevo”, confiesa Costa.
“Nos visitaron de pueblos vecinos, fue muy lindo”, dice Costa. Ese día en los GPS la calle frente a la pulpería se veía roja, colapsada. La buena noticia es que el tren llega y para en la estación, el que va a Mar del Plata y un ramal que se toma desde Alejandro Korn. Muchos optaron por esta vía; otros se acercaron desde La Plata, Quilmes, Chascomús, Lezama, Altamirano, Jeppener y Brandsen. Y se sumaron los propios vecinos de Gándara. “No había nada en el pueblo”, destaca Costa.
Una nueva escapada y oportunidad para todos ellos. Así se vivió la apertura de esta pulpería que, como las antiguas, pretende convertirse en un lugar de encuentro con una señal moderna, donde la música, la gastronomía y el compartir una charla con un aperitivo sea el plan. “Superó nuestras expectativas y queremos que nos sigan visitando”, se entusiasma Costa. Lo que vendrá dependerá de los vecinos y los viajeros de los caminos solitarios.
Por lo pronto, ya están pensando en agrandar la pulpería y comenzaron a limpiar otro de los salones comedores de la fábrica. Costa promete: “Si nos siguen apoyando, tenemos mucho más para darles”.
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